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Dossier: Cambio demográfico en Europa

Escenario demográfico después de la transición

por Philippe Descamps, junio de 2018

Un asunto de amores, vidas y muertes… pero no solo. Las cifras y las palabras de los demógrafos –fecundidad, nupcialidad, natalidad, mortalidad– revelan con desconcertante precisión la historia del tiempo presente, sus agitaciones y sus cambios. Europa llega a una nueva edad. Su población ya no aumenta globalmente desde 1993 y debería declinar lentamente dentro de unos años, tal y como ya se observa en una mayoría de países (1).

El punto de inflexión histórico se sitúa a finales de 1989, con la caída del muro de Berlín. Este poderoso símbolo de la reunificación del continente marca retrospectivamente el punto de partida de nuevas divisiones, en particular en la repartición del trabajo y la riqueza. Estas han provocado en Europa Central y Oriental un cataclismo demográfico más agudo y persistente que el de la Primera Guerra Mundial en Europa Occidental.

Entre los años 1950 y la década de 1970, la coexistencia de dos grandes sistemas geopolíticos no impidió una gran convergencia. En todos lados, más allá de las demarcaciones regionales, la mortalidad descendía, ampliamente superada por la natalidad, mientras que las curvas de esperanza de vida se disparaban. Con 30 millones de personas de diferencia en 1989, frente a 60 en 1950, la población del Este (2) ajustaba lentamente su paso a la del Oeste. Posteriormente, el escenario cambió por completo, no solo por el fin de la transición demográfica –las curvas de natalidad coinciden con las de mortalidad–, sino sobre todo debido a los efectos de la transición económica y social en el Este. Para convencerse de ello, basta con comparar las poblaciones de Francia y Ucrania (véase la página 25). Hasta 1989, su progresión era paralela. Desde entonces, la primera ha ganado nueve millones de habitantes; la segunda ha perdido otros tantos…

Examinada más de cerca, la evolución de los treinta últimos años perfila tres grupos bastante diferenciados. En el primero, el del Noroeste (países nórdicos, islas británicas, Benelux, Suiza y Francia), el número de nacimientos supera siempre al de fallecimientos. A este saldo natural duraderamente positivo se añade un saldo migratorio también positivo –un excedente de entradas respecto de salidas del territorio–. Resultado: la población total ha progresado al menos un 10% desde 1989. A pesar de un índice de fecundidad superior a la media europea, estos países no se librarán del envejecimiento, debido sobre todo a la sobrerrepresentación de grupos de edad de los años 1945 a 1965 y al aumento de la esperanza de vida.

En los países del segundo grupo, germánicos y del Sur, el saldo natural se ha convertido en nulo, incluso negativo, pero se compensa gracias a un saldo migratorio positivo. A finales de los años 1960, en el caso de Alemania, y de principios de los 1970 en el de Italia y Austria, el índice de fecundidad se hundió, para establecerse de modo duradero entre los 1,4 y los 1,5 niños por mujer –es decir, bastante por debajo del umbral teórico de relevo generacional (2,1)–. Alemania solo ha evitado el despoblamiento atrayendo en masa a trabajadores extranjeros, muchos de ellos venidos de países vecinos (véase la cartografía de esta página). Desde 1987, su saldo migratorio conoce un excedente acumulado gigantesco: diez millones de personas…

España, Portugal y Grecia experimentaron a principios de los años 1980 la misma caída de la fecundidad, y posteriormente una afluencia de extranjeros en los 1990. España atrajo así a seis millones de personas más de las que perdió. Estas venían principalmente de Marruecos, América Latina y Europa Central, pero también se contaban entre ellas numerosos jubilados británicos o alemanes, así como los emigrantes que volvían a casa. Según diversos indicadores (mortalidad infantil, esperanza de vida, etc.), estos tres países, sometidos a dictaduras hasta mediados de los años 1970, estaban en ese momento por detrás de Europa Central y del Este, a las que han sobrepasado holgadamente después. Tras haber conocido la emigración hasta finales de los años 1980, y después una fuerte inmigración, ven de nuevo cómo, desde la crisis de 2008, parte de su juventud busca trabajo en el extranjero, y se enfrentarán a un envejecimiento muy rápido.

El tercer grupo reúne a prácticamente toda Europa Central y del Este, dejando a un lado a Rusia y sus particularidades (3). Esta región acumula tanto un saldo natural como un saldo migratorio negativos. Tal y como resume un chiste local: “¡Lo más duro del comunismo es el fin del comunismo!”. En treinta años, Rumanía ha perdido 3,2 millones de habitantes, es decir, el 14% de su población de 1987. La hemorragia ha sido todavía más intensa entre sus vecinos: un 16,9% en Moldavia, un 18% en Ucrania, un 19,9% en Bosnia, un 20,8% en Bulgaria y Lituania, y hasta un 25,3% en Letonia. ¿Puede imaginarse una Francia que hubiera perdido la cuarta parte de su población de 1987 y que no tuviera más de 41 millones de habitantes?

Antes de 1989, esta región era, en conjunto, un poco más fecunda que Europa Occidental, pero padecía una mortalidad más fuerte y un estancamiento de la esperanza de vida desde los años 1970 y 1980. El sistema de salud, eficaz contra las enfermedades infecciosas, se había demostrado impotente para reducir el número de enfermedades cardiovasculares y de cánceres. El retraso se hizo más patente en los años 1970 y en 1975 las autoridades soviéticas decidieron incluso suspender la publicación de ciertos datos…

Tras la caída del muro de Berlín y la imposición del capitalismo salvaje, la mortalidad, bajo todas sus formas, se disparó, en particular entre los hombres, mientras la fecundidad se hundía. Podríamos citar numerosos ejemplos, como el de Alemania del Este, donde los casos de cirrosis se duplicaron en tres años, al igual que los accidentes de carretera a partir de 1990, mientras el número de niños por mujer se reducía a la mitad. Lejos de aproximarse a los del Oeste, al principio muchos indicadores se alejaron, particularmente el de la esperanza de vida.

Lo que distingue sobre todo a Europa Central y del Este del resto del continente es el éxodo que padece, que a menudo es el de la franja de edad más joven, instruida y emprendedora en el plano económico, político o social. Aprovechando una libertad de circulación y residencia nuevas, muchos ven en dicha emigración una vía de escape frente al desclasamiento y el empobrecimiento prometidos. Siempre es una respuesta al dumping fiscal cuando, por un mismo trabajo, un salario representa apenas la tercera parte de lo que es moneda corriente al otro lado de la frontera, como entre Bratislava y Viena. Esta emigración supera a la que se observa en África, con un saldo migratorio acumulado que supera en todas partes el 10% de la población de 1987, con hasta un 16% en Letonia, un 17,1% en Moldavia o un 17,8% en Lituania. Marginados por la lógica de atracción de las políticas europeas, sometidos a la voluntad de las empresas extranjeras con presencia en sus países, y reacios a la inmigración, estos países parecen estar atrapados en una espiral.

La singular trayectoria de Eslovenia, que, por su demografía, se acerca más al segundo grupo, trae a la memoria su rechazo de las “terapias de choque” y su elección de un enfoque mucho más gradualista en la introducción de la economía de mercado. Es también verdad en parte en el caso de Chequia, que en 1992 rompió con las políticas de restricción salarial dictadas por los expertos occidentales y que organizó la creación de un denso tejido de pequeñas y medianas empresas.

Finalmente, algunos países balcánicos (Albania, Bosnia, Macedonia, Montenegro y Kosovo) tienen un saldo natural positivo, y un saldo migratorio (muy) negativo en el periodo (–37,6% de la población en el caso de Albania). Estos países podrían sumarse pronto al tercer grupo, si atendemos a la reciente evolución de su fecundidad, que se ha situado por debajo de la media europea. Escasez de mano de obra, peso de jubilados y personas dependientes: determinados desafíos del envejecimiento serán comunes a todos los países europeos, aun cuando una mortalidad precoz lo retrase en el Este. Pero la situación de estos tres grupos es muy diferente. Sus respuestas serán muy dispares teniendo en cuenta que, por ejemplo, la riqueza media de un moldavo representa –según el Banco Mundial– apenas una quinta parte de la de un luxemburgués.

La búsqueda de un mejor equilibrio entre generaciones exige deshacerse de los viejos esquemas sobre la familia o el lugar de las mujeres en la sociedad. Los países en los que nacen más niños son aquellos que registran más nacimientos fuera del matrimonio y donde las mujeres son más activas (grupo del Noroeste). Como pone de relieve el demógrafo Alain Monnier, en Escandinavia, “un conjunto de disposiciones ofrece a las mujeres que tienen niños la posibilidad de trabajar, con una protección social amplia que permite contemplar el futuro familiar con serenidad y, en fin, con una concepción más igualitaria de las relaciones entre hombres y mujeres” (4). El papel de los hombres es determinante, ya que la fecundidad permanece átona cuando no participan en la esfera privada (cuidado, permiso de paternidad, tareas del hogar), sobre todo en el sur de Europa.

Las medidas puramente natalistas, como las implantadas en la República Democrática Alemana en 1976 o en Suecia en los años 1980, pueden obtener resultados, pero raramente son inmutables. Lo que funciona son las políticas sociales coherentes que permiten a los padres tener tantos hijos como desean, precisa un colectivo de demógrafos: “Las políticas que tienen un impacto sobre las decisiones de las parejas son las que se mantienen de modo duradero contribuyendo a un clima social favorable a las familias y que garantizan un apoyo coherente y sostenido a lo largo de la infancia” (5).

En el plano geopolítico, el peso demográfico posiblemente tiene su importancia. Sin duda, la Revolución Francesa no habría hallado el mismo eco si el país de Robespierre no hubiera sido el más poblado de Occidente en aquella época. Con 28 millones de habitantes (6), Francia tenía en 1789 tres veces más habitantes que Inglaterra y Gales (8 millones en total), y prácticamente tantos como todo el Imperio ruso o que las dos Américas juntas. Pero, en el mismo periodo, China englobaba a más de un tercio de la población mundial, es decir, diez veces más que Francia, con una influencia circunscrita a Asia (7). Desde hace dos siglos, el peso demográfico relativo de China en el planeta se ha reducido a la mitad, pero no su peso geopolítico.

Exangües a causa de las batallas napoleónicas, el éxodo rural y la revolución industrial, los franceses y las francesas fueron los primeros en Europa en reducir su fecundidad. Hasta el punto de que, a pesar de una emigración que permaneció débil, Francia solo era el quinto país del continente por población en 1950, con 4 millones de habitantes menos que Italia. Actualmente, los “declinólogos” deberían releer las alarmistas previsiones de sus antecesores Michel Debré o Pierre Chaunu, quienes en la década de 1970 predecían la llegada de una “peste blanca”: “la sociedad sin niños”. Francia ya está de nuevo en tercera posición, con 67 millones de habitantes, y podría doblar a Alemania de aquí a veinticinco años (8). Para 2050, solo habrá un europeo por cada trece terrícolas. Pero nos cuidaremos de tomar las proyecciones por inventarios: ¿quién pudo prever la caída del muro de Berlín?

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(1) El apogeo es un poco más tardío si solo tenemos en cuenta a la Unión Europea. Salvo mención expresa, los datos son del Instituto Nacional de Estudios Demográficos francés (INED).

(2) Parte europea de la URSS, Albania, Alemania del Este, Bulgaria, Hungría, Polonia, Rumanía, Checoslovaquia y Yugoslavia.

(3) Véase “Rusia en vías de despoblamiento”, Le Monde diplomatique en español, julio de 2011.

(4) Alain Monnier, Démographie contemporaine de l’Europe. Évolutions, tendances, défis, Armand Colin, París, 2006.

(5) Alexandre Avdeev (bajo la dir. de), “Population et tendances démographiques des pays européens (1980-2010)”, Population, vol. 66, nº 1, INED, París, 2011.

(6) Michel-Louis Lévy, “La population de la France en 1989 et 1789”, Population & Sociétés, n° 233, INED, marzo de 1989.

(7) Jean-Claude Casanova y Béatrice Dedinger, “L’Europe de 1800 à 2055”, Commentaire, n° 161, París, primavera de 2018.

(8) Organización de las Naciones Unidas, proyecciones de la población mundial.

Philippe Descamps

Periodista.

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