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El candidato López Obrador contra la “mafia en el poder”

En México, la tentación de la esperanza

El 1 de julio, los mexicanos elegirán a 500 diputados, 128 senadores, nueve gobernadores y un nuevo presidente. El candidato de izquierdas Andrés Manuel López Obrador, favorito en las encuestas, propone una respuesta moderada al cóctel explosivo que causa estragos en el país: violencia, corrupción y miseria. Pero, ¿aceptará la elite –cuyos sectores económico, político y mafioso se encuentran fusionados actualmente– el juego democrático?

por Renaud Lambert, junio de 2018

Se trata de un plató de televisión como otro cualquiera. Tal como sucede en el resto del mundo, periodistas mexicanos han convocado a los candidatos a la presidencia del país para un debate. Los trajes, los cortes de pelo, las sonrisas pulidas: nada diferencia la escena de sus versiones en Francia, Alemania o Estados Unidos. Hasta que uno de los candidatos se pone a rebuscar detrás de su asiento. Cuando se gira de nuevo al frente, José Antonio Meade, candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI, derecha), exhibe una pancarta apenas legible que muestra a cámara: lleno de flechas y de nombres, el documento demostraría el enriquecimiento ilícito de aquel que lo acaba de interpelar, Ricardo Anaya Cortés, candidato de una coalición entre el Partido de Acción Nacional (PAN, derecha) y el Partido de la Revolución Democrática (PRD, centro-derecha).

Sin deshacerse de su eterna sonrisa, este último centra su atención en sus carpetas, para después alzar un taco de papeles mecanografiados: estos serían la prueba de las manipulaciones fraudulentas orquestadas por el hombre que le acaba de acusar. De nuevo todos en pantalla, los cinco candidatos se agitan en sus asientos, consultan documentos, piden la palabra… Durante toda la emisión, las acusaciones de malversaciones van de un lado al otro del plató sin desconcertar nunca a sus blancos. ¿Cuál era la temática principal sobre la que se habían puesto de acuerdo para discutir el pasado 22 de abril de 2018? Las medidas que tomarían, una vez en el poder, para luchar contra la corrupción…

Para sus dirigentes políticos, México se parece a una inmensa piñata, esos muñecos de cartón repletos de caramelos y de juguetes que los niños revientan golpeándolos con un palo en las fiestas de cumpleaños. Una piñata que cada proceso electoral rellenaría de nuevo. En el transcurso del mandato del actual presidente, Enrique Peña Nieto (PRI), una cadena de escándalos llevó a dieciséis gobernadores (o ex gobernadores) ante la Justicia y, en algunos casos, a prisión. Uno de ellos, Javier Duarte, destacó por el desvío de 3.000 millones de dólares durante su paso por el gobierno del estado de Veracruz. La corrupción, sobre todo cuando acumula tantos ceros, ya hace tiempo que dejó de ser un pasatiempo para dirigentes políticos sin escrúpulos: ha alcanzado el rango de actividad económica de pleno derecho. En 2015, el Banco Mundial calculaba en un 9% (1) su contribución en el producto interior bruto (PIB), es decir, mayor que el turismo.

Para algunos, la situación tiene sus ventajas. Tras haber mimado a Iberdrola durante su paso por la presidencia, Felipe Calderón (2006-2012) actualmente saborea el espesor de las alfombras del Consejo de Administración de la energética Avangrid, filial de la multinacional española. Una mayoría de los diputados mexicanos, preocupados por una investigación sobre acciones de malversación relacionadas con la constructora brasileña Odebrecht (2), votó el pasado marzo contra el procesamiento de altos funcionarios culpables de lucro personal. Más recientemente, el Tribunal Electoral validó la candidatura a la presidencia del gobernador del estado de Nuevo León, Jaime Heliodoro Rodríguez Calderón, pese a que el 58% de las firmas requeridas habían sido consideradas fraudulentas. “La normativa aclara que se necesita una cantidad suficiente de firmas –justificó uno de los magistrados–. No dice que las firmas tienen que ser válidas” (El País, 12 de abril de 2018).

Según algunas estimaciones, los hogares mexicanos consagran de media el 14% de sus ingresos a satisfacer las exigencias de funcionarios corruptos –una cifra que alcanza el 33% en las familias cuyos miembros perciben tan solo el salario mínimo– (3). En cuanto a las empresas, más de un tercio declaran haber tenido que acceder a sobornos para obtener un contrato público, y el 36,7% para una simple conexión al agua corriente (frente a medias del 15,8% y del 8,5% respectivamente en América Latina y en el Caribe) (4). Unos vacían la piñata, otros la llenan…
Ante este contexto, se entiende el avance en los sondeos del candidato Andrés Manuel López Obrador, conocido como “AMLO (5). Este hombre ha destacado siempre por su combate contra “la mafia que se ha apoderado de México” –título de uno de sus numerosos libros, publicado en 2010–. Esta constancia finalmente se ha interpretado como una convicción.

Pero los mexicanos, ¿deciden verdaderamente el destino de México? “Cada vez que “AMLO” se ha presentado, ha figurado al frente en los sondeos –recuerda el historiador Massimo Modonesi–. Y, sin embargo, el vencedor ha sido siempre el candidato del sistema”. Algo que ya sucedía mucho antes de la primera candidatura de López Obrador.

1988: el aguafiestas se llama Cuauhtémoc Cárdenas. Disidente interno del partido que está en el poder, rechaza la nueva línea política. La noche del escrutinio, y pese a que este candidato va por delante, el sistema de conteo “se descompone”. Cuando los resultados finalmente se anuncian, su adversario Carlos Salinas de Gortari está a la cabeza. 1994: el candidato del PRI Luis Donaldo Colosio Murrieta amenaza con romper con la línea de su predecesor. Es asesinado. 2000: esta vez la normalidad institucional no sufre ningún contratiempo. La “transición democrática”, cuyo poder celebra la irrupción después de setenta y un años de reinado absoluto del PRI, cambia un representante del sistema por su doble político, insertado en el PAN: el ex directivo de Coca Cola Vicente Fox. 2006: desde su primera campaña, López Obrador propone abandonar el sendero neoliberal en el que México está instalado. Un fraude masivo le priva de la victoria. 2012: “AMLO” lo vuelve a intentar. Las maniobras del PRI (y el apoyo de los grandes medios de comunicación) llevan a Peña Nieto a la presidencia.

López Obrador no ignora este contexto. “Para cambiar las cosas, solo hay dos opciones: la lucha armada o la vía electoral –declaró en un programa de televisión del grupo de prensa Milenio, el pasado 21 de marzo–. Yo creo que es posible transformar México de manera pacífica. (…) Y, por lo tanto, aunque las cartas estén echadas, yo me lanzo a la batalla electoral. No es una contradicción, es simplemente que no tengo elección. (…) A veces es un camino más difícil que la vía armada. Porque se choca contra el Estado; un Estado antidemocrático y autoritario. No me hago ilusiones, ya fui víctima de fraude electoral. Pero no he perdido la esperanza”.

¿Pesimismo de la razón y optimismo de la voluntad? No solamente eso. “México atraviesa una crisis de una extrema violencia –analiza el sociólogo Mateo Crossa–. Esta situación afecta obviamente a las poblaciones más pobres. Pero también ha alcanzado a la burguesía, que se está desgarrando. Por primera vez, esta multiplica sus candidatos, lo que beneficia a ‘AMLO’.” En efecto, ni el PAN ni el PRI consiguieron unirse. En el primero, la candidatura de Anaya no convenció a la gente cercana al ex presidente Calderón, cuya mujer, Margarita Ester Zavala Gómez del Campo, se presentaba de forma independiente, antes de renunciar el 16 de mayo. En el PRI, el nombramiento de Meade por el actual presidente Peña Nieto –desacreditado y bajo sospecha de enriquecimiento ilícito– provocó una fuga de cuadros hacia el Movimiento Regeneración Nacional (Morena, izquierda), la formación de López Obrador.

A pesar de estos desacuerdos (y de los intercambios de amabilidades de sus candidatos durante el debate de abril), no está del todo excluido un pacto entre el PRI y el PAN. Pero Mateo Crossa expone un segundo factor que juega a favor de Obrador. “El país nunca había sufrido tanto descrédito de la clase política ni tanta corrupción. La situación actual no puede durar. Ahora bien, ‘AMLO’ tiene algo que la elite quiere: legitimidad.” En una columna publicada el pasado 27 de marzo, Valeriano Suárez, vicepresidente de Coparmex, uno de los principales organismos patronales, apuntaba este factor: “Es cierto que el ejemplo de un presidente decidido a mostrarse incorruptible sería ideal para impulsar la transformación del sistema que rige nuestro mundo político y sus apéndices del sector privado” (El Sol de México).

De ahí a apoyar a un dirigente político de la izquierda hay un paso que una parte del electorado no tiene ninguna intención de dar. López Obrador parece haberse propuesto la misión de alentarlo multiplicando las muestras de moderación. ¿Su eslogan preferido? “Amor y paz”, el mismo que había elegido Luiz Inácio “Lula” da Silva para tranquilizar a las elites brasileñas en 2002. “Dada la gravedad de la situación, la profundidad de la crisis, lo que prevemos es una especie de tregua, (…) para que las cosas queden en el Estado”, explicó durante el programa organizado por Milenio. Esto suscitó una reacción entusiasta del editorialista Jesús Silva-Herzog Márquez: “Tengo la sensación de que usted asume plenamente y con cierto orgullo una inclinación abiertamente conservadora”.

Aunque es el único candidato que habla de la soberanía alimentaria del país, que quiere tratar las raíces sociales de la violencia, que denuncia el bajo nivel de los salarios, que promete mejorar el acceso a la universidad, “AMLO” tranquilizó a las franjas conservadoras de la sociedad aliándose con el Partido Encuentro Social (PES, derecha), evangelista y en contra del aborto (6) –como gran parte de la población y la mayor parte de las formaciones políticas–. Se ganó al Ejército con la promesa de no revisar la ley de seguridad nacional, votada en diciembre de 2017, que aprueba la presencia de militares en las calles y amplía sus prerrogativas hasta el punto de provocar la inquietud de Naciones Unidas y de las organizaciones de defensa de los derechos humanos (7). Su programa además sedujo a ciertas franjas del sector privado, que ahora estiman, con el Financial Times, que López Obrador “no sería tan peligroso como muchos imaginan” (24 de abril de 2018).

La hostilidad sin embargo sigue viva dentro de un empresariado poco acostumbrado a que lo molesten. “Por más paradójico que parezca, Morena representa la mejor opción para los empresarios”, se esfuerza en asegurar Martí Batres, uno de los dirigentes del partido, antes de desgranar el programa: “Erradicar la extorsión, la mordida y el moche que tanto afecta a los negocios”, “no aumentar los impuestos”, “conservar los equilibrios macroeconómicos” y “establecimiento de zonas francas para facilitar la inversión privada con incentivos fiscales” (El Universal, 6 de marzo de 2017). “Ninguna confiscación, ninguna expropiación, ninguna nacionalización. Nada de corrupción. Ningún problema”, resumió el candidato ante los banqueros del país reunidos para su conferencia anual (8). De todas maneras, López Obrador está demasiado a la izquierda para muchos gerentes de empresas, que intentan desacreditarlo comparándolo con otro “populista”: el presidente estadounidense Donald Trump, a quien los mexicanos detestan.

Reproche inverso desde el otro lado del tablero político: “Morena, la derecha disfrazada de izquierda”, resume una caricatura que circula por las redes sociales. Algunos incluso habrían preferido ver llegar al poder a un nuevo Hugo Chávez. Es evidente que López Obrador no es el ex dirigente socialista venezolano. Pero el México de 2018 tampoco se parece a la Venezuela de mediados de los años 2000, cuando los precios de las materias primas se habían disparado. En el gobierno, “AMLO” deberá dirigir un Estado debilitado. Milicias y carteles le rebaten el monopolio de la violencia legítima en algunas regiones. El Ejército y los servicios de información de su poderoso vecino del Norte supervisan, financian y a veces acompañan a sus propias fuerzas de seguridad. Las instituciones administrativas, electorales y fiscales sufren un descrédito inusual. Y, desde los años 1980, la economía ha sido reestructurada con el único objetivo de proveer de mano de obra barata a las transnacionales estadounidenses, transformando el país en una fábrica de pobreza. Con o sin Chávez, el margen de maniobra resulta pequeño…

“Imaginad que ganamos –dice el novelista Paco Ignacio Taibo II a militantes de Morena, partido del que es miembro–. El Congreso va a estar contra nosotros, porque ahí vamos a ser minoría, un 35% como máximo. ¿La mayor parte de los gobernadores? Gente del PRI y del PAN, o peor aún, del PRD. (…) Y entonces ahí está: Andrés Manuel está en Los Pinos [residencia del jefe de Estado] al día siguiente de su entrada en funciones. Recibe a una comisión de empresarios importantes que le dicen: ‘Cuidado, Andrés, porque si sigue así deslocalizaremos nuestras empresas y nos las llevaremos a Costa Rica’ (…) Ese día, a esa hora, tenemos que estar dos o tres millones de personas en la calle diciendo: ‘Si te quieren chantajear, Andrés, exprópialos. ¡Que se vayan a la mierda!’ (…) La presión que esas personas pueden ejercer sobre un dirigente, por más radical, competente y honesto que sea, es inmensa. Se necesita un movimiento social que lleve al cambio” (9).

La capacidad de movilización de Morena es una realidad: se ha construido minuciosamente para responder a los llamamientos de su dirigente. Una vez llegado al poder, ¿pedirá a sus militantes que acorralen al sistema?

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(1) “Corrupción representa el 9% del PIB: Banco Mundial”, El Financiero, México, 5 de noviembre de 2015.

(2) Léase Anne Vigna, “Las ramificaciones del escándalo Odebrecht en Brasil”, Le Monde diplomatique en español, septiembre de 2017.

(4) Investigación “Business environment in Mexico”, Enterprise Surveys, Banco Mundial, Washington, DC, 2010.

(5) 41,2% de la intención de voto, frente al 28,2% para Anaya y el 21,9% para Meade, según una encuesta publicada por El País, Madrid, 31 de marzo de 2018.

(6) La legislación varía de un estado al otro dentro de la Federación: algunos lo autorizan, a menudo bajo condiciones; otros lo castigan severamente.

(7) Paulina Villegas, “Las desapariciones y la militarización en México, bajo juicio internacional”, The New York Times, 30 de abril de 2018.

(8) Citado por Jude Webber en “Mexico leftist ‘AMLO’ vows no nationalisation, no expropriations”, Financial Times, Londres, 9 de marzo de 2018.

Renaud Lambert