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Un angosto camino hacia la desnuclearización de toda la península

La política de acercamiento entre las dos Coreas

El 24 de mayo, Donald Trump dejó en suspenso el encuentro con Kim Jong-un previsto para el 12 de junio en Singapur. Más allá de los ardides retóricos para obtener concesiones de la otra parte, ambos discrepan en cuanto al método para desnuclearizar la Península. El presidente surcoreano Moon Jae-in, por su parte, no escatima esfuerzos para llegar a obtener un tratado de paz.

por Martine Bulard y Sung Il-kwon, junio de 2018

El mundo entero lo veía como un dictador terrible, necio y malvado; se ha mostrado sonriente, amable y abierto. En unos días, el dirigente de la República Popular Democrática de Corea (RPDC) pasó del estatus de “little rocket man” (“pequeño hombre cohete”), según la expresión poco cortés del presidente estadounidense Donald Trump, al de jefe de Estado responsable, a la altura de su homólogo surcoreano. La operación de atracción de Kim Jong-un cruzando la línea de demarcación de la mano de Moon Jae-in, entre risas y bromas, fue un éxito rotundo el pasado 27 de abril. Entre una parte de la elite surcoreana se roza la “Kim-manía”, y el dirigente del Norte ya no es considerado un paria –lo que desde luego es preferible para entablar negociaciones–.

Desde los Juegos Olímpicos (JJ.OO.) de Invierno de Pyeongchang, en febrero de 2018, el ballet diplomático se ha acelerado: tras este encuentro en el paralelo 38 en Panmunjom, se fijó el 12 de junio como fecha para un encuentro entre los dirigentes norcoreano y estadounidense que tendría que tener lugar en Singapur.

Para hacerse una idea de la magnitud del cambio, hay que recordar que hace menos de un año, Kim enviaba sus misiles al Pacífico y probaba sus armas nucleares, mientras que el presidente estadounidense le bombardeaba con tuits vengativos y el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas reforzaba las sanciones. ¿Cómo explicar semejante vuelco?

Como era de esperar, Trump y sus partidarios ven en ello el éxito de sus enérgicos métodos (“tuitonadas” incluidas) y la prueba de la pertinencia de su eslogan favorito: imponer “la paz por la fuerza”. Solamente las amenazas de un diluvio de fuego sobre Corea del Norte habrían doblegado al líder de Pyongyang. La fábula es divertida, pero, si fuera verdad, hace mucho tiempo que la dinastía Kim habría entrado en vereda. Al contrario: el primer misil norcoreano, en 1993, nació del rechazo estadounidense a discutir con el abuelo, Kim Il-sung. La decisión del expresidente Georges W. Bush de reducir la RDPC al rango de “Estado canalla” y de reforzar el embargo, en 2002-2003, empujó al padre, Kim Jong-il, a reforzar su programa nuclear.

El hijo aceleró la carrera, mientras que, en Seúl, el poder conservador (Lee Myung-bak y, más tarde, Park Geun-hye, actualmente en prisión por corrupción) cerraba todas las puertas con la bendición del presidente estadounidense Barack Obama, quien hacía del abandono del programa nuclear un requisito previo –lo que se denominó, erróneamente, como la “paciencia estratégica” de la Administración estadounidense–. Tal y como explica el exministro surcoreano de Unificación Jeong Se-hyun, “no era ninguna política. No se podía esperar que Corea del Norte abandonara voluntariamente el arma atómica sin ningún tipo de compensación”. Y añade: “Irónicamente, esto le proporcionó tiempo para perfeccionar su tecnología nuclear” (1).

Más que las amenazas, fue la ruptura con esta estrategia del “todo o nada” lo que llevó al dirigente norcoreano a la mesa de negociaciones. Aunque acostumbrado a jugar a los belicistas, Trump, muy feliz por darle la espalda a la política de su predecesor, no desdeña la política de pequeños pasos. “Cada etapa cuenta –asegura su secretario de Estado Michael Pompeo–. La finalidad sigue siendo la misma: un desarme completo, verificable e irreversible. Ese es el objetivo de esta Administración” (2) –el objetivo, y no una condición previa–. Precisa, con un poco de grandilocuencia, que se trata de una “ocasión sin precedentes para cambiar el transcurso de la historia”. Evidentemente, e incluso aunque puede lamentarse, este giro (esperado) no podría haberse iniciado sin el arsenal nuclear de Pyongyang.

Sea como fuere, la idea de inscribir su nombre en la historia a la vez que se desmarca de Obama probablemente haya tenido un gran peso en el cambio de opinión de Trump. Especialmente porque espera obtener rápidamente la destrucción de los misiles balísticos capaces de alcanzar el territorio estadounidense: “Tenemos la obligación de iniciar conversaciones para intentar encontrar una solución pacífica que garantice que los estadounidenses dejen de correr peligro”, explicó además Pompeo (3).

Sin subestimar el alcance de un posible encuentro entre los dirigentes norcoreano y estadounidense –el primero desde 1953–, el cambio de actitud en ambas orillas del Pacífico radica, sobre todo, en la obstinación del presidente surcoreano, a quien Trump había reprendido el pasado verano a través de un tuit: “La estrategia del apaciguamiento no conduce a nada” (3 de septiembre de 2017) (4). Ya en la primavera precedente, durante la campaña para las elecciones presidenciales surcoreanas que tuvieron lugar tras la “revolución de las velas”, esas inmensas manifestaciones que llevaron a la destitución de Park (5), Moon se comprometió a favorecer la reanudación del diálogo intercoreano. Es poco decir que ha tenido que superar numerosos obstáculos.

Diálogo entre coreanos

Apenas un mes después de su entrada en funciones, anunciaba con claridad: “Estamos decididos a iniciar un diálogo incondicional si Corea del Norte cesa sus provocaciones” (6). En vano. Lo reiteró más detenidamente el 6 de julio, durante una conferencia en Berlín. La capital alemana, dividida durante la Guerra Fría, no fue elegida al azar: diecisiete años antes, Kim Dae-jung –presidente de 1998 a 2003– definió allí la “doctrina de Berlín”, que desembocó en un apretón de manos histórico con el dirigente del Norte, Kim Jong-il, en junio de 2000, inaugurando cerca de una década de diálogo e intercambios. Sin embargo, esta “política del rayo de sol” (sunshine policy) chocó con la intransigencia estadounidense, antes de hundirse con el regreso al poder de los conservadores en Seúl en 2008 (7).

Así pues, Moon, colaborador cercano de dos expresidentes demócratas –Kim Dae-jung y Roh Moo-hyun–, tomó el relevo, en Berlín, dos días después de un nuevo lanzamiento de un misil balístico norcoreano. Declaraba querer “comenzar un viaje audaz con vistas a establecer un régimen de paz en la península Coreana, con un papel preponderante del Gobierno coreano”. Estas palabras fueron minuciosamente escogidas: el “viaje” supone varias etapas y autonomía con respecto a Washington. Y precisaba: “No deseamos el hundimiento de Corea del Norte y no trabajaremos por una reunificación a través de la absorción del Norte por el Sur” (8). Algo con lo que tranquilizar a Pyongyang y, a la vez, a su propia población, poco favorable a una fusión cuyo coste sería muy elevado.

Por supuesto, el presidente surcoreano no ignora el peso decisivo de Estados Unidos, al que acaba de conceder el despliegue del sistema antimisiles Terminal High Altitude Area Defense (THAAD), que había paralizado hacía un mes. Pese a todo, teme intervenciones intempestivas como las que condujeron al fracaso de la apertura a comienzos de los años 2000. Se encuentra en una buena posición para recordarlo, pues desempeñó varias funciones en el gabinete del presidente Roh y participó en las negociaciones con el Norte. Sin esperar ninguna aprobación, invitó a la RPDC a participar en los JJ.OO. de Invierno.

Sin embargo, subraya en Berlín, “hacen falta dos para bailar un tango”. En efecto, nada habría sido posible sin la metamorfosis de Kim Jong-un. Ciertamente, en su discurso de Año Nuevo de 2018, este último optó por una clásica diatriba contra Estados Unidos, recordando: “El botón nuclear está al alcance de mi mano en mi escritorio permanentemente” –declaración que provocó ese tuit ya legendario de Trump: “Yo también tengo un botón nuclear, y es mucho más grande y mucho más potente que el suyo” (3 de enero de 2018)–.

Pese a todo, detrás de la guerra de los botones se perfila el cambio. Kim Jong-un ha dejado de calificar a la República de Corea de “marioneta” en manos de Washington y, sobre todo, ha anunciado: “2017 ha sido un año de grandes victorias, un año en el que hemos logrado un hito indestructible” (9), haciendo referencia con estas palabras a que su país dispone del arma nuclear y que ahora puede jugar en el patio de los mayores. A continuación aceptó la invitación a los JJ.OO. y envió a este acontecimiento a una delegación liderada por su hermana mayor, Kim Sul-song. El 27 de abril, cruzó la línea de demarcación, siendo consciente él también de su posición en el mundo: “Hoy comienza una nueva historia, una era de paz”, escribió en el libro de honor de la Casa de la Paz. Un mes más tarde, anunciaba con gran pompa el desmantelamiento de la base de Punggye-ri, donde se efectuaron seis ensayos nucleares desde 2006, y que desapareció el 24 de mayo ante la mirada de prensa extranjera. Los expertos internacionales no fueron invitados, lo que impide verificar la realidad de la actividad albergada en esos túneles.

Está demostrado que la RPDC ya no necesita realizar experimentos subterráneos y que domina la tecnología (10). Por lo tanto, el líder de Pyongyang puede esperar negociar acuerdos de igual a igual con Estados Unidos –el gran sueño de la dinastía Kim– y pasar al segundo pilar de su política, el auge económico, con el objetivo de que “el pueblo no tenga que apretarse nunca más el cinturón”, tal y como había prometido cuando llegó al poder. Por ahora, todo el mundo lo escucha, también el Ejército, al que Kim ha hecho “volver a sus barracones”, según la expresión de uno de los grandes especialistas franceses de la península Coreana, Patrick Maurus –durante el régimen de Kim Jong-il, era omnipotente–. En cuanto a la nueva clase acomodada, que ya se ha beneficiado de la flexibilización de la política económica (11), sin lugar a dudas ha impulsado este giro estratégico, viendo con muy malos ojos la perspectiva de un repliegue debido al refuerzo de las medidas de embargo.

¿Una Península sin armas nucleares?

Pese a todo, el camino hacia la paz no se muestra por ello menos sembrado de obstáculos. Todo el mundo coincide a favor de una “desnuclearización” de la Península, pero ninguno de los protagonistas se pone de acuerdo sobre su contenido, comenzando por los estadounidenses entre ellos. Pompeo cree que es posible firmar un tratado de paz que reemplace el armisticio en vigor desde 1953 y que existe una “auténtica posibilidad de desnuclearización” gracias a “actores concretos de Corea del Norte”, la cual podría hacer que se plantee un levantamiento parcial del embargo (12). No obstante, el asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, también cercano al presidente, imagina más bien un “escenario al estilo libio”, en referencia al expresidente Muamar el Gadafi, quien, en 2003, renunció a todo el arsenal nuclear y químico. El destino de este último, asesinado por los occidentales ocho años más tarde, no incita demasiado a Kim a tomar ese camino, incluso aunque, a diferencia del dirigente libio, posee la tecnología que le permitiría, en caso necesario, volver a la carrera atómica. No obstante, es cierto que ambos negociadores estadounidenses coinciden en el objetivo final: una Corea del Norte sin bombas nucleares, misiles ni armas químicas.

Se trata de desarmar solamente a la RPDC, mientras que Pyongyang habla de desnuclearizar toda la Península, igual que Seúl. La declaración común adoptada el 27 de abril en Panmunjom precisa sin ambigüedades: “El Sur y el Norte confirman su objetivo común de conseguir una Península sin armas nucleares”… y, por lo tanto, sin paraguas estadounidense. El asunto aún no está resuelto, pues no se ve cómo Pyongyang podría renunciar al armamento nuclear. Lo considera como su seguro de vida frente a una Corea del Sur que posee el sexto Ejército del mundo y que puede contar con 28.500 soldados estadounidenses desplegados de forma permanente con su armamento de última generación (13).

La visión de Pyongyang se basa más bien en una serie de “etapas progresivas y sincronizadas”. A las concesiones del Norte –desmantelamiento de las instalaciones, aceptación del control internacional, etc.– les seguirían concesiones estadounidenses y surcoreanas: firma de un tratado de paz en debida forma, normalización de las relaciones con Estados Unidos, levantamiento de las sanciones, reducción y más tarde fin de los ejercicios militares comunes entre el Sur y Estados Unidos. Es prácticamente la posición de Seúl.

“El papel de China es vital”

El presidente surcoreano, que no pretende romper su alianza histórica con Washington, espera contener el ímpetu autoritario de los negociadores estadounidenses apoyándose en… Pekín. “El papel de China es vital para establecer la paz en la Península”, tuvo a bien reafirmar un miembro del gabinete presidencial (14). Se trata de una precisión tanto más útil cuanto que el comunicado de Panmunjom indicaba que las negociaciones para llegar a obtener un tratado de paz se realizarían “entre tres –las dos Coreas y Estados Unidos– o entre cuatro –con China–”. Una imprecisión mantenida, se afirma en Seúl, por los “proestadounidenses de Pyongyang”, que esperan emanciparse (un poco) de la tutela económica china al apostar por Washington, igual que sus ancestros se relacionaron unas veces con Rusia y otras con China, entonces hermanos enfrentados, para conservar su independencia. Por lo menos coinciden en este sentido con los dirigentes estadounidenses, que buscan contener a la potencia china en la región. Pekín, alarmado, recordó en un editorial mordaz del muy oficial (15). Kim fue a tranquilizar en persona a Xi Jinping unos días más tarde.

En cuanto al presidente Moon, no solo espera el apoyo político de China, sino también su ayuda contante y sonante. Ambos países ya han acordado desarrollar la línea ferroviaria para unir Seúl con el puerto chino de Dandong, pasando por Pyongyang y Sinuiju, una ciudad portuaria norcoreana próxima al río Yalu. En busca de nuevos motores de crecimiento generadores de empleo (el desempleo juvenil supera el 11,5%), el presidente surcoreano cuenta con lo que denomina el “nuevo cinturón económico de la Península”. Incluye tanto investigaciones energéticas en el mar del Este (donde habría petróleo) como proyectos de grandes infraestructuras y el auge de amplias zonas turísticas a ambos lados de la frontera.

A nivel interno, Moon ha consolidado su posición. En vísperas de los JJ.OO., el 70% de los surcoreanos encuestados expresaba su descontento tras la creación de un equipo femenino unificado de hockey sobre hielo, que este había impuesto. Tras la cumbre de Panmunjom, el 78,3% aprobaba su actuación y el 64,7% declaraba que confiaba en Corea del Norte para mantener la paz, frente a solamente un 14,7% antes de la apertura de los JJ.OO. (16).

¿Son demasiado optimistas, como piensan algunos expertos surcoreanos? Más allá de las declaraciones de buenas intenciones, no es seguro que el encuentro entre Trump y Kim abra la vía a auténticas negociaciones para establecer una hoja de ruta, cuya elaboración será igualmente muy complicada… lo que otorga total libertad para eventuales provocaciones en ambas orillas del Pacífico.

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(1) Entrevista con Lee Jeong-ho y Minnie Chan, “Korea summit could help clarify denuclearisation process ahead of Kim-Trump talks, says South’s ex-unification minister”, South China Morning Post, Hong Kong, 25 de abril de 2018.

(2) Entrevista en la cadena American Broadcasting Company (ABC) News, 29 de abril de 2018.

(3) Hamish Macdonald, “A bad deal with North Korea is not an option, Pompeo says”, NK News, 2 de mayo de 2018.

(4) Véase Martine Bulard, “Negociar con Pyongyang sin condiciones previas”, Le Monde diplomatique en español, octubre de 2017.

(5) Véase Sung Il-kwon, “La ‘revolución de las velas’ en Seúl”, Le Monde diplomatique en español, enero de 2017.

(7) Cf. Philippe Pons, Corée du Nord. Un État-guérilla en mutation, Gallimard, col. “La suite des temps”, París, 2016.

(8) “Discurso del presidente Moon en la Fundación Körber”, Berlín, 16 de julio de 2017, http://overseas.mofa.go.kr

(9) Cf. Park Jong-hee, “Six things you should know about Kim Jong un’s 2018 new year address”, East Asia Institute, 7 de febrero de 2018.

(10) Aunque los expertos discrepan sobre el número de ojivas nucleares que posee Pyongyang (entre 20 y 60), todos consideran que Corea del Norte domina la fabricación de la bomba y que a partir de ahora realizará pruebas mediante simulación por ordenador. Cf. “Statement for the record: Worldwide threat assessment”, Defense Intelligence Agency, 6 de marzo de 2018, o también IAEA director general provides update on North Korea at board of governors meeting”, Organismo Internacional de la Energía Atómica, Viena, 11 de septiembre de 2017. Cf. SIPRI Yearbook: Armaments, disarmament, and international security”, Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo, 2018.

(11) Véase Patrick Maurus,“Corea del Norte sueña con convertirse en un nuevo dragón asiático”, y Martine Bulard,“Viaje bajo vigilancia a Corea del Norte”, Le Monde diplomatique en español, febrero de 2014 y agosto de 2015, respectivamente.

(13) Cf. Rémy Hémez, “Corée du Sud: une puissance militaire entravée”, Monde chinois, n.° 53, París, abril de 2018.

(14) Ock Hyun-ju, “Complex calculations over signing peace treaty”, The Korea Herald, Seúl, 2 de mayo de 2018.

(15) Global Times: “China’s role indispensable in resolving North Korea nuclear crisis”, Global Times, Pekín, 14 de mayo de 2018.

(16) Encuestas realizadas por Realmeter y publicadas, especialmente, por la agencia de prensa Yonhap, Seúl, 30 de abril y 3 de mayo de 2018.

Martine Bulard y Sung Il-kwon

Sung Il-kwon es * Responsable de la edición surcoreana de Le Monde diplomatique..