El mundo entero lo veía como un dictador terrible, necio y malvado; se ha mostrado sonriente, amable y abierto. En unos días, el dirigente de la República Popular Democrática de Corea (RPDC) pasó del estatus de “little rocket man” (“pequeño hombre cohete”), según la expresión poco cortés del presidente estadounidense Donald Trump, al de jefe de Estado responsable, a la altura de su homólogo surcoreano. La operación de atracción de Kim Jong-un cruzando la línea de demarcación de la mano de Moon Jae-in, entre risas y bromas, fue un éxito rotundo el pasado 27 de abril. Entre una parte de la elite surcoreana se roza la “Kim-manía”, y el dirigente del Norte ya no es considerado un paria –lo que desde luego es preferible para entablar negociaciones–.
Desde los Juegos Olímpicos (JJ.OO.) de Invierno de Pyeongchang, en febrero de 2018, el ballet diplomático se ha acelerado: tras este encuentro en el (...)