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Otra Europa es posible

El final del atlantismo

por Bernard Cassen, junio de 2018

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el atlantismo ha sido una segunda naturaleza para la mayoría de los dirigentes europeos. Habían interiorizado su sumisión a Estados Unidos hasta el punto de hacer de ella un factor estructural de sus políticas. Una institución simbolizaba este tutelaje: la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), creada en 1949 para hacer frente al presunto “peligro” de la Unión Soviética. Este dispositivo volvía a situar la seguridad de los Estados de Europa Occidental en manos del comandante supremo de las fuerzas aliadas en Europa, un general estadounidense bajo las órdenes directas del inquilino de la Casa Blanca.

Se habría podido pensar que Donald Trump estaría satisfecho con esta organización que confirma una relación de fuerzas muy favorable para Estados Unidos. Pero no es el caso: en enero de 2016, declaró que la OTAN estaba “obsoleta” y se quejó de que la contribución financiera de los demás Estados miembros de la organización era insuficiente. Ciertamente, tres meses más tarde, rectificó sus palabras afirmando esta vez que la OTAN era “un baluarte para la paz internacional”… No obstante, en las capitales europeas se había comprendido perfectamente el mensaje global, que puede resumirse así: Estados Unidos no necesita a Europa para garantizar su defensa, pero no se da el caso contrario. Por lo tanto, los europeos deben pagar su cuota si quieren continuar beneficiándose del “escudo” estadounidense. Pero, ¿existe realmente este “escudo”?

Se plantea esta cuestión cada vez que se menciona el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, el cual estipula que un ataque armado contra un miembro de la organización será considerado como un ataque contra todos los demás. Sin embargo, es ambiguo con respecto al carácter, automático o no, de una respuesta armada colectiva. Suponiendo que Trump haya leído este tratado, no hará nada para disipar esta ambigüedad. O publicará un tweet ordenando a los Estados europeos –en primer lugar Francia y el Reino Unido, que disponen de armamento nuclear– que asuman sus responsabilidades y garanticen su propia defensa. Están advertidos: Washington no acudirá en su ayuda en caso de conflicto.

Si se añade a esta desvitalización de la OTAN la retirada de Estados Unidos del Acuerdo de París sobre el cambio climático y del acuerdo nuclear con Irán, las amenazas de importantes sanciones contra las empresas europeas si continúan comerciando con Teherán o el aumento impositivo de las importaciones de acero y de aluminio procedentes del Viejo Continente, se constata que el presidente estadounidense está demoliendo los cimientos mismos de la relación transatlántica. Para él, a excepción de Israel y de Arabia Saudí, no existen aliados, sino únicamente competidores o adversarios tratados todos de la misma manera.

Tras setenta años de subordinación voluntaria, los europeos se encuentran conmocionados y experimentan dificultades para comprender que, actualmente, el atlantismo pertenece al pasado. El presidente francés, Emmanuel Macron, creyó que la adulación mostrada durante su último encuentro con Donald Trump en Washington le otorgaría el estatus de interlocutor privilegiado: un rotundo fracaso. Para preservar los intereses de sus empresas, los Gobiernos europeos y la Comisión de Bruselas están comenzando a elaborar medidas de retorsión contra Estados Unidos. Sin embargo, a falta de un improbable retroceso de Donald Trump, deberán dar un paso más si quieren conservar un mínimo de credibilidad: resistir y pasar a la acción, lo que hasta ahora no han hecho nunca. En el pulso con Donald Trump, también está en juego el futuro de la construcción europea.

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P.-S.

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Bernard Cassen

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