Las boscosas laderas de los Ródope, montes del sur de Bulgaria, se desnudaron para dejar lugar a los suburbios soviéticos de la ciudad de Smolyan, con sus bloques de hormigón. En lo alto de la ciudad, en el barrio de Ustovo, unos hombres reparan la carrocería oxidada de un automóvil; algunos niños romaníes juegan en el polvo. Un anciano da una larga calada a un cigarrillo moviendo la cabeza. “Problemas, sí, tenía problemas”, susurra contemplando el certificado de defunción pegado en la puerta del edificio. Ventsislav Kozarev tenía 47 años; murió el 3 de mayo de 2013, con el 85% del cuerpo quemado, tras haberse inmolado frente a la delegación de gobierno de Plovdiv.
En un pequeño cuarto lleno de humo, la familia se reúne para el velatorio. Las velas se consumen sobre una mesa de café; una imagen religiosa adorna una pared de yeso. Los asistentes meditan en silencio. “Ventsislav (...)