Desde su invención, a comienzos de los años 1960, por estudiantes apasionados por la informática del Massachusetts Institute of Technology (MIT) –el santuario máximo del complejo militar-académico estadounidense–, el videojuego ha conocido múltiples mutaciones. En la actualidad se encuentra en un momento crucial que ya otras formas culturales han conocido antes, cuando trocaron su estatus de diversión popular, siempre sospechoso –“un pasatiempo de iletrados”, según la violenta fórmula de Georges Duhamel, a propósito del cine de los años 1930–, por cierta forma de reconocimiento estético. Los videojuegos, de ahora en adelante, constituyen una cultura, disputada, como tantas otras, entre producción industrial y creaciones populares.
Este acontecimiento cobra sentido desde el punto de vista de la historia cultural y de las culturas populares. Da testimonio de la invención de nuevas relaciones con las imágenes y con las ficciones, y de una inflexión considerable en la evolución de las maneras de jugar. (...)