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¿El final de los partidos políticos?

por Allan Popelard, abril de 2017

Las instituciones de la V República francesa, concebidas por el entorno del general De Gaulle para eliminar el régimen de partidos –al cual responsabilizaba de haber conducido a Francia hacia el abismo en 1940–, ha producido la “escena de contradicción en un teatro de impotencia” que éste había denunciado. Pero, lejos de provenir de un juego de los aparatos, la descomposición del campo político parece que, en la actualidad, se debe más bien a un debilitamiento de los partidos bajo el efecto del presidencialismo.

En efecto, parece muy lejana la época en la que Jean-Christophe Cambadélis, primer secretario del Partido Socialista (PS), y Nicolas Sarkozy, presidente entre 2014 y 2016 de la Union pour un Mouvement Populaire (UMP, Unión por un Movimiento Popular) –rebautizada en 2015 como Los Republicanos–, prometían que harían que se afiliaran 500.000 militantes a sus organizaciones. En la actualidad, los candidatos para las elecciones presidenciales apenas se atreven a hacer referencia a los partidos que les apoyan. Todos los medios para eludirlos valen: movimientos ciudadanos, agrupaciones, primarias abiertas.

Un día de distribución de panfletos en la estación de trenes de Metz, los militantes socialistas reunidos en un café cuentan que esperaron las primarias con impaciencia. Joseph Ferraro, secretario de sección, explica: “François Hollande tenía un mandato claro de los militantes. Pero no lo ha tenido en cuenta. En el partido, hace mucho tiempo que ya no hay discusiones ni disciplina”. Las primarias “nos han permitido realizar nuestro ajuste de cuentas”. Pero, quien las ha ganado, Benoît Hamon, quiere “ir más allá de los aparatos” y ha afirmado que no es un “hombre de partido”. Ahora bien, a diferencia de Jeremy Corbyn, el líder del Partido Laborista británico, no puede apoyarse en un movimiento social estructurado. Las redes militantes del PS se han deteriorado. Por lo tanto, su victoria no se ha traducido en una ola de afiliaciones.

Del estudio de Robert Michels sobre la oligarquía de los partidos al panfleto de Simone Weil contra la “apisonadora” de los aparatos políticos (1), la crítica de las instituciones ligadas a los partidos es antigua. El 22 de marzo de 2010, fecha del aniversario del movimiento social de 1968, Daniel Cohn-Bendit, entonces presidente del grupo Los Verdes en el Parlamento Europeo, proponía, en una tribuna publicada por Libération, superar la “forma basada en los partidos” mediante la creación de una “cooperativa política” en sintonía con la “cultura antiautoritaria (…) del pensamiento ecologista”. Sin ser un “partido-máquina ni un partido-empresa”, la cooperativa permitiría, desde su punto de vista, “volver a darle sentido al compromiso”. Por otra parte autor de una obra titulada Pour supprimer les partis politiques!? (“¿¡Para suprimir los partidos políticos!?”) (2), pretendía fundar una “organización polinizadora, que recolecte las ideas, las transporte y fecunde con otras partes del cuerpo social”. Su cooperativa pondría en valor estructuras porosas y formas de compromiso intermitentes.

La cultura empresarial moldea la relación de los militantes de ’En marche!’ con la política

La forma imaginada traicionaba cierta sensibilidad. “Los ecologistas son ‘homo academicus’ –subraya Vanessa Jérôme, socióloga y militante en Clamart–. Esto explica la circularidad, muy importante, entre los discursos militantes y los discursos universitarios”. Los ecologistas, con muchas titulaciones, denuncian con facilidad la rigidez de las estructuras de partido, lo que fomenta “una demagogia organizativa con la que se asciende a todos los militantes al estatus de teóricos”, observa Nathalie Éthuin (3).

Lejos de apoyar la candidatura de Hamon como la mayoría de sus amigos políticos, Cohn-Bendit optó finalmente por apoyar a Emmanuel Macron y su movimiento En marche! (¡En Marcha!). Desde el inicio, en mayo de 2016, de una operación consistente en ir “puerta por puerta” y destinada a elaborar colectivamente un “diagnóstico” del estado del país, el “movimiento ciudadano” del ex ministro de Economía de Hollande se ha estructurado en torno a su plataforma digital. Contaría con más de 200.000 apoyos. Ludovic Mendes, de 29 años y responsable de la red juvenil en el departamento de Moselle, precisa: “Hay 1.300 militantes y una veintena de comités en el departamento. A día de hoy somos una fuerza más importante que el PS”. La plataforma también permite recaudar donaciones. En diciembre de 2016, el movimiento había conseguido 3,6 millones de euros gracias a 13.500 donantes. Por lo tanto, la contribución media se elevaría a 266 euros por persona –frente a 23 euros en el caso de La France insoumise (Francia Insumisa) de Jean-Luc Mélenchon o frente a 27 dólares en el caso de Bernie Sanders durante las primarias demócratas en Estados Unidos–.

Macron, preocupado por acabar con “el diktat de los partidos”, ha hecho del ámbito digital una garantía de modernidad y de transparencia. Según los militantes de En marche!, la tecnología favorecería un funcionamiento “ágil” y “horizontal” y permitiría atraer a la política a aquellos que se mantenían alejados de ella. La socióloga Anaïs Théviot considera, por el contrario, que acentúa las lógicas censitarias en el interior de las organizaciones: “los cibermilitantes poseen un capital económico y cultural superior al de aquellos que se encuentra offline –explica–. Con el ámbito digital se han reforzado las barreras para entrar en los partidos”.

En el movimiento de Macron son numerosos los patronos que desempeñan funciones directivas (en Moselle, en torno a la mitad de los responsables de los comités locales son o han sido patronos). “Al contrario de lo que sucede en otros partidos –considera Mendes–, En marche! cuenta con muy pocos estudiantes de Sciences Po y colaboradores de representantes electos”. Para este ex directivo de una empresa de limpieza ecológica, esta originalidad permitiría renovar el ejercicio del poder y salir del “microcosmos”: “Los empresarios se encuentran tradicionalmente ausentes en las organizaciones políticas. Ahora bien, como hombres libres que toman decisiones libres, aportan su experiencia, su sentido de la organización, su forma de gestionar”.

“Y su imaginario”, podría uno verse tentado de añadir. “Teamwork spirit”, “helpers”, “challenges”, “benchmarking”, “outputs”: la cultura empresarial y la lengua de los negocios moldean la relación de los militantes de En marche! con la política. Tras haber tomado prestadas la “innovación” y la “fluidez” de su movimiento, Mendes, cuya cuenta de Twitter muestra en mayúsculas: “CREE EN TI. DATE PRISA. INNOVA”, continúa: “Los periodistas nos comparan a menudo con una start-up, y no están totalmente equivocados. Nuestro movimiento es nuevo, dinámico, joven”. Y recomienda: “Si se quiere luchar contra la abstención, hay que liberalizar los partidos”.

En marche!, aunque ha recibido ayuda por parte de empresas, a las que los partidos externalizan una parte cada vez más significativa de las tareas militantes, debe su rápido auge a las redes de partido de antiguas organizaciones. Secciones enteras de federaciones socialistas, en efecto, se han echado en sus brazos. Y muchos representantes electos de importancia, a la vez que reclaman una investidura del PS para las elecciones legislativas, apoyan a Macron. El propio presidente de la Oficina Nacional de Afiliaciones del PS ha abandonado el partido. De manera más amplia, el movimiento atrae a los “fanfarrones”. Bernard Kouchner, François Bayrou, Robert Hue, François de Rugy y otros tantos, como una tropa sin columna ni recursos, luchan en la campaña al lado del ex banquero.

“Los poderosos quieren tener siempre la última palabra”

“Actualmente, la verdadera división ya no se encuentra entre la izquierda y la derecha –considera Richard Ferrand, diputado socialista del departamento de Finistère y secretario general de En marche!–, sino entre los conservadores y los progresistas”. Macron, siguiendo los pasos de William Clinton, Anthony Blair o Matteo Renzi, intenta crear en Francia una “tercera vía”, promover una democracia neutralizada por el consenso. “Me afilié al PS con 18 años. Iba a las reuniones y a las charlas –continúa Ferrand, relator de la “Ley Macron” en la Asamblea–. Entonces aún existía la clase obrera y el dueño de las fraguas. Hoy en día, la relación entre patronos y asalariados es una relación de camaradería. Hay un interés común. Es verdad que Zola sigue presente y que aún se pueden encontrar negreros en las empresas, pero el conflicto de clases ya no es tan evidente”.

Mélenchon no se cree nada de eso. Encaramado a un estrado, con un abrigo negro y una corbata roja, se dirige al centenar de personas que no han podido entrar en el teatro municipal de Tourcoing. “Los poderosos quieren tener siempre la última palabra. Y con eso impresionan, causan miedo. Y la gente tiene miedo. Queremos librar al mundo laboral de este miedo. Miedo al mañana, a perder el empleo, a no tener la paga”. En este día de principios del mes de enero, el candidato ha organizado rápidamente una “intervención” de La France insoumise. Unas semanas antes, una cajera del grupo Auchan tuvo un aborto en su puesto de trabajo debido a sus condiciones laborales: “Me dijeron: ‘No vale la pena remitirse a Zola’ –continúa Mélenchon–. Yo no me remito a Zola. Es la vida la que se remite a Zola”.

Con 280.000 signatarios y 2.800 grupos de apoyo, La France insoumise ha pasado a ser una de las primeras fuerzas políticas organizadas del país. A pesar de que existe cierta proximidad entre su dispositivo de campaña y el de En marche!, Mélenchon se encarga de desmarcarse de su adversario: “Creo que la comparación tiene valor si se define el recurso a la plataforma como una alternativa a la forma tradicional de los partidos –considera en su blog (4)–. [Pero] la relación de estas dos plataformas con la sociedad no es la misma”. Dotado de una página en Facebook y de un canal en Youtube que cuenta con más de 200.000 suscriptores, añade: “El sistema de Macron funciona en gran medida a partir de la esfera mediática oficial. (…) En general, nosotros funcionamos voluntariamente eludiendo la oficialidad”.

La centralidad de la plataforma provendría de la observación llevada a cabo por Mélenchon de los mecanismos de la revolución ciudadana en América Latina. Mientras que, según él, el mundo habría entrado en “la era del pueblo”, la utilidad de los partidos habría perdido su carácter evidente. “Todos esos movimientos [latinoamericanos] dependen extremadamente de un personaje que expresa la voluntad del momento –afirma en un libro de entrevistas–. Pero llega casi sin organización ni partido cuando gana las elecciones. A pesar de que [su] papel es, permanentemente, central. (…) Es una debilidad orgánica de estas revoluciones” (5).

La France insoumise, que nació como reacción a las contradicciones internas del Front de Gauche, (FG, Frente de Izquierdas), difiere de una agrupación de partidos. El FG debía permitir instituir ese “partido sin muros” (6), igual que Die Linke en Alemania o Syriza en Grecia, que surgió durante la campaña contra el Tratado Constitucional Europeo en 2005. Pero ha fracasado en su constitución como una fuerza perenne y autónoma. En efecto, La France insoumise asume una parte de las tareas que incumben normalmente a las organizaciones clásicas. Por ejemplo, designa a los candidatos y forma a sus militantes en universidades populares. Pero se ha concebido para que los mecanismos de partido no influyan en él. Mélenchon explica: “No se le pide a nadie que tenga un carnet de militante –pueden tenerlo, no hay que avergonzarse de pertenecer a un partido, pero el movimiento La France insoumise no es ningún partido–” (7). En efecto, reúne a signatarios y no a afiliados, funciona gracias a donaciones y no a cuotas. Y, por ahora, no hay ni estatutos, ni instancias representativas ni corrientes. Su programa, L’Avenir en commun (“El futuro en común”), se ha nutrido bien de las contribuciones de sus miembros, pero la línea política y la dirección estratégica no han sido objeto de ningún debate ni de ninguna votación en el interior del movimiento.

Además, Mélenchon se afana en borrar la existencia de los partidos, incluso de aquellos que le son cercanos. Se han abandonado algunos atributos de los partidos obreros; no se canta La Internacional, por ejemplo. No obstante, los partidos continúan formando la osamenta del movimiento. Eric Coquerel, coordinador del Parti de Gauche (Partido de Izquierda), explica que “en muchos lugares, los militantes de nuestra formación apoyan o introducen La France insoumise. No habría podido nacer sin ella, sin su apoyo logístico y humano y sin una ayuda financiera de varios cientos de miles de euros”. De la cúpula directiva del movimiento a los grupos de apoyo a nivel local, los militantes de los partidos asumen la mayoría de las tareas de dirección.

No obstante, sus relaciones con La France insoumise pueden resultar complicadas. Aunque los nuevos afiliados, a veces reticentes a involucrarse en una organización, pueden encontrar en el funcionamiento de La France insoumise cierta forma de libertad, numerosos militantes, a la vez que reconocen la ampliación que permite esta forma con respecto al contexto de los partidos, temen la atomización que resulta de ésta. Les parece que la disolución de los partidos en el interior de un movimiento y el cuestionamiento del término “izquierda” hacen que se corra el riesgo de un desarme ideológico y organizativo.

“Somos una verdadera fuerza militante”

Desde Mayo del 68, los movimientos sociales aparecen como los espacios en los que se inventaría otra forma de hacer política, al contrario que los partidos. Éstos, conscientes del fenómeno y como señal de apertura, reclutan con regularidad a figuras de los movimientos sociales. Por el contrario, también ocurre que los movimientos sociales utilizan los partidos para difundir sus ideas. También entre la derecha.

“Lo queramos o no, hemos subido a bordo del barco de la política –nos explica Madeleine de Jessey, portavoz de la asociación tradicionalista Sens Commun (SC, “Sentido Común”)–. Así que hay dos actitudes posibles: dejar que nuestra embarcación vaya a la deriva o retomar el timón”. Fundó SC en 2014. Tras haberse asociado a la UMP para “modificar su línea federalista”, SC pretende utilizar a Los Republicanos para “poner fin a la hegemonía cultural de la izquierda”. Sus fundadores, todos provenientes de La Manif pour tous (surgida en 2012 para oponerse al matrimonio homosexual), reprochan a los partidos conservadores no poseer ningún “proyecto de civilización” y limitarse con demasiada frecuencia a llevar a cabo una “política de gestión”.

A imagen y semejanza del Tea Party con el Partido Republicano en Estados Unidos, SC ha revitalizado la derecha, permitiéndole efectuar una confluencia con los batallones tradicionalistas. “Somos una verdadera fuerza militante”, observa De Jessey. Para la mayoría de los 9.000 militantes de SC, se trata de su primera incursión en política y “no han creado ningún plan de carrera en los pasillos de los partidos”. Se distinguen por su activismo. “Somos mucho más jóvenes que la gente de Los Republicanos y hemos adquirido un savoir-faire militante en el movimiento social de 2013 que es difícil encontrar en las demás formaciones de derechas”. En primer lugar, SC favoreció la victoria de François Fillon en las primarias de noviembre de 2016. A continuación, asegurar a su favor la organización de la gran concentración del 5 de marzo en la plaza de Trocadéro en París le permitió volver a ascender entre los notables de su partido, quienes habían decidido entonces buscar a un candidato menos golpeado. SC también implantó la idea de que la derecha podría volver a convertirse en un movimiento de masas, presente tanto en las urnas como en la calle.

Entre Los Republicanos, SC conserva su autonomía política y financiera. Por otra parte, dispone de su propia organización militante. Ante una veintena de simpatizantes reunidos en la sala trasera de un restaurante chic de Metz, Maximilien Hertz, responsable de la asociación en la región administrativa del “Gran Este”, declara: “No somos un movimiento parisino. Queremos volver a conectar con lo real pero, para ello, nuestra red tiene que ser lo más densa posible. Después de Nancy y Reims, tenemos que crear un equipo aquí, pues nuestra implantación es nuestra fuerza”. Pierre de Saulieu, presente a su lado, se ha convertido recientemente en el referente de SC en Nancy. “Yo era el responsable de La Manif pour tous en la ciudad. En el momento de las elecciones municipales, [Laurent] Hénart, el candidato para la alcaldía, vino a verme para proponerme convertirme en su adjunto en el ámbito de la educación. Un año después del comienzo de mi mandato me uní a Los Republicanos y a Sens Commun”.

Sin embargo, casi ninguno de los dieciséis participantes que se encuentran alrededor de la mesa ha participado en La Manif pour tous. Se movilizaron aprovechando las primarias y comparten las mismas ganas de “revolucionar la política”. Para calmar el entusiasmo de los presentes, Hertz les advirtió, tres meses antes de la imputación de Fillon: “Nos vamos a decepcionar, seguro. Vamos a tener que tragar mucho, es cierto. Podemos tener convicciones, pero cuando el cabeza de familia da un puñetazo sobre la mesa, todo el mundo escucha”. El movimiento ya ha conseguido recomponer el campo político de la derecha instalando ahí una corriente de ideas heredada de los Anti-Lumières, la filosofía que se opone a la filosofía ilustrada.

“Revolucionar la política”

Pese a todo, la extrema derecha no le dejará vía libre en este terreno. Stéphanie Bignon, autora de La Chasteté ou le Chaos? (“¿La castidad o el caos?”) (Via Romana, 2016) y presidenta de Terre et Famille (“Tierra y familia”), conversa esta tarde de forma agradable con Gabrielle Cluzel, periodista del sitio web Boulevard Voltaire, y con Cécile Edel, de la asociación Choisir la vie (“Elegir la vida”). Sentadas una al lado de la otra en la tribuna, han respondido a la invitación de Souveraineté, identité et liberté (SIEL, Soberanía, Identidad y Libertad), cercana al Frente Nacional (FN). La velada, bajo los auspicios de Juana de Arco, reúne a unas cien personas que han acudido para exaltar la valentía de las “mujeres patrióticas”. “El SIEL es un partido muy joven –nos explica su presidente, Karim Ouchikh–. En 2012, Marine Le Pen nos hizo un encargo: quería crear una estructura capaz de acoger a los electores de derechas que se negaban a unirse al FN. Nos encomendó este trabajo. Teníamos que desempeñar un papel de esclusa”.

Desde que, en noviembre de 2016, el SIEL abandonó el Rassemblement bleu Marine (Agrupación Azul Marino) –la coalición de partidos soberanistas fundada por Le Pen– lamentando “la ausencia de democracia interna”, obra por la construcción de una unión de las derechas y reivindica su función de pasarela entre los círculos de Los Republicanos y los del FN (8). Si Ouchikch acepta jugar al “casco azul”, es porque, desde su punto de vista, “existe un espacio cultural unificado y mayoritario en el interior de las derechas”. Con un vaso con sidra en la mano, continúa: “La mayoría piensa que Francia no nació en 1789, sino que ahonda sus raíces en el Antiguo Régimen. Y sitúa en el centro de sus debates la cuestión de la islamización”. Serían numerosas las señales de un avance ideológico: “Los éxitos editoriales de Philippe de Villiers, Éric Zemmour y Patrick Buisson; el aumento de poder de un semanario como Valeurs actuelles y, sobre todo, la magnitud de las Marches pour la vie [“Marchas por la vida”] y de la Manif pour tous, que demostró que se había levantado en Francia una derecha ligada a los valores”.

La transición de una fracción del movimiento obrero hacia la extrema derecha

Ouchikh, tomando como modelo el éxito de la derecha nacionalista en los países de Europa del Este, prevé una recomposición política. Apuesta, “desgraciadamente”, a que las contradicciones internas del FN acabarán haciendo que su estrategia política se tambalee. “En el comité central, el 80% de los representantes electos son representantes de la derecha nacional. La realidad de los cuadros y de los militantes de este partido no tiene nada que ver con la línea de su dirección”.

“Me niego a decir que el FN es de izquierdas o de derechas –nos recuerda Louis Aliot, vicepresidente del partido–. El FN no es de derechas ni de izquierdas; quizás, de forma más precisa, diría que es de izquierdas y de derechas”. Este eslogan, “Ni droite ni gauche” (“Ni de derechas ni de izquierdas”) –formulado en los años 1930 por futuros dirigentes colaboracionistas (Jacques Doriot, Simon Sabiani)–, cuenta actualmente con la doble función de desarticular cualquier tentación de unión de las derechas y de no prohibir algunos guiños hacia la izquierda. “Cuando militaba en Lutte ouvrière [Lucha Obrera], tenía muchos amigos que leían Le Monde diplomatique”, asegura por ejemplo el alcalde de Hayange, Fabrice Engelmann. Designado por el FN en 2014 para quitarle el Ayuntamiento al PS, contaba con un perfil complicado pero perfecto. Tras haber pasado por la formación trotskista, este responsable de una sección del sindicato Confederación General del Trabajo (CGT) se afilió al Nouveau Parti Anticapitaliste (NPA, Nuevo Partido Anticapitalista). Finalmente se unió al FN. “En Hayange y sus alrededores, por decirlo de alguna manera, no existía el FN. Había un militante del Frente Nacional sin mucho entusiasmo, un ex legionario con el que uno no habría querido pasar la velada. Era el eterno candidato del Frente Nacional”. Engelmann, omnipresente en los reportajes sobre su partido, simboliza la transición de una fracción del movimiento obrero hacia la extrema derecha. Y los nuevos ropajes a los que aspira.

Ya que Le Pen desea la formación de un “partido renovado, abierto, eficaz”. Y busca librarse de la etiqueta “FN”, que sigue siendo una pesada carga. Desde la “agrupación nacional” pensaba durante las elecciones legislativas de 1986 para que se adhirieran los tránsfugas de la derecha hasta el Rassemblement bleu Marine, creado en mayo de 2012, desde las formaciones destinadas hace veinte años a alisar las posiciones ideológicas de los militantes hasta las que existen actualmente, todo se orienta a reconstruir una formación que aún sufre una falta de los cuadros necesarios para el ejercicio del poder (9).

El FN, monopolizado y corrompido por un clan, ilustra a su manera la degeneración de las organizaciones colectivas. Aunque el artículo 4 de la Constitución francesa enuncia que “los partidos y agrupaciones políticas concurren en la expresión del sufragio”, escasean aquellos que contribuyen en la formación de conciencias soberanas. La mayoría se limitan a ejercer el papel de máquinas electorales al servicio de aventuras personales. Una señal de los tiempos que corren: Francia contaba con 20 partidos en 1990; en 2016 eran 451.

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(1) Robert Michels, Les Partis politiques. Essai sur les tendances oligarchiques des démocraties, Flammarion, París, 1914, y Simone Weil, Note sur la suppression générale des partis politiques, Climats, París, 2006 (1ª ed. en francés: 1940).

(2) Daniel Cohn-Bendit, Pour supprimer les partis politiques!?. Réflexion d’un apatride sans parti, Indigène Éditions, Montpellier, 2013.

(3) Nathalie Éthuin, “Les évolutions du militantisme”, universidad de verano del Partido Comunista Francés, agosto de 2010.

(4) Jean-Luc Mélenchon, “L’événement du 18 mars ouvre un chemin”, L’Ère du peuple, 4 de marzo de 2017, http://melenchon.fr

(5) Jean-Luc Mélenchon, Le Choix de l’insoumission. Entretien biographique avec Marc Endeweld, Seuil, París, 2016.

(6) Ibid.

(7) Jean-Luc Mélenchon, mitin en Estrasburgo, 15 de febrero de 2017.

(8) Valérie Igounet, Les Français d’abord. Slogans et viralité du discours Front national (1972-2017), Éditions Inculte, col. “Essais”, París, 2017.

(9) Alexandre Dézé, “Une nouvelle stratégie?”, en Sylvain Crépon, Alexandre Dézé y Nonna Mayer (bajo la dir. de), Les Faux-semblants du Front national. Sociologie d’un parti politique, Presses de Sciences Po, París, 2015.

Allan Popelard

Profesor de secundaria y periodista.

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