Existe al menos un país donde las elecciones tienen efectos rápidos. Desde la victoria de Donald Trump, el peso mexicano se desploma, el coste de los préstamos hipotecarios se eleva en Francia, la Comisión Europea afloja la presión presupuestaria, los encuestadores y los adeptos al microtargeting electoral quieren hacerse invisibles, el escaso crédito concedido a los periodistas agoniza, Japón se siente alentado para su rearme, Israel espera el traslado de la Embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén y el Acuerdo Transpacífico ha muerto.
Este torbellino de acontecimientos y de conjeturas provoca una ensoñación mezclada con inquietud: si un hombre casi universalmente descrito como incompetente y vulgar ha podido convertirse en presidente de Estados Unidos es porque, ahora, todo es posible. Un contagio del escrutinio estadounidense parece incluso tanto más concebible cuanto que su imprevisto desenlace fue señalado en el mundo entero y no solamente por los expertos en política exterior.
Desde (...)