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Otra Europa es posible

¿Qué representa el nombre de “Europa”?

por Bernard Cassen, junio de 2020

La relación entre una entidad y el nombre que lleva (o que le han dado) tiene un contenido que puede variar de una configuración a otra. Para un estudio de caso, no hay mejor tema que la expresión “Europa”, usada sin descanso por los medios de comunicación y por buen número de responsables políticos en sustitución de “Unión Europea”.

La Unión Europea es una comunidad interestatal creada por el Tratado de Roma de 1957. No plantean, por lo tanto, ningún interrogante su existencia, sus instituciones y sus poderes. “Europa”, en cambio, no tiene base jurídica. Sólo puede reivindicar una existencia geográfica, cuyo perímetro es tema de múltiples debates. Uno entre muchos es el recurrente debate sobre la identidad europea (o no) de Rusia y Turquía; también los hay más circunstanciales, como el que versa sobre la prevista ampliación de la Unión Europea, con la inclusión de dos Estados balcánicos, Albania y Macedonia del Norte. ¿Cómo debemos pues interpretar ese desplazamiento semántico de lo exacto a lo inconcreto para designar un conjunto territorial que aún no se ha estabilizado por completo?

La primera explicación se rige por la ley del mínimo esfuerzo lingüístico que impone el entorno mediático: “Europa” es más breve y más inmediatamente identificable que “Unión Europea”. Pero sustituir una por otra es tanto como asentar vaguedades, o incluso dar información falsa. Por un lado, no todos los países del Viejo Continente –otra forma de definir “Europa”– son miembros de la Unión Europea. Por otra parte, la confusión entre ambos términos repercute en el contenido de determinados enunciados en un campo léxico, el del derecho europeo –con sus tratados, directivas, reglamentos, decisiones y otros instrumentos jurídicos– que no puede tolerar la más mínima imprecisión.

Hay sobrados ejemplos de este laxismo. Quedémonos con uno tomado de la reciente actualidad: el del inevitable covid-19. Durante unos días, todos a una, los medios de comunicación denunciaron enérgicamente lo que consideraban una culpable falta de coordinación entre instituciones y Estados europeos en la lucha contra la pandemia. Las formulaciones eran prácticamente idénticas, como si se tratara de “elementos discursivos” tomados de una sola fuente.

Podemos citar uno, perfectamente representativo: “Europa incapaz de unirse contra el virus”. Como ha quedado claro, “Europa” es un cascarón vacío, a diferencia de la Unión Europea, que sí tiene amplias competencias, aunque acotadas por los tratados. En particular, no tiene “competencias exclusivas” en materia de salud pública, ni “competencias compartidas” con los Estados en este ámbito. Sólo tiene “competencias de apoyo” a las políticas nacionales. Es por tanto hacer alarde de ignorancia criticar a la Unión Europea, a través de su brazo armado, la Comisión Europea, por no haber tomado iniciativas en un sector en el que los textos sólo le atribuyen un papel secundario.

¿Son semejantes vaguedades y equívocos cosas que puedan preocupar a la Comisión en su función estatutaria de “guardiana de los Tratados”? Podemos tener serias dudas al respecto. En su constante búsqueda de nuevos poderes, le es más que conveniente que se diga (y callando, otorga) que “Europa” es la Unión, y por lo tanto ella misma, la Comisión. Esta apropiación conlleva, sin embargo, un riesgo político importante: identificar las políticas europeas –impopulares– con “Europa” que, al igual que los espejismos, sigue siendo un horizonte de consenso.

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Bernard Cassen

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