El mandato de Jeremy Corbyn al frente del Partido Laborista finalizó el pasado abril en mitad de un silencio sepulcral. El Reino Unido estaba en pleno confinamiento por el coronavirus, su suerte en manos de un Servicio Nacional de Salud (National Health Service, NHS) infrafinanciado y falto de personal tal y como denunciaba incansablemente Corbyn, y a merced de un primer ministro completamente novato en la gestión de crisis.
El virus había relegado a un segundo plano la carrera por la sucesión de Corbyn al frente del Partido Laborista, una consulta motivada por la aplastante derrota sufrida a manos de los tories de Johnson en las elecciones generales de diciembre de 2019. Corbyn, según lo esperado, fue sucedido por Keir Starmer, quien fuera portavoz laborista para el brexit, que consiguió un 55% de los votos de los militantes, simpatizantes y sindicalistas afiliados al partido, un resultado casi tan imponente como la (...)