Silvio Berlusconi en 1994, Donald Trump en 2016 y Emmanuel Macron en 2017: todos irrumpieron en la presidencia de grandes Estados occidentales tras una victoria electoral obtenida al primer intento. Estos tres personajes políticos disruptivos difieren notablemente en su personalidad, sus rasgos psicológicos, su edad y el contexto de su intervención. Pero tienen un punto en común: importan la gestión empresarial al ámbito político y componen el glorioso relato de su experiencia empresarial. Son jefes del “Estado-empresa”. No son los únicos dirigentes que aplican semejante modelo, el cual parece extenderse: se podría citar a Mauricio Macri en Argentina, a Andrej Babis en la República Checa –que afirma “gestionar el Estado como una empresa familiar”– o incluso a Recep Tayyip Erdogan, que pretende “dirigir Turquía como una empresa”.
Como suele suceder, Italia ha sido un laboratorio, y Berlusconi, la criatura pionera: fue el primero que encarnó la figura del “presidente-empresario”, en este (...)