El 24 de marzo de 2019: un día que debería pasar a la historia como el domingo negro de los grandes medios de comunicación. En cuatro páginas lapidarias, el secretario de Justicia estadounidense acababa de resumir las principales conclusiones del fiscal especial Robert Mueller, quien, desde hace más de dos años, investiga con recursos considerables sobre la supuesta alianza –coordinación, colusión o complot– entre Donald Trump y su homólogo ruso Vladímir Putin para influir en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016 en beneficio del primero. Veredicto: “En definitiva, la investigación no ha establecido que el equipo de campaña [de Trump] se coordinara o conspirara con el Gobierno ruso en el marco de actividades para interferir en las elecciones”.
Mueller, de quien no se podía sospechar complacencia alguna para con el multimillonario neoyorquino, hasta el punto de que los demócratas le rendían culto (un sitio web incluso comercializa “velas para rezar a (...)