Las revueltas que recorren el mundo –de Madrid a Lisboa, Atenas, Roma, Nueva York, Túnez, Egipto, Yemen, Turquía y Brasil– han pasado de la indignación a la rebelión y, en algunos casos –muy pocos– han comenzado a plantear una alternativa al modo de entender la política. Las chispas que dieron pie a buena parte de ellas –la carestía del transporte público, la urbanización de un parque público, incluso el suicidio de un joven– pueden parecer anecdóticas (como lo fueron, en su día, el precio del té o del pan, o la carne podrida en un acorazado...), en realidad responden a esa lógica que supo describir Hegel para presentarnos las argucias que impulsan el viento de la Historia. Aun reconociendo su importancia, no es a esos ejemplos de revuelta popular a los que nos referiremos aquí.
En efecto, hay otro tipo de problema, de mayor calado, que halla un tratamiento lúcido y (...)