La “primavera árabe”, que algunos están enterrando con rapidez, acaso todavía no haya terminado de dar sus frutos. Uno de los más sorprendentes e inesperados, habida cuenta de la coyuntura, es el proyecto de un Tribunal Constitucional Internacional. Esta idea nació de los disgustos que experimentó Moncef Marzouki, actual presidente de Túnez (a la espera de las instituciones estables con las que la Asamblea Constituyente debe dotar al país), frente a las deficiencias del Derecho internacional. Bajo la dictadura de Zine El-Abidine Ben Ali, Marzouki vio cómo se sucedían unas a otras elecciones organizadas en un contexto de fraude y terror, sin que los grandes textos internacionales, que se supone deberían garantizar las libertades públicas y la democracia, le ofrecieran un recurso eficaz.
Cierto es que, en la comunidad internacional, aunque la democracia sea proclamada como valor universal, no hay manera de hacerla aplicar. Y ese es el motivo por el (...)