A lo largo de los dos últimos siglos, los ulemas siempre desconfiaron de las formas modernas de expresión cultural, temerosos de que estas últimas permitieran a la gente servirse de modos exteriores a la religión para encararse a su vida y al mundo. Pero por más que protestaran, la mayoría de las prácticas artísticas y culturales seguían siendo aceptadas. Es cierto que algunas manifestaciones (como por ejemplo la pintura moderna) llevaban la marca de Occidente y no interesaban más que a los efendis (burgueses occidentalizados).
Esta prudente tolerancia daba cuenta de un marco de pensamiento teológico (kalam) en el cual la religión no se limita a la ley religiosa (sharia), sino que alberga además cierto pluralismo. Prácticas literarias y artísticas más o menos profanas (poesía, caligrafía, artes plásticas, música) se consideraban compatibles con la religión, incluso cuando chocaban contra las convenciones. Obras de una formidable diversidad y una creatividad a menudo (...)