En 1919, George Grosz y John Heartfield, miembros activos del Club Dadá en Berlín, afirman con brío que “el título de artista es un insulto”. Ya que “el término ‘arte’ es la anulación de la igualdad entre los hombres”. Ambos son… artistas. No han cumplido 30 años. Han conocido y odiado la guerra hasta el punto de americanizar su nombre por repugnancia hacia el nacionalismo, acaban de afiliarse al joven Partido Comunista alemán y de presenciar el aplastamiento homicida del levantamiento espartaquista. Grosz y Heartfield aprueban los “Trece puntos del dadaísmo” berlinés, sobre todo el que aboga por una “asociación internacional y revolucionaria de creadores e intelectuales de todo el mundo basada en el comunismo radical”. No son meras palabras, sino la expresión de una aspiración ardiente. En la estela de 1917 y el movimiento insurreccional que sacude Europa de Alemania a Austria y de Italia a (...)
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Entonces el arte se sublevó
Desde la época anterior a la guerra se había consumado la ruptura con los códigos del arte burgués. Después de 1917, los artistas se afanaron en dar sentido a los desafíos revolucionarios, lo que abrió nuevas vías estéticas. Pero no sin contradicciones para ellos mismos.
por Evelyne Pieiller,
octubre de 2017
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