En 1917, después de tres años de guerra, el entusiasmo patriótico de los soldados decayó en el Imperio ruso. Uno de ellos declaraba a una enfermera: “Es que antes no sabía hasta qué punto vivían bien los ricos. [Cerca del frente] comenzaron a alojarnos en casas expropiadas, y vi cuán fabulosas eran; vi en el suelo y en las paredes toda clase de cosas de las que poseen, (…) cosas caras, bellas y que no sirven para nada. Ahora, viviré de esa manera y no entre las cucarachas”.
El zar Nicolás II, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, había desatendido sus funciones, permitiendo que el místico Rasputín influyese en la familia imperial. El esfuerzo económico necesario para la guerra total puso al descubierto las carencias del Estado. Desde 1914, los precios habían aumentado en más del doble y las autoridades querían expropiar las cosechas de los campesinos para alimentar las (...)