Están allí, esperando como cada lunes al atardecer. Son sobre todo ancianos, mujeres y niños. En el cruce de dos callejuelas polvorientas, están atentos a la llegada de la camioneta. Todo el pueblo de Santa Rosa del Peñón, en el norte de Nicaragua, espera noticias de Costa Rica. Cuando el vehículo que entrega los paquetes aparece vertiginosamente en medio de una nube gris, se genera una verdadera batahola: la gente se acerca para recoger cartas, pagarés metidos en un sobre, y hasta una pequeña nevera. Desde el país vecino, los emigrantes originarios de Santa Rosa ayudan a sus familias: el pueblo depende de la ayuda externa. Las sumas enviadas varían entre 10 y 100 dólares mensuales, “para poder comer”, “para los cuadernos de los niños”, “para los medicamentos” o “para pagar una deuda”.
Desde que Nicaragua redujo sus servicios públicos, los gastos escolares y de atención médica revierten sobre la población, (...)