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Ankara intenta retomar el control en Oriente Próximo

El presidente Erdogan sella el “final del modelo turco”

Entre dos polémicas con los dirigentes europeos, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, que pretende reforzar su poder en el plano interno, se acerca a Arabia Saudí y a Rusia. Esta reorientación demuestra la delicada situación de Turquía en su entorno regional. Parece que ya se ha acabado la época en la que este país aparecía como uno de los grandes beneficiarios de las “primaveras árabes”.

por Jean Marcou, abril de 2017

Desde 2014, la Turquía presidida por Recep Tayyip Erdogan intenta reajustar su política exterior en función de la evolución del conflicto sirio, pero también de su situación interna. Durante las “primaveras árabes” en 2011, la experiencia inédita del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP por sus siglas en turco), una formación islamoconservadora que ha permanecido en el poder desde las elecciones legislativas de 2002, se mostraba como un ejemplo de democracia para la región. La diplomacia de buena vecindad puesta en marcha por el ministro de Asuntos Exteriores, Ahmet Davutoglu, y el dinamismo de una economía emergente contribuían a dar una imagen positiva de este país en Oriente Próximo.

Desafortunadamente, el ambiguo posicionamiento de Ankara con respecto a algunos movimientos yihadistas en la crisis siria, su proximidad con los Gobiernos islamistas nacidos de las transiciones políticas en proceso –pero criticados– en Egipto y en Túnez y, finalmente, la violenta represión, durante la primavera de 2013, de las manifestaciones populares que surgieron de la oposición a la destrucción del parque Gezi en Estambul han empañado su imagen.

Desde 2015, Turquía se ha visto confrontada con la intervención directa de Rusia en el conflicto sirio, a pesar incluso de que las fuerzas del Partido de la Unión Democrática (PYD por sus siglas en kurdo) –una formación kurda siria asociada al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK por sus siglas en kurdo)– se hacían con la ventajosa posición de adversarios por excelencia, con el apoyo de los occidentales, de la Organización del Estado Islámico (OEI). La multiplicación de los atentados –yihadistas y kurdos– en su territorio aparece como el precio pagado por involucrarse de forma temeraria en su frontera meridional y por rechazar las aspiraciones de su población kurda.

Todos estos factores llevan a Ankara a revisar su posicionamiento diplomático y geoestratégico, en un contexto de transformación interna en el que se ve cómo Erdogan intenta afirmar sus prerrogativas y su poder presidenciales. La nueva diplomacia turca, calificada por el primer ministro Binali Yildirim de “política del ‘más amigos que enemigos’” (1), pretende ser pragmática. No obstante, sigue sujeta a incertidumbres en un momento en el que la llegada al poder de Donald Trump amenaza con socavar un poco más los frágiles equilibrios de la región.

1. Acercamiento hacia los saudíes

Este cambio de rumbo diplomático implica un acercamiento hacia Arabia Saudí y un distanciamiento de Irán. Uno de sus primeros signos claros apareció en enero de 2015, cuando Erdogan interrumpió una gira africana para asistir al funeral del rey Abdalá en Riad, no sin antes haber proclamado un día de duelo nacional. Este punto de inflexión, mal percibido en su país sobre todo por la oposición laica y por el Partido Democrático de los Pueblos (HDP por sus siglas en turco) (2), no se ha desmentido posteriormente. Durante la primavera de 2015, el Presidente turco brindó un sólido apoyo a la intervención militar saudí en Yemen, acusando a Irán de querer “dominar” Oriente Próximo (3). Y en enero de 2016, a su regreso de un viaje oficial al reino wahabita, se negó a condenar la ejecución del ayatolá y disidente chií Nimr Baqr al Nimr por las autoridades saudíes, la cual provocó la ruptura de las relaciones diplomáticas entre Riad y Teherán.

Esta convergencia turco-saudí causa sorpresa, puesto que el Gobierno turco no se adhería hasta entonces a la lógica de confrontación entre chiíes y suníes. En marzo de 2011, criticaba la represión del levantamiento en Bahréin (liderado por chiíes pero no exclusivamente) por parte de las tropas del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG). Poco después, durante un desplazamiento a Irak, Erdogan causaba sensación al rezar en Nayaf en el mausoleo de Alí –yerno del Profeta y figura venerada del chiísmo– y al poner en guardia al mundo musulmán contra las divisiones sectarias.

Esta reorientación con respecto a una creciente rivalidad saudo-iraní sólo se guía por preocupaciones confesionales. También tiene como objetivo favorecer el regreso de Ankara a la crisis siria, ya que los dirigentes turcos y saudíes, cuando se reúnen, discuten sobre todo del apoyo por brindar a una parte de las fuerzas rebeldes sirias. Todo esto ocurre en un momento en el que, además, los primeros intentan convencer a los estadounidenses de brindar más apoyo al Ejército Sirio Libre (ESL), que lucha contra el régimen de Bachar el Asad desde julio de 2011 y que intenta distinguirse de las fuerzas yihadistas de tendencia takfir (4).

Además, el Gobierno turco, para ser plenamente creíble con esta reorientación, debe deshacerse de la imagen, poco aduladora, de aliado de la OEI que arrastra desde el asedio de la ciudad siria de Kobane por los yihadistas en septiembre de 2014. Durante esta batalla, mientras que las tropas kurdas de las Unidades de Protección Popular (YPG por sus siglas en kurdo, el brazo armado del PYD) y del PKK defendían la ciudad con el apoyo de la aviación occidental, el Ejército turco solo dejó pasar a un pequeño convoy de peshmergas provenientes de Irak como refuerzo. No obstante, después del atentado (atribuido a la OEI) en la ciudad fronteriza de Suruç el 20 de julio de 2015, Turquía autorizó a la coalición internacional a utilizar la base de Incirlik en su guerra contra las tropas del “califato”. Esta reorientación marcaba el inicio de un proceso que debía permitir al Ejército turco afirmarse como el enemigo más determinado de la OEI.

2. Preocupación constante por los éxitos kurdos

Al principio resultó difícil que esta reorientación convenciera, ya que las fuerzas turcas atacaban más a menudo a las tropas del PKK en el norte de Irak o del PYD en Siria (desde el otoño) que a las de la OEI. No obstante, Turquía se convirtió a finales de 2015, y sobre todo en 2016, en uno de las primeros objetivos de la organización. Esto le llevó a reaccionar en el plano interno, con el desmantelamiento masivo de células yihadistas por parte de la Policía, pero también en el exterior. Varios meses de lanzamientos esporádicos de cohetes Katiusha por la artillería de la OEI a la provincia fronteriza turca de Kilis dieron a Ankara, a principios de mayo de 2016, el pretexto para una primera incursión de sus blindados en territorio sirio.

Este asunto tomó una nueva dimensión cuando, el 24 de agosto de 2016, el Ejército turco, para apoyar a los rebeldes árabes sirios a los que entrenaba desde el año anterior, cruzó de nuevo la frontera con motivo de la operación “Escudo del Éufrates” y tomó la ciudad de Yarablus, en la ribera oeste del río. Esta vez se había declarado la guerra a la OEI. Pero seguía resultando difícil que la postura antiyihadista de Ankara convenciera, ya que el objetivo principal de esta incursión era luchar contra los yihadistas y, además, impedir una confluencia entre las fuerzas kurdas presentes, respectivamente, en la ciudad de Manbij (en el este) y en el enclave de Afrin (en el oeste).

Turquía, aliada del Gobierno Regional del Kurdistán (GRK) del norte de Irak desde 2007, había recibido con inquietud la aparición de una zona kurda similar en el norte de Siria (Rojava), puesto que ésta se encuentra controlada por el PYD, cercano al PKK. No obstante, la idea de entablar con la región de Rojava relaciones comparables a las que existen con el GRK estuvo a la orden del día en 2013, cuando, en el plano interno, el Gobierno negociaba un acuerdo de paz con el PKK. En dos ocasiones durante el verano de 2013, Saleh Muslim, el líder del PYD, acudió de formal oficiosa a Turquía e incluso mencionó la apertura de una representación de su organización en Ankara. Entonces, la estrategia del AKP, el partido del presidente Erdogan, tenía como objetivo incluir a los kurdos del interior en el sistema político nacional e implementar una política de buena vecindad con los del exterior, en Irak e incluso en Siria. La evolución de la situación política interior puso en tela de juicio este proyecto y llevó al poder a modificar su punto de vista sobre la cuestión kurda.

Durante la primavera de 2013, el proceso de paz con el PKK quedó relegado a un segundo plano de la actualidad política por el movimiento protestatario de Gezi. A continuación se atascó, víctima, entre otras cosas, de una cargada agenda electoral en 2014 (elecciones locales y presidenciales) y en 2015 (elecciones legislativas). En Irak y en Siria, la ofensiva de la OEI volvió a barajar las cartas y reveló la ambigüedad del posicionamiento turco. En el contexto de la preparación de las elecciones legislativas se perdió una nueva ocasión de acercamiento con el PYD en febrero de 2015. La protección por parte de las tropas kurdas sirias de la evacuación del Ejército turco, entonces rodeado por la OEI, de su enclave de Suleiman Shah habría podido permitir que se retomara el diálogo. Pero, al mismo tiempo, Erdogan bloqueaba el intento por reactivar el proceso de paz con el PKK iniciado por su primer ministro, Davutoglu. El éxito electoral del HDP en junio de 2015, que le aseguró una confortable representación parlamentaria y que había impedido que el AKP volviera a obtener mayoría absoluta, acabó de convencer al Presidente turco para adoptar una estrategia de contención del ascenso kurdo. Aunque el HDP consiguió mantener su presencia en el Parlamento en las elecciones anticipadas de noviembre de 2015, fue objeto de una marginación y de una represión sistemáticas.

En el contexto de purgas tras el golpe de Estado fallido del 15 de julio de 2016, un gran número de representantes electos de este partido progresista, entre ellos sus copresidentes –Selahattin Demirtas y Figen Yüksekdag–, fueron encarcelados y corren el riesgo de ser condenados a cadena perpetua por “complicidad con una organización terrorista”.

3. Convergencias con Rusia

En septiembre de 2015, el apoyo masivo de la aviación rusa a las fuerzas del régimen sirio y de Irán, maniobrando en su flanco sur, alarmó a Ankara en un momento en el que sus aliados occidentales, algunos de ellos golpeados con dureza (como Francia), mencionaban un acercamiento con Moscú para luchar contra el terrorismo yihadista (5). El 24 de noviembre de 2015, la destrucción de un avión Su-24 ruso por F-16 turcos y el apoyo que Ankara recibió finalmente de Washington rompieron ese creciente aislamiento. El incidente inauguró seis meses de desavenencias con Rusia. La gravedad de las consecuencias económicas de este litigio probablemente explique la radipez por normalizar las relaciones.

Sin embargo, el apaciguamiento entre los dos vecinos también se vio favorecido por el deterioro de las relaciones con la Administración de Barack Obama. Los turcos reprochaban a los estadounidenses haber eliminado al PYD de la lista de organizaciones terroristas y haber hecho de los kurdos unos “socios responsables”. A finales de junio de 2016, Vladímir Putin aprovechó la oportunidad y aceptó las “disculpas” que le presentaba Turquía. Quince días más tarde, durante el intento de golpe de Estado, fue el primero en brindar su apoyo a su homólogo turco. Por el contrario, el aliado estadounidense, que reaccionó con retraso y que se negaba a extraditar a Fethullah Gülen –señalado por Erdogan como el presunto cerebro del golpe de Estado– aparecía como cada vez más sospechoso. “Damos las gracias a las autoridades rusas y, en particular, al presidente Putin. Rusia nos ha brindado un apoyo incondicional, al contrario que otros países”, declaraba Mevlüt Çavusoglu, el ministro de Asuntos Exteriores (6). En agosto de 2016, Erdogan acudía a Moscú para sellar la reconciliación. El acercamiento culminó en enero de 2017, cuando los rusos y los turcos, después de haber conseguido imponer un alto el fuego en Alepo, organizaron con Irán una conferencia en Astaná, en Kazajistán. Parece que la resolución de la crisis siria, situada así bajo la égida de un consorcio euroasiático, eludió durante algún tiempo a los occidentales.

Pese a todo, la restauración de esta relación ruso-turca está lejos de ser fiable. El proceso de Astaná no ha permitido superar ni la rivalidad turco-iraní ni el litigio ruso-turco con respecto a la crisis siria. Se vio rápidamente que, aunque Moscú se dedicaba de entrada a buscar una solución al conflicto, Ankara pretendía limitarse, en un primer momento, a hacer que se respetara el cese de las hostilidades entre los principales protagonistas. Por otra parte, a pesar de que Rusia avaló la operación “Escudo del Éufrates”, toda su estrategia consistía desde entonces en bloquear la continuación de la intervención turca hacia el sur y hacia la ciudad de Raqqa, la “capital” proclamada de la OEI, alejando así el riesgo de un enfrentamiento turco-kurdo (7).

Mientras tanto, el Gobierno turco no ha dejado de afirmar su simpatía por el cambio acaecido más allá del Atlántico. No obstante, los primeros contactos con Donald Trump no han desembocado en resultados tangibles en cuanto a la extradición de Gülen o a la ruptura de las relaciones estadounidenses con el PYD. En la perspectiva de una ofensiva en Raqqa, Ankara intentó persuadir a Washington de abandonar a los kurdos sirios para que se decantara por los rebeldes que ésta apoya. Ahora bien, parece que el episodio de la laboriosa toma de la ciudad de Al Bab (8) por estos últimos no convenció a la Administración estadounidense de la eficacia de esta opción, además involucrada en el sur en la confluencia, favorecida por Moscú, entre las tropas de Damasco y las del PYD.

Sea como sea, Estados Unidos sigue apostando por el papel que las Fuerzas Democráticas Sirias (una alianza del PYD con otras fuerzas rebeldes sirias “laicas”) podrían desempeñar durante la ofensiva final contra la OEI (9). En esta perspectiva, es probable que, como sus predecesores, los nuevos dirigentes estadounidenses se dediquen a conciliar las ambiciones, a veces antagonistas, de sus aliados (kurdos, turcos y el ESL), a la vez que evitan su enfrentamiento con las fuerzas del régimen sirio apoyadas por Rusia.

Por su parte, en un momento en el que parece que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) está llamada a sobrevivir al cambio político en Washington y en el que el proceso de Astaná ha mostrado sus limitaciones, Turquía difícilmente podrá continuar obteniendo rédito de su relación con su vecino ruso para ejercer presión sobre su aliado estadounidense, tal y como logró al final del mandato de Obama. Con una convergencia ruso-estadounidense en Siria incluso se correría el riesgo de consolidar la autonomía de los kurdos del PYD. Esta relación conjunta con Moscú y Washington, lejos de representar una ventaja, podría convertirse a la larga en una pesada carga para Ankara (10).

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(1) Cf. Sami Kohen, “‘Daha çok dost, daha az düsman’ nasil olacak?” (“¿Cómo comprender ‘más amigos, menos enemigos’?”), Milliyet, Estambul, 27 de mayo de 2016.

(2) Véase Selahattin Demirtas, “El hombre que se cree un sultán”, Le Monde diplomatique en español, julio de 2016.

(3) Véase Mohammad-Reza Djalili y Thierry Kellner, “Ankara y Téhéran, ¿aliados o rivales?”, Le Monde diplomatique en español, enero de 2017.

(4) Véase Bachir El-Khoury, “¿Quiénes son los rebeldes sirios?”, Le Monde diplomatique en español, diciembre de 2016.

(5) Véase Jacques Lévesque, “El ‘doble o nada’ de Rusia en Alepo”, Le Monde diplomatique en español, noviembre de 2016.

(6) Entrevista concedida a la cadena de televisión Haberturk, 25 de julio de 2016.

(7) Cf. Murat Yetkin, “Kurdish autonomy in Syria via Russian hands?”, Hürriyet Daily News, Estambul, 4 de marzo de 2017.

(8) Cf. Cengiz Çandar, “What’s really happening in Syria’s Al-Bab?”, Al-Monitor, Washington, DC, 21 de febrero de 2017.

(9) Amberin Zaman, “Turkey, Kurds project confidence as Pentagon plans next Syria moves”, Al-Monitor, 23 de febrero de 2017.

(10) Cf. Cengiz Çandar, “Erdogan caught between Trump, Putin in Syria war”, Al-Monitor, 13 de febrero de 2017.

Jean Marcou

Profesor en Sciences Po de Grenoble, coordinador del máster Mediterráneo-Oriente Próximo, investigador asociado en el Institut Français d’Études Anatoliennes (IFEA) de Estambul.

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