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Los proyectos de la Casa Blanca siembran el pánico en su vecino del sur

La trampa de la dependencia se cierra sobre México

Estados Unidos no ha declarado la guerra a México; simplemente desea renegociar el acuerdo comercial que lo une a su vecino. El proyecto, no obstante, ha causado horror en México. Desde principios de los años 1980, el país ha elegido adaptar su economía a la de Estados Unidos. ¿Podría un giro de 180 grados al norte del río Bravo dejar de producir turbulencias en el sur?

por James M. Cypher, abril de 2017

Wilbur Ross, nuevo secretario de Comercio, está convencido de ello: Estados Unidos “soporta una guerra comercial desde hace décadas y por ese motivo presenta semejante déficit” (1). Durante la comparecencia previa a su nombramiento, el multimillonario había anunciado su prioridad para terminar con esa situación: renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA por sus siglas en inglés), firmado con México y Canadá en diciembre de 1992. Para el presidente Donald Trump y su equipo, el tratado ha aumentado el déficit comercial de su país, que alcanzaba los 500.000 millones de dólares en 2016, un 12% del cual con respecto a México.

Las características de esta renegociación permanecen difusas, quizás a causa de retrasos inesperados en el procedimiento destinado a colocar a Ross al mando de ese giro de 180 grados de la política comercial de Estados Unidos, pero también a Peter Navarro, economista y director del Consejo Nacional de Comercio, y a Robert Lighthizer, negociador estadounidense de Comercio. No por ello La Casa Blanca ha dejado de anunciar la apertura de un periodo de discusión de noventa días a partir de finales de marzo, tal es su empeño en iniciar cuanto antes la “transición geográfica” (2) a la que aspira: el regreso a Estados Unidos de las cadenas de producción instaladas en México, garantía de la reindustrialización económica.

El 3 de marzo de 2017, Ross causó pavor en el seno de la elite mexicana. Por primera vez a través de éste, la Casa Blanca criticaba el engranaje fundamental de la estrategia de México para aumentar sus exportaciones: el estancamiento de los salarios. Hostil desde siempre a un aumento del salario mínimo en su país, el empresario exigió su revalorización… al sur del río Bravo. “Se suponía que el NAFTA debía conducir hacia una convergencia progresiva de los niveles de vida de México y de Estados Unidos. No ha sido el caso, y el salario mínimo mexicano prácticamente no ha evolucionado”, declaró. En el sector del automóvil, por ejemplo, diversos estudios han demostrado que, con similar nivel de productividad, los salarios mexicanos no llegan a la décima parte de los estadounidenses. Ross subrayaba: “Esto significa que los jefes de las empresas pueden acudir siempre a México para obtener mano de obra más barata. Esto quiere decir también que los trabajadores mexicanos no disponen de medios con los que comprar productos fabricados en Estados Unidos” (3). Dicho de otro modo, si los salarios aumentaran en México, el déficit comercial estadounidense se reduciría.

Por otra parte, Ross promete reforzar las “normas de origen”, que prohíben operar desde México a las empresas cuyas actividades no se enmarcan en el NAFTA. Numerosas sociedades –algunas de ellas estadounidenses– ya han abandonado sus proyectos de desarrollo al sur de la frontera: Samsung, Ford, Chrysler… De repente, la oligarquía y la elite política mexicanas descubren que, a su vez, podrían sufrir las consecuencias de la dependencia económica que han impuesto a la población. ¿Cómo se explica semejante situación?

Tras la firma del NAFTA y de la ley sobre la inversión extranjera que abrió la casi totalidad de la economía mexicana (aparte del sector petrolero) a los inversores del Norte, las sociedades transnacionales estadounidenses establecieron su dominación rápidamente en el país vecino. Un fenómeno que la elite local acogió con júbilo. El presidente Ernesto Zedillo (1994-2000), mientras organizaba la sumisión del tejido productivo de su país a las necesidades de Estados Unidos, forjaba el término “globofobia” para denigrar a aquellos que dudaban de la capacidad del libre comercio para garantizar la prosperidad de los mexicanos y para fomentar el crecimiento. Como gran parte de los “neocientíficos”, sus compañeros y amigos de entonces, Zedillo poseía un doctorado en Economía obtenido en Estados Unidos.

Su presidencia, y antes de ella la de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), fueron decisivas para la reorganización de la economía alrededor de una prioridad: la exportación. Era la segunda vez que el país se involucraba en un proyecto semejante. Pero mientras que la primera vez, bajo la presidencia de Porfirio Díaz (1876-1880 y 1884-1911), éste se basaba en los minerales y los productos agrícolas, la segunda experiencia ha transformado a México en exportador de productos manufacturados. Con la ayuda del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Interamericano de Desarrollo, así como con el apoyo incondicional de las organizaciones patronales y de la oligarquía nacional, Salinas de Gortari y sus acólitos remodelaron el país.

Las leyes que autorizan la creación de maquiladoras datan de los años 1960. Sin embargo, estas empresas de montaje exoneradas de impuestos en gran medida, especializadas en el trabajo poco cualificado y situadas en la frontera con Estados Unidos, eran todavía escasas hasta la llegada al poder de Salinas de Gortari. Entre los años 1981 y 2000, las exportaciones de las maquiladoras crecieron a un ritmo anual del 16%, mientras que el sector manufacturero no vinculado a estas empresas presentaba una tasa de crecimiento anual del 13%. En 2004, el 80% del total de las exportaciones de mercancías provenía del sector manufacturero y el 90% del total de ventas al extranjero (petróleo y turismo incluidos) se realizaba hacia Estados Unidos.

No obstante, estas estadísticas se revelan engañosas, ya que el impulso de la industria mexicana no enriqueció el país. En aquellos mismos años, el 42% del valor de las exportaciones manufactureras provenían de piezas y de componentes importados… de Estados Unidos. Invadido por las inversiones estadounidenses, México permanecía pasivo: no desarrollaba ninguna tecnología y escaseaban las empresas y los oligarcas nacionales dispuestos a invertir en fábricas o en la formación de ejecutivos que les permitieran introducirse en la cadena de producción de valor como proveedores locales. ¿Cuál era la misión del país, según la elite política? El dumping. Tanto en el ámbito laboral como en el medioambiental y en el impositivo.

Dos espacios económicos diferenciados comenzaron a emerger poco a poco sin el menor puente que los uniera: un sector activo vinculado a las exportaciones baratas; otro volcado hacia el mercado interior y caracterizado por su ineficacia. Por otro lado, las disposiciones del NAFTA permitían a los agricultores estadounidenses, atiborrados de subvenciones, inundar el mercado mexicano con judías, arroz y maíz, todos ellos productos tradicionales del país. Todo el tejido de pequeñas y medianas empresas nacidas gracias a la política de industrialización de los años 1930 se encontraba privado de financiación. Se mostró incapaz de hacer frente a la competencia extranjera que se desató con la entrada de México en el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT por sus siglas en inglés) en 1986, en el NAFTA y, más tarde, en la Organización Mundial del Comercio (OMC) –que sucedió al GATT– en 1995. La industria local, que no había sido preparada para semejante deflagración, declinó.

Como muchos habían pronosticado, numerosos mexicanos de las zonas rurales abandonaron el país. Entre 2000 y 2005, eran más de 400.000 los que partían cada año hacia Estados Unidos. En 2009, se registraban ya más de 12 millones de inmigrantes en el vecino norteamericano. La creación de empleos en el sector manufacturero exportador fue “compensada” mediante su supresión en los sectores industrial y agrícola, así como en el sector de la gran distribución. En pocos años, la cadena estadounidense de supermercados Walmart se convirtió en el principal empleador privado en México. En estas condiciones de dualismo económico, el salario medio registrado entre 1988 y 2005 no subía por encima del 60-70% de su nivel de 1981.

Con el anuncio de la entrada de China en la OMC –que tuvo lugar en 2001, lo que le daba acceso al mercado norteamericano–, el modelo exportador mexicano comenzó a dar señales de agotamiento. El crecimiento de las exportaciones de bienes y servicios retrocedió, alcanzando una media del 4,1% entre 2000 y 2016. En el mismo periodo, el crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB) se estableció en una media del 2%. Durante esos años, la población aumentó a un ritmo aproximado del 1,4% anual. En estas condiciones, la mejora del nivel de vida se habría visto limitada incluso aunque la distribución de la riqueza adicional hubiera sido equitativa. Pero no lo ha sido.

En 2012, tras un interludio de doce años en su dominio del país, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) volvió al poder. “¡México tiene una cita con la historia!”, prometían en la prensa. El PRI procedió, entre otras cosas, a una nueva desregulación del mercado laboral y a la privatización de la sociedad petrolera nacional, Petróleos Mexicanos (Pemex) (4). Finalizado el espasmo de crecimiento inicialmente registrado, la corrupción y los desaciertos en la dirección pronto ahogaron la economía. La venta de las reservas petroleras del país tropezó con una situación global de exceso de producción. La oligarquía no se había privado de celebrar el “momento mexicano”; por lo general permanecía callada cuando la situación se agravaba para la población, pero en 2016 no pudo seguir ignorando el fracaso del presidente Enrique Peña Nieto, que ostentaba los niveles más bajos de popularidad jamás registrados.

En plena bancarrota intelectual, la elite se encontraba a merced de la menor sacudida política. La elección del presidente Trump provocó un tsunami. El NAFTA le garantizaba una vida confortable; pero sucedió que el nuevo Presidente lo presentó como “el peor acuerdo jamás firmado”. El pánico se apoderó entonces del Palacio Nacional, sede del poder, en el que todo el mundo se afanaba por reforzar todavía más la política de dumping. A la cabeza, entre otros, el ministro de Finanzas, más tarde de Asuntos Exteriores, Luis Videgaray Caso, cercano a Pedro Aspe, ex ministro de Finanzas de Salinas de Gortari. Una prueba (más) de la influencia de este último sobre el actual Gobierno.

La recesión amenaza a México. Si se produjera, la renegociación del NAFTA debilitaría todavía más la economía del país. La Administración de Trump ha sugerido varias veces que podría imponer aranceles aduaneros del 35% en el sector del automóvil. En Washington se ha hablado también de una tasa de alrededor del 20% sobre todas las importaciones llegadas a Estados Unidos: una catástrofe para México, pues el 28% de su PIB proviene de las exportaciones a su vecino.

Es difícil imaginar cómo los industriales del país podrían intentar compensar estas medidas reduciendo sus “costes”. Como ha puesto de manifiesto el diario El País, los salarios son ya en el norte del país “entre un 5% y un 7% inferiores a los de China” (5). México podría aprovechar este cambio político para salir de la dependencia económica que lo oprime, pero, pese a la promesa del presidente Peña Nieto de desarrollar el made in Mexico, la operación sería delicada: la pobreza rampante, el peso de la economía informal, los bajos salarios y la incapacidad del constreñido sistema de crédito local para fomentar la demanda complicarían la tarea a los dirigentes políticos defensores de semejante proyecto. Por el momento, son escasos.

Si las disensiones en el seno del aparato de Estado estadounidense no obligan a Trump a revisar sus proyectos en materia comercial, la elite mexicana podría tener que asumir el coste de la dependencia que tanto tiempo ha consentido.

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(1) “Sec. Ross on Nafta, China, and border adjustment tax”, Bloomberg.com, 8 de marzo de 2017.

(2) “Canada will have to ’make concessions’ in Nafta renegotiations, U.S. warns”, The Globe and Mail, Toronto, 8 de marzo de 2017.

(3) Chris Isidore, “Wilbur Ross wants a higher minimum wage – in Mexico”, CNN Money, 3 de marzo de 2017.

(4) Véase Jean-François Boyer, “Jaque mate a la izquierda en México”, Le Monde diplomatique en español, marzo de 2014.

(5) “La retórica proteccionista de Trump pone en alerta Ciudad Juárez”, El País, Madrid, 22 de febrero de 2017.

James M. Cypher

Profesor de Economía en la Universidad Autónoma de Zacatecas (México). Autor, con Raúl Delgado Wise, de Mexico’s Economic Dilemma: The Developmental Failure of Neoliberalism, Rowman & Littlefield, Lanham (Estados Unidos), 2010.