Actúan como si no amasen a su paísNoLo que pasaes que se han dado cuentade que su país no les ama a ellos.
Aunque la poeta afroamericana Lucille Clifton escribió estos versos en la época del Black Panther Party, cuyo año álgido fue 1970, se nos antojan rabiosamente contemporáneos, ya que el nuevo colectivo #BLM (Black Lives Matter) tiene idéntico propósito: denunciar la violencia y el racismo policial. También se podría equiparar #BLM al movimiento por los Derechos Civiles (1955-1968), pues sus métodos no son violentos –algunos, como los die-in (simulación de la muerte), se inspiran en los sit-in, las “sentadas” de principios de la década de 1960– y sus militantes, contrariamente a los Panthers, carecen de sentimientos separatistas.
Remontándonos más atrás, podríamos decir que aspira, como la NAACP (National Association for the Advancement of Colored People), fundada en 1909, a cambiar las leyes y acabar con los linchamientos. Y cabría seguir estableciendo paralelismos con todos los movimientos negroestadounidenses que se han sucedido desde la fundación del país (1), cuyas reivindicaciones, pese a la histórica presidencia de Barack Obama, siguen sin obtener respuesta.
Las demandas del #BLM pueden resumirse en una: igualdad para todos. Y ese “todos” engloba color, género, orientación sexual, minusvalías, personas indocumentadas o con antecedentes penales, etc. Su transversalidad, tanto a nivel práctico como ideológico, pretende dar cabida a las múltiples identidades que complican las categorías tradicionales de clase, raza, género y sexualidad (2). A semejanza de las Primaveras Árabes y del 15-M español, con el que comparte formas de informarse y movilizarse, no cuenta con un líder destacado, sino con numerosos colectivos que trabajan a nivel local. Erica Totten, residente en Washington, dice: “Las puertas del movimiento están abiertas a todo el mundo. No vengáis a decir lo que falta por hacer, aportadlo vosotros; todo el mundo tiene un papel que cumplir, todo el mundo tiene que constituir su plataforma”. Totten, por ejemplo, se define como “entrenadora espiritual” y dirige talleres que se ocupan de cómo abandonar tics machistas, patriarcales y de rechazo hacia lo diferente, o de cómo convertir la aflicción en algo productivo.
Si en el pasado nadie era obligado a rendir cuentas, hoy la idea esencial es que ningún crimen pase desapercibido
Y, contrariamente a las luchas anteriores, esta vez son las mujeres las que se han convertido en las verdaderas promotoras del movimiento.
Si bien el desarrollo del #BLM recoge la contribución de muchas personas, un pequeño núcleo de tres activistas sobresale en sus inicios: Alicia Garza, Patrisse Cullors y Opal Tometi. Garza, defensora de los derechos de las personas queer y transgénero, dirigía la Alianza Nacional de Trabajadores del Hogar en Oakland, California; hija de padre judío y madre afroamericana, se llamaba Schwartz hasta su matrimonio con Malachi Garza, ciudadano transgénero, director del Community Network for Youth. La afroamericana Patrisse Cullors, residente en Los Ángeles, es coordinadora de la comunidad LGTBQI (lesbianas, gays, transexuales, bisexuales, queer, intersexuales), directora de proyectos especiales de un centro de derechos humanos y promotora de la reforma del sistema de justicia penal. La nigeriano-estadounidense Opal Tometi vive en Brooklyn, es dramaturga y periodista (colaboradora del Huffington Post, entre otros medios) y directora ejecutiva de BAJI (Black Alliance for Just Immigration).
La frase “Las vidas negras importan” surgió en julio 2013 en el Facebook de Alicia Garza, al final de un texto escrito a raíz de la absolución de George Zimmerman (3). Cullors respondió añadiendo la almohadilla, y Tometi se unió para crear una página en Facebook y un perfil en Twitter con ese epígrafe. El movimiento había nacido. Sin embargo, desde el principio figuraron en él otros integrantes destacados, como Johnetta Elzie o DeRay Mckesson (4), quienes se convirtieron en los más activos informadores de muchas de las protestas.
En todo caso, #BLM se presenta como una organización horizontal e inclusiva, una de cuyas fuentes de inspiración es Ella Baker, quien prefería “diez mil velas a un solo foco” (5). Su intención es establecer un contexto dentro del cual el movimiento se vaya reinventando a sí mismo. “El peligro de centrarse en un líder estriba en crear la necesidad de que sus seguidores dependan de directrices que les impidan canalizar el movimiento hacia sus propias comunidades”, ha declarado Cullors. “El modelo del pope que conducirá a la gente a la tierra prometida ya no funciona”, afirma Garza, quien señala que el movimiento adquirió dimensiones inesperadas con motivo de los hechos de Ferguson (6) y la respuesta de quienes se desplazaron hasta allí desde sus respectivas ciudades: “Fueron ellos los que nos impulsaron a crear una estructura de sedes”. Actualmente, existen más de treinta en Estados Unidos y una en Toronto, Canadá.
Aunque #BLM era solo una de las muchas organizaciones que se sumaron a la protesta, destacó como la mejor organizada gracias a su “reclutamiento” a través de las redes sociales y a la visibilidad adquirida por su consigna. Meses después, esta se había convertido en el principal emblema contra los crímenes injustificados de ciudadanos afroamericanos que se suceden, con increíble frecuencia, fuera del alcance de las cámaras.
En 2016, Isabel Wilkerson, premio Pulitzer de periodismo, denunciaba que el actual ritmo de homicidios a manos de la Policía supera al de los linchamientos durante las peores décadas de la era Jim Crow (1876-1965): uno cada cuatro días. Si en el pasado nadie era obligado a rendir cuentas, hoy la idea esencial es que ningún crimen pase desapercibido, para lo cual resulta indispensable que alguien lo filme o fotografíe con su móvil (7). Las imágenes juegan un papel central en esta lucha. Durante la época de los linchamientos, los familiares intentaban recuperar lo antes posible los cuerpos de las víctimas, pues a menudo eran expuestos en público, dándose incluso la circunstancia de que los periódicos anunciaban el lugar y hora de las ejecuciones.
Sin embargo, en agosto de 1955 se produjo un acontecimiento que cambió el estado de las cosas: la madre de Emmett Till decidió mostrar a los medios de comunicación el cuerpo mutilado de su hijo de 13 años, optando por un duelo público y compartido (8). A pesar de que nadie fue inculpado, el movimiento por los derechos civiles sumó entonces miles de personas a sus filas. El hecho de que los homicidas de Michael Brown, Eric Gardner y tantos otros fuesen declarados libres de cargos ha politizado a la nueva generación. Michael Brown ha sido el Emmett Till de nuestro tiempo, ya que el movimiento se dio a conocer a gran escala a partir de la imagen de Brown yaciendo bocabajo en el asfalto sobre un charco de sangre. Los testigos utilizaron como arma sus móviles. En un tiempo récord, una multitud procedente de diferentes puntos del país se congregó en Ferguson. Como en la época de los derechos civiles, los desplazamientos recibieron el nombre de Freedom Rides (viajes de la libertad) (9). Centenares de personas que nunca habían participado en protestas ciudadanas se echaron a la calle.
Con gran lucidez, Carol Anderson escribe que, contrariamente a lo que pueda parecer, lo que ocurrió en Ferguson no fue un nuevo episodio de rabia negra desatada por el homicidio de un hombre desarmado a manos de la Policía, sino el último brote de rabia blanca. Aunque las protestas y saqueos captan la atención, la verdadera rabia arde en las reuniones donde los funcionarios diseñan estrategias para debilitar la fuerza del voto negro o reducir el acceso de los trabajadores afroamericanos al sector público, menos excluyente en lo que atañe a contratación y salarios (10).
Para ser atendida, la rabia blanca no tiene necesidad de salir a la calle y enfrentarse a balas de goma, porque tiene acceso a los juzgados, la policía, los órganos legislativos y las autoridades. Y, sin embargo, lo hace cada vez que un joven negro no se rinde de inmediato o no demuestra la humildad que se espera de un esclavo. La rabia blanca, continúa argumentando Anderson, es recurrente. Todo avance afroamericano suscita una reacción violenta. Ocurrió después de la guerra civil, cuando la sentencia del caso “United States vs. Cruikshank” (1876) socavó una ley contraria al terrorismo del Ku Klux Klan. Ocurrió en 1954, a raíz del fallo del caso “Brown vs. Consejo de Educación”, que declaraba ilegal la segregación en las escuelas, cuando los niños negros se enfrentaron a una rabia tan violenta que Washington se vio en la necesidad de enviar tropas a Arkansas. Ocurrió dos años después, cuando la presión ejercida por un centenar de congresistas sureños se tradujo en leyes que, entre otras cosas, suprimían las subvenciones públicas a las escuelas no segregadas –muchas de las cuales tuvieron que cerrar–, para destinarlas a escuelas blancas segregadas. Ocurrió tras la llegada de Obama a la Casa Blanca, primero cuando el Tea Party obstruyó de modo sistemático el ejercicio del voto afroamericano (11) y luego con la elección de Trump.
Todo avance afroamericano suscita una reacción violenta
El pasado está siempre interconectado con el presente, y las relaciones raciales en Estados Unidos no se entenderían sin echar la vista atrás. Tal como manifiesta Paul Krugman, el país es menos racista que antes, pero la división racial sigue siendo una característica que define la política económica. En 2012, el Gobierno anunció que los Estados recibirían financiación federal a fin de poner en marcha un programa de ayuda a las personas con bajos ingresos. Aunque el Affordable Care Act (Decreto de asistencia asequible), una especie de ampliación del Medicaid (12), ponía importantes recursos a disposición de las administraciones locales, el Tribunal Supremo permitió a los distintos Estados bloquear lo que parecía una medida irrechazable. Y fueron veintidós los que lo hicieron. Casualmente, subraya Krugman, todos ellos tenían en común un pasado esclavista.
No es posible entender la reivindicación de las vidas negras o la exigencia de frenar la brutalidad policial sin considerar cómo se fundó Estados Unidos o sin tener en cuenta la estructura disciplinaria de las plantaciones, el sistema de arrendamiento de reos (Convict Lease System) (13), la era Jim Crow (KKK incluido) o el fenómeno de la encarcelación masiva (14). A lo largo de la historia, el tema de la desproporcionada reclusión de la gente de color ha ocupado las mentes de los rebeldes más indómitos, los intelectuales más ponderados y los manifestantes de ayer y de hoy, hasta convertirse, gracias al clamor popular, en una preocupación prioritaria para ambos partidos. En 2015, por primera vez, un presidente (negro) visitó una prisión federal (15).
#BLM reclama que se modifiquen leyes y comportamientos que comienzan por el racial profiling (sospechas basadas en el color de la piel) y terminan con el encarcelamiento –e incluso la muerte– de mucha gente “de color”, término que abarca hispanos, nativos y toda persona cuya piel no sea blanca. Se trata de erradicar prácticas policiales como las denominadas stop and frisk (parar y registrar sin motivo) o broken windows (ventanas rotas), aplicadas agresivamente a casos de vandalismo menor, que con frecuencia encadenan de por vida a determinados individuos al sistema penal.
¿Cuáles serían las alternativas? Proporcionar un mejor entrenamiento a los agentes de policía para que aprendan a trabajar con la comunidad y busquen soluciones pacíficas; encomendar a agencias independientes la investigación de las muertes causadas por la policía; normalizar los métodos de denuncia para que sigan un proceso claro y comprensible; organizar la composición racial de las dotaciones policiales con arreglo a las distintas zonas (16); incorporar cámaras a sus uniformes (17); suprimir los equipamientos militares y la protección incondicional de los agentes policiales por parte de los sindicatos; anular la cláusula que permite a las comisarías disponer del dinero y de las propiedades que consideren vinculadas al crimen (aunque este no sea jurídicamente ratificado); dejar de financiar aquellas comisarías que abusen de la fuerza; admitir como prueba legal las evidencias fotográficas y videográficas aportadas por testigos...
Lo que se necesita no es más policía, sino viviendas asequibles, leyes que restrinjan la venta de armas...
Como crítica del movimiento #BLM, se acuñó durante la última campaña electoral la frase “All lives matter” (todas las vidas importan). Este dato no solo demuestra que el movimiento tiene muchos adversarios, sino que su mensaje se hace oír. Los detractores del mismo argumentan que el hecho de singularizar una raza equivale a despreciar a las otras y constituye, por tanto, una manifestación de racismo. Sin embargo, objeta Angela Davis, “hay que insistir en la particularidad; utilizar all es regresar a la tiranía de que lo universal es lo blanco”. Rudolph Giuliani, ex alcalde de Nueva York, ha formulado otra crítica en forma de pregunta: “¿Por qué #BLM no habla de los crímenes que los negros perpetran contra sus semejantes, el llamado black on black crime?”. El razonamiento resulta curioso, dado que el 84% de la gente blanca que fallece violentamente lo hace a manos de gente blanca. De manera perversa, los efectos del racismo estructural y la desigualdad económica son presentados como causa. Lo que se necesita no es más policía, sino viviendas asequibles, leyes que restrinjan la venta de armas, centros de rehabilitación, guarderías, escuelas, transporte decentes y empleos dignos.
Si bien muchas de las consignas de #BLM proceden de militantes anónimos, ha destacado una artista que las canaliza, les da forma y las hace identificables. En 2006, Laurie Arbeiter, que dos años antes había colgado los pinceles para convertirse en artista/activista, fundó en Brooklyn We Will Not Be Silent (No nos quedaremos callados), un proyecto de “lenguaje colaborativo” que apoya cualquier acción pública que tenga como objetivo la justicia social. Lesbiana y de origen grecojudío, conoció muy pronto los mecanismos de la intolerancia. Sus primeras acciones se dirigieron contra la Administración de Bush (invasión de Irak, recorte de libertades civiles a consecuencia de la “guerra contra el terror”); las más recientes, contra el oleoducto en Dakota. Las pancartas del colectivo –cartones negros de 30 x 45 centímetros, con letras blancas inscritas en una fina línea también blanca– han dado a conocer los nombres de los chicos y chicas fallecidos, así como lemas surgidos a raíz de acontecimientos puntuales: “I Can’t Breathe” (No puedo respirar), últimas palabras de Garner dirigidas a la policía; “No Justice No Peace” (Sin justicia no hay paz), tras el ataque de un grupo de blancos a uno de negros en Queens; “Stop Killing Our Friends” (Basta de matar a nuestros amigos); “Once Again No Justice” (Una vez más sin justicia); “Against Tyranny” (Contra la tiranía); “End Racism” (Acabad con el racismo); “Respect” (Respeto); “Claim Decency” (Reclamad decencia); “Racism Kills” (El racismo mata); “Be Human” (Sed humanos)… Junto a Sarah Wellington, su ayudante, fabrica camisetas negras estampadas con más de cincuenta leyendas en letras blancas. La más popular es la que reza: “Unarmed Civilian” (Civil no armado). “Llevar un mensaje en el cuerpo es una poderosa forma de expresarse. Llega directamente al corazón y a la mente”, ha declarado Arbeiter.
¿Qué futuro aguarda a un movimiento que ha ido creciendo con cada homicidio de ciudadanos afroamericanos? ¿Acabará interviniendo en la política convencional? ¿Llegará un momento en que las discusiones en torno al liderazgo o la representatividad desemboquen en conflictos personales? Alicia Garza asegura que las organizaciones se desintegran por conflictos de dinero, poder y confianza. Cuando estos surgen, facilitan la infiltración de sectores interesados en destruir el movimiento. #BLM activó la alerta sobre una serie de problemas crónicos que habían permanecido invisibles fuera de las comunidades que los padecen, inspirando la resistencia en múltiples áreas (18). Sin embargo, como escribió el joven periodista Mychal Denzel Smith en The Nation: “Aparte de las reformas policiales, el movimiento tiene que presentar un programa económico, aspecto crucial para derrotar a un sistema racista”.