Al llegar a Nablús, en el norte de Cisjordania, el olor acre de neumáticos quemados invade las fosas nasales. Las volutas de humo negro que desprende el caucho en llamas y las piedras que cubren el suelo obligan al conductor del taxi colectivo a aminorar la marcha. Varias decenas de palestinos, en su mayoría shabab (“jóvenes”), se habían reunido para protestar por el asesinato, dos días antes, de Alaa Awad, un comerciante de 30 años. Este padre de dos niños fue abatido por soldados israelíes cuando pasaba a pie ante el puesto militar de Zaatara –uno de los fortines que Israel ha instalado en los accesos a Nablús para “proteger” a las colonias judías que rodean la ciudad–, cerca del cual tenía que ir para recoger una entrega de teléfonos móviles. “Dicen que él les disparó y que ellos respondieron, pero no es cierto. Cuentan lo que les conviene. Siempre (...)
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Una autoridad policial a falta de Estado
El espectro de la Intifada en Cisjordania
Con el bombardeo de Gaza durante cincuenta días, los israelíes han provocado daños sin precedentes desde 1967, con más de dos mil muertos, de entre los cuales quinientos eran niños. Al mismo tiempo, en Cisjordania, la Autoridad Palestina mantiene su cooperación para la seguridad pública con el ejército de ocupación, a pesar de la ausencia de progreso en la construcción de un auténtico Estado.
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