Bahattin Turnali recorre las calles decrépitas de su barrio con un impecable traje negro, corbata ceñida al cuello, paso lento. Este joven ejecutivo de casi treinta años, con dos diplomas de la Universidad de Estambul, lanza una mirada paternal sobre los pequeños edificios envejecidos que lo vieron crecer. “Los taxis se niegan a entrar aquí después de las nueve de la noche. Por la violencia y el narcotráfico”, dice.
Alrededor de seis mil gitanos viven en Kustepe, un barrio pobre del centro de Estambul, que alberga en total a veintidós mil almas. Turnali desaparece pronto en un laberinto de calles en pendiente. Al pie de las largas escaleras empinadas viven los mendigos, justo debajo de los vendedores de flores. En la plaza principal, hay un café frente a la mezquita, desde donde se oye la llamada a la oración de la tarde. Su propietario, Bülent Filyas, es una personalidad local. Enseguida (...)