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Vender Audis en Birmania

Editorial, por Serge Halimi, junio de 2020

Desde la creación en 1950 de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) hasta la de la Unión Europea (UE), pasando por el Tratado de Roma y el Mercado Común, el proteccionismo y la soberanía han sido los enemigos declarados de los constructores de Europa. No es por tanto de extrañar que, incluso en un momento en el que la economía internacional anda de capa caída y el desempleo se dispara, la UE, impertérrita, se encuentre gestando un nuevo proceso de ampliación (Albania, Macedonia del Norte) y negociando futuros acuerdos de libre comercio (México, Vietnam). ¿Que el Reino Unido ha dado un portazo? Pues aquí tenemos a los Balcanes. Y mañana, si hace falta, ¡hola, Ucrania!

Nadie puede convencer a una mente enajenada de que actúe contra su naturaleza. Y Europa está obsesionada con la construcción de un gran mercado. Sin fronteras, sin aranceles ni subsidios. Y es que, a falta de nuevas liberalizaciones comerciales, Europa se caería al suelo. Es la llamada “teoría de la bicicleta”: o pedaleas hacia una mayor integración o te caes. Hace ya tiempo que el mundo con el que sueña Bruselas tiene la traza de una enorme balsa de aceite, lisa como un plato, sobre cuya superficie se deslizan cargueros mercantes al son del “Himno a la alegría”.

Pongamos por caso a Phil Hogan, actual comisario europeo de Comercio. En plena crisis por el coronavirus, aún confinada la mayoría de la población de la UE, con crecientes tensiones entre China y Estados Unidos, y Washington infringiendo, como si todo esto fuera broma, la mayoría de las “normas” comerciales aprobadas por Estados Unidos, uno sentía curiosidad por conocer sus reflexiones sobre la globalización. Se pueden resumir así: lo mismo, pero más rápido.

Algunas empresas de productos sanitarios se relocalizarán en el Viejo Continente, no se podrá evitar. “Pero que conste que es una excepción”, advierte Phil Hogan (1). Y, dirigiéndose a aquellos que hablan de circuitos cortos y decrecimiento, lanza un aviso: “En 2040, el 50% de la población mundial vivirá a menos de cinco horas de Birmania. […] Tengo claro que las empresas europeas no querrán privarse de ese enorme caudal de actividad. Sería una absoluta necedad”. Ya tiene, por cierto, la agenda completa para los próximos meses: “Tenemos que profundizar nuestros acuerdos de libre comercio ya existentes –los tenemos con unos setenta países– e intentar contraer otros”.

Estos días, los intelectuales grafómanos y la Red son un hervidero de proyectos relacionados con el “mundo de después”. Son poéticos, polifónicos, bondadosos, complejos, solidarios y otro montón de cosas muy bonitas. Pero no pasarán de ser una inútil palabrería mientras no carguen contra la misma arquitectura de una Unión Europea convertida, a lo largo de las décadas, en una “globalización en miniatura” (2). No importa que la UE compruebe, estupefacta, cómo saltan por los aires las normas comerciales que soñaba con imponer a todo el planeta, debido al tamaño de su mercado; sigue aferrada al cumplimiento de “reglas” a la vez obsoletas y nefastas. Vender Audis en Birmania es el único ideal con el que se sostiene, el único proyecto de civilización que habrá sido capaz de asociar a su nombre.

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(1) L’Union européenne doit rester ouverte sur le monde”, Le Monde, París, 8 de mayo de 2020.

(2) Véase Henry Farrell, “A most lonely union”, Foreign Policy, Washington, DC, 3 de abril de 2020.

Serge Halimi

Consejero editorial del director de la publicación. Director de Le Monde diplomatique entre 2008 y 2023.