Lo que algunos desperados del “antiturismo” no se atrevían a imaginar, lo ha conseguido el coronavirus. Tras haberse detenido por completo, la actividad turística –de cuyas perspectivas de crecimiento sin límites se jactaba la Organización Mundial del Turismo– se muestra vulnerable. Ahora lo sabemos, la supermovilidad imprescindible para el capitalismo globalizado en general y para el turismo en particular está a merced de una interrupción del flujo que puede sobrevenir en cualquier momento. Semejante desastre no puede ser motivo de satisfacción, si se tienen en cuenta las vidas deshechas por las quiebras y los despidos, así como los territorios asfaltados y las sociedades aseptizadas a fin de explotar el menor recurso material o humano.
No obstante, con algunas adaptaciones y medidas compensatorias, el capitalismo puede encajar muy bien la covid-19. A mediados de mayo, el primer ministro francés Édouard Philippe desbloqueó 18.000 millones de euros para ayudar al turismo a superar (...)