Orgullosa de exaltar valores universalistas y de progreso social, encantada con su función de “dar lecciones”, Francia muestra el rostro de un país dividido, tanto desde el punto de vista social como económico y étnico. Sin embargo, esta situación nada tiene de sorprendente: es el fruto de una ghettización en crecimiento desde hace unos veinte años. Que los jóvenes revoltosos tengan como blanco de sus ataques las escuelas es un síntoma del sentimiento de desesperanza y abandono que tienen muchos de los habitantes de estos suburbios relegados, y particularmente los más pequeños. Porque una suerte de “apartheid escolar” divide a la escuela.
En un distrito educativo como Bordeaux (que no es particularmente tierra de inmigrantes), sólo el 10% de los colegios concentra el 40% de los alumnos provenientes del Magreb, el África negra o Turquía. Cifras tanto más considerables si se tiene en cuenta que estos centros reciben también un porcentaje (...)