“Nosotros no torturamos”, afirmó George W. Bush. Era el 7 de noviembre último en Panamá, al final de una gira de cinco días por América Latina, una región largamente martirizada por regímenes dictatoriales –apoyados por Washington– que practicaban masivamente las “desapariciones” de sospechosos y la tortura. El presidente de Estados Unidos respondía así a las recriminaciones formuladas por el diario The Washington Post contra los servicios de información estadounidenses, acusados de llevar a cabo secuestros clandestinos de personas y torturas fuera de Estados Unidos, en prisiones secretas llamadas “sitios negros”.
¿Se puede creer a Bush? La respuesta es no. ¿No había acaso afirmado, para invadir Irak, que el régimen de Sadam Hussein estaba vinculado con la red Al-Qaeda? ¿Y que Bagdad poseía “armas de destrucción masiva”? Dos mentiras en nombre de las cuales Washington desencadenó una “guerra preventiva” que costó la vida a decenas de miles de personas (entre ellas, más (...)