Todavía no se había producido el ataque a Afganistán, cuando la Secretaria de Estado Condolezza Rice convocó a los responsables de las redes de televisión estadounidenses para hacerles saber que el Gobierno no quería ver civiles heridos en las pantallas. Consciente de la enorme influencia que este tipo de información había tenido en la organización del movimiento de oposición a la guerra de Vietnam, la Administración de George W. Bush quiso instaurar un sistema de autocensura. Éste funcionó a la perfección durante los primeros dos años de la guerra, mientras la prensa aceptó las mentiras del Gobierno.
En esta colaboración estuvieron implicados no sólo los medios de comunicación, sino también el mundo editorial. Ninguna editorial perteneciente a los grandes grupos –los cinco más importantes controlan el 80% de los libros destinados al gran público– sacó ni un solo libro de crítica a la guerra y a la política exterior de Bush. (...)