“Nuestra revolución sólo tendrá valor si, al mirar hacia atrás, a nuestros costados y ante nosotros, podemos decir que los burkineses son, gracias a ella, un poco más felices. Porque tienen agua limpia para beber, porque tienen una alimentación abundante y suficiente, porque tienen viviendas decentes, porque están mejor vestidos, porque tienen derecho al tiempo libre; porque tienen la posibilidad de gozar de más libertad, de más democracia, de más dignidad. (…) La Revolución es la felicidad. Sin felicidad, no podemos hablar de éxito”. Así definía Thomas Sankara, presidente de Burkina Faso, el sentido de su acción, trece días antes del golpe de Estado del 15 de octubre de 1987 en el transcurso del cual fue asesinado.
Casi totalmente desconocido fuera del continente negro, Sankara permanece en la memoria de multitud de africanos. Ante los ojos de muchos, era el que decía la verdad, el que vivía cerca de su pueblo, (...)