Las desastrosas consecuencias de la invasión y ocupación de Irak han provocado en el seno de la elite estadounidense una crisis aún más profunda que la ocasionada por la derrota en Vietnam hace treinta años. El colmo de la ironía es que esa crisis afecta a la coalición de ultranacionalistas y neoconservadores que se formó en la década de los setenta, precisamente para tratar de terminar con el “síndrome de Vietnam”, restaurar el poderío estadounidense y reactivar la “voluntad de victoria” en el país.
Si, a diferencia de lo ocurrido durante la guerra de Vietnam, no se ha registrado una protesta masiva duradera y popular, es sin duda porque el ejército está compuesto por voluntarios provenientes esencialmente de medios pobres, y también porque esa guerra está financiada, de una forma o de otra, por capitales extranjeros (¿por cuánto tiempo más?). Pero en el interior de la elite, la crisis ha fracturado (...)