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Libre comercio o ecologismo

Editorial, por Serge Halimi, julio de 2019

Los ecologistas, al obtener el 10% de los votos en las elecciones al Parlamento Europeo, han reavivado un viejo debate sobre el posicionamiento político de su movimiento. ¿Es más bien de izquierdas, tal y como lo sugieren la mayoría de las alianzas que ha establecido hasta ahora, o más bien liberal, tal y como lo indican, a la vez, la adhesión de varios exdirigentes ecologistas (Daniel Cohn-Bendit, Pascal Canfin, Pascal Durand) a Emmanuel Macron y algunas coaliciones que, en Alemania, incluyen ya a la derecha y a Los Verdes?

A priori, liberalismo y protección del medio ambiente deberían de formar una pareja explosiva. En 2003, un teórico liberal tan esencial como Milton Friedman, en efecto, concluía: “El medio ambiente es un problema ampliamente sobreestimado. (…) Contaminamos en cuanto respiramos. No vamos a cerrar las fábricas so pretexto de eliminar todas las emisiones de óxido de carbono a la atmósfera. ¡Mejor ahorcarse de inmediato!” (1). Y diez años antes que él, Gary Becker, otro detractor de lo que aún no se denominaba “ecologismo punitivo”, también “Nobel de Economía”, había considerado que “el derecho laboral y la protección del medio ambiente se han vuelto excesivos en la mayoría de los países desarrollados”. Pero ya albergaba esperanzas: “El libre comercio va a reprimir algunos de estos excesos obligando a que todo el mundo siga siendo competitivo frente a las importaciones de los países en desarrollo” (2).

Por lo tanto, se entiende que las inquietudes relativas al futuro del planeta hayan restaurado el término “proteccionismo”, durante mucho tiempo vilipendiado. En Francia, durante un debate de la campaña de las elecciones europeas, los cabeza de lista socialista y ecologista incluso reclamaron, casi en los mismos términos que Marine Le Pen, “proteccionismo en las fronteras de la Unión Europea” (3). Se están evaluando las eventuales consecuencias de semejante cambio de rumbo, pues el libre comercio constituye el principio histórico fundador de la Unión Europea, siendo al mismo tiempo el motor económico de su Estado más poderoso, Alemania.

En la actualidad, todo el mundo sabe que el elogio, devenido consensuado, a los productores locales, a los circuitos cortos o al tratamiento de residuos in situ es incompatible con un modo de producción y de intercambio que multiplica las “cadenas de valor”, es decir, que organiza las idas y venidas de los portacontenedores en los que los componentes de un mismo producto “cruzarán tres o cuatro veces el Pacífico antes de llegar a las estanterías de una tienda” (4).

En las próximas semanas no van a faltar oportunidades para confirmar, en la práctica, el rechazo a un libre comercio destructor en términos ecológicos. Los parlamentarios de la Unión Europea deberán ratificar –o más bien, esperemos, rechazar– un acuerdo de liberalización comercial con cuatro Estados de América Latina, entre ellos Brasil y Argentina (UE-MERCOSUR), otro con Canadá (CETA) y un tercero con Túnez (ALECA). Entonces será cuando se vea si ha llegado realmente una “marea verde” al Viejo Continente.

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(1) Entrevista con Henri Lepage, Politique internationale, n.º 100, París, verano de 2003.

(2) Gary Becker, “Nafta: The pollution issue is just a smokescreen”, Business Week, 9 de agosto de 1993. Citado en Le Grand Bond en arrière, Agone, Marsella, 2012.

(3) France 2, 22 de mayo de 2019.

(4) Ben Casselman, “Manufacturers adapt to trade war, but the cost could be steep”, The New York Times, 31 de mayo de 2019.

Serge Halimi

Consejero editorial del director de la publicación. Director de Le Monde diplomatique entre 2008 y 2023.