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Ideas

El arte de desvirtuar a George Orwell

Se han multiplicado las referencias al escritor desde hace unos veinte años. Mientras que sus compromisos reivindicados lo anclaban en la izquierda, en la actualidad es un pensamiento neoconservador el que se identifica en su obra. ¿Recuperación de posibles ambigüedades o desviación?

por Thierry Discepolo, julio de 2019

Se ha dicho de todo sobre George Orwell, esto y lo otro. Sobre todo, lo otro. Condenar el colonialismo británico y poner en evidencia la vida de los trabajadores pobres y de los vagabundos; convertirse a un socialismo radicalmente igualitario tras realizar una investigación sobre los obreros ingleses; atacar la tibieza socialdemócrata y ser internacionalista hasta el extremo de luchar en la guerra civil española en las filas del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM); esperar que la resistencia del pueblo británico frente a la Alemania nazi llevara a una revolución; afiliarse al ala izquierda del Partido Laborista y, finalmente, morir demasiado pronto como para echarse a perder por el éxito de Nineteen Eighty-Four (1984): nada de esto ha bastado para que una parte de la izquierda lo tenga por uno de los suyos ni tampoco ha impedido que se lo hayan apropiado los neoconservadores. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

La novela Nineteen Eighty-Four, gran éxito popular en el Reino Unido y en Estados Unidos desde su publicación en 1949, fue ampliamente alabada por la prensa. Pero ya entonces, Orwell (1903-1950) era a menudo malinterpretado, sobre todo del otro lado del Atlántico, donde apenas se conocía su recorrido como izquierdista y su novela se leyó como una crítica al socialismo. Hasta el punto de que se sintió obligado a explicitar sus intenciones frente al sindicato estadounidense de trabajadores de la industria del automóvil.

En Francia, ya en diciembre de 1949, el columnista de Le Monde Robert Escarpit califica la novela de “divertida pero fácil caricatura del régimen soviético”. En junio de 1950, para la traducción francesa, el escritor Marcel Brion aplaude una historia “escrita con gran estilo y con el mejor lenguaje de los mejores novelistas ingleses”. Sesenta y ocho años después, con ocasión de la segunda traducción francesa, la prensa literaria oscila entre sandeces y despropósitos, reproduciendo dócilmente la nota de prensa del editor. Y eso a pesar de que Orwell ya no es considerado como ese autor cuya pérdida apenas fue reseñada con cincuenta y una palabras en Le Monde.

A mediados de los años 1950, en Francia se traducen (más o menos mal) todos sus libros, se venden una veintena de ediciones de 1984, pero solo se le dedican dos ensayos y la prensa lo menciona poco. Después, todo cambia: entre los años 1980 y los años 2000, Orwell es objeto de unos cuarenta ensayos y la editorial Champ Libre retraduce su obra (excepto 1984), completándola con nueve textos inéditos. Le Monde (el medio que le menciona con más frecuencia) escribe tanto sobre Orwell entre 1982 y 1983 como a lo largo de los treinta años previos. El ritmo baja, pero a partir de 1995 se le vuelve a citar profusamente en prensa –y más que nunca a partir de los años 2010. Para entonces, muchas cosas han cambiado: el “bloque del Este” ya no existe y la alternancia entre el neoliberalismo de los “socialistas” y el de los “republicanos” ha dado legitimidad a una confusión entre izquierda y derecha, facilitando así la tarea de neoconservadores como Alain Finkielkraut. Ahora es Le Figaro el que más a menudo menciona a Orwell y es muy apreciado por una prensa poco proclive al socialismo revolucionario, de Limite a Causeur, pasando por Marianne y hasta el periódico local del municipio de Béziers, cuyo alcalde, Robert Ménard, fue elegido con el apoyo del Frente Nacional. ¿Cómo ha podido adoptar este movimiento a un autor cuya vida y obra le han sido tan hostiles?

El “redescubrimiento” de Orwell se atribuye a Jean-Claude Michéa, filósofo que se identifica con el marxismo y autor del libro de gran éxito Orwell, anarchiste tory (“Orwell, anarquista ’tory’”), publicado en 1995. La expresión “anarquista tory” solo fue utilizada por Orwell a propósito de Jonathan Swift, al que admiraba como escritor satírico tanto como criticaba por su personalidad y posturas políticas. Y si bien es verdad que también habló de sí mismo en términos comparables, fue solo cuando dirigió una mirada crítica, en 1937, al joven esnob que era al salir de Eton. En cuanto a las relaciones de Orwell con el partido tory, este rechazó cualquier vínculo incluso a la hora de luchar contra el estalinismo: “Formo parte de la izquierda y he de trabajar en su seno, por grande que sea mi rechazo hacia el totalitarismo ruso y su influencia perniciosa sobre nuestro país” (1).

En los textos de Michéa vemos que la etiqueta de “anarquista tory” opera como antinomia o incluso como antídoto frente al “liberal libertario” y demás “progresistas” de la burguesía culta contra los que lucha –los mismos hacia los que Orwell nunca tuvo palabras lo suficientemente duras–. Pero también vemos que esta etiqueta puede propiciar una apropiación por parte de la derecha.

La idea de que Orwell sería, por “temperamento político”, un anarquista conservador ya fue sugerida por Simon Leys, autor de un ensayo determinante publicado en 2006: George Orwell o el horror a la política. Leys toma todo tipo de precauciones –hablando de “la profundidad y de la sinceridad del compromiso de Orwell con el ideal socialista” y del hecho de que su “apropiación por parte de la nueva derecha refleja no tanto el potencial conservador de su pensamiento como la persistente estupidez de la izquierda” (2). Pero su título confunde. Orwell, que trató de “hacer de la escritura política un arte” (3), no expresa una “aversión a lo político” sino una crítica a las políticas del poder, y en especial a la política imperial de la Unión Soviética.

Será finalmente la noción de common decency, es decir, de la decencia común, antaño defendida por Charles Dickens, lo que consagrará la adopción de Orwell por parte de la nueva derecha. Emblemática de los valores asociados con la clase obrera: integridad moral, generosidad, solidaridad, rechazo de los privilegios, anhelo de igualdad y adhesión a la idea de una verdad objetiva, el conjunto de las inclinaciones que constituyen la common decency es, para Orwell, heredero del cristianismo y de la Revolución francesa. Si esta “moral social y económica” persiste más a menudo en la relación que tiene la gente humilde con la vida y con los demás, no es porque sea innata, sino porque cierto tipo de vida facilita su sostenibilidad y su transmisión. Así, todas las clases sociales comparten más o menos los mismos valores. Pero las relaciones de dominación que estructuran nuestras sociedades les ofenden permanentemente. Por eso, según Orwell, hay que hacer una revolución: para abolir la división de clases que impide la instauración de un orden social justo, del cual la common decency sería la base moral común (4). Lo que remite al análisis que hizo el historiador inglés Edward P. Thompson de las movilizaciones populares en materia de “economía moral” de las masas, sancionando a las elites que infringen las normas comunes no escritas; o a la idea del politólogo estadounidense Barrington Moore de que los dominados se rebelan cuando el poder vulnera el “pacto social implícito” y sus “obligaciones morales”.

¿Cómo pueden entonces los neoconservadores apelar a la common decency? Es bastante sencillo. Dejemos de lado “generosidad, solidaridad, rechazo de los privilegios, anhelo de igualdad”. Olvidemos la Revolución francesa y la “abolición de la división de clases”. Quedémonos con “integridad moral” y “cristianismo”. Afirmemos que el obrero (blanco) pertenece a las clases medias empobrecidas por la llegada de un subproletariado ajeno a “nuestra” common decency. Y listo.

Y esto funciona aún mejor porque entre los intelectuales de izquierdas la common decency goza de muy mala prensa. Calificada como moral “burguesa” o “idealista”, incluso “de derechas”, es sospechosa de eliminar la política y de alimentar el antiintelectualismo. Reacción comprensible ya que Orwell concebía la common decency como una virtud deficitaria entre la “intelligentsia moderna”: el intelectual, aislado de la base histórica y relacional que le permitiría contar con los valores de la decencia común, sería permeable, más que ningún otro actor social, a las derivas autoritarias de un orden que asegure su posición –incluso cuando sostiene un discurso de emancipación–.

La blasfemia “antiintelectualista” se le perdonaría menos a Orwell que su afiliación póstuma e indebida con la cruzada anticomunista, ansiosa por mencionar el estalinismo para descalificar los ideales socialistas del movimiento obrero: si nos esforzamos por leer bien 1984, encontramos no tanto una “caricatura del régimen soviético” como una sátira de la utopía achacada a los intelectuales.

Esta utopía, “parodia de las implicaciones intelectuales del totalitarismo” (5) se hace patente en una escena de tortura llevada a cabo por un filósofo y dirigente del partido, que conversa acerca de la naturaleza de la verdad defendiendo una concepción mucho más posmoderna que marxista (6). Tanto en la filosofía del partido como en la filosofía posmoderna, la verdad, resultado de un consenso social, se construye, relativa a una época, a una cultura. El verdugo obliga a su víctima no tanto a admitir como verdad que “dos y dos son cinco”, sino que más bien le inflige la lección del “doblepensar”, técnica de reajuste al consenso del momento. Una “competencia” en absoluto exclusiva de los “totalitarismos” y que encontramos también en el caso de Donald Trump y sus “verdades alternativas”: “Intento decir siempre la verdad y siempre quiero decir la verdad. Pero a veces ocurre algo y hay un cambio, pero siempre quiero ser sincero” (7).

Puesto que las referencias a la crítica por parte de Orwell al totalitarismo se han asociado, a partir de 1995, más a Internet y la vigilancia masiva, su inteligencia política se ha visto, por así decirlo, revitalizada. Lo que no le ha servido de nada a la nueva versión de 1984 publicada por Gallimard.

La primera traducción acusaba claramente una falta de finura, decisiones que han envejecido mal, errores en los detalles, algunas incongruencias considerables y la desaparición de unas cuarenta frases. Aun así, asentó en la lengua francesa las nociones principales. En 2018, para “hacerle justicia [a 1984] desde un punto de vista literario”, la nueva versión traduce al presente un relato escrito en pasado. Algo que habla más sobre cómo considera la obra el editor que sobre “justicia”. Y como se ve que el “Newspeak” no es una lengua, “neolengua” se convierte en “neohabla”. Sin embargo, la novela presenta la estructura y la etimología de la “lengua oficial de Oceanía” en la que sus habitantes deben hablar y (no pueden ya) pensar. Con el mismo ímpetu, la Policía del Pensamiento se convierte en “pensapolicía” y el Crimen del Pensamiento en “pensacrimen”…

¿De dónde vienen semejantes “libertades”? Según afirma su traductora, del derecho de todos a construir con cada lectura, con cada traducción, el sentido de un texto. ¿Pero no son justamente los peligros de ese relativismo lo que nos desvela el panfleto satírico de Orwell? Para su protagonista, la existencia de una verdad externa es lo que posibilita la libertad individual, al limitar nuestra capacidad y sobre todo la del poder para decidir lo que es. ¿No es este el último truco de la neolengua: hacer uso de las vías literarias para reemplazar términos exactos con “neopalabras” vacías?

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(1) Carta a la duquesa de Atholl, 15 de noviembre de 1945, en George Orwell, Essais, articles et lettres, vol. IV, Ivrea / Encyclopédie des nuisances, París, 2001.

(2) Simon Leys, Orwell o el horror a la política, Acuarela y Antonio Machado, Madrid, 2010.

(3) George Orwell, “Pourquoi j’écris?”, 1946, en Essais, articles et lettres, vol. I, Ivrea / Encyclopédie des nuisances, París, 1995.

(4) Jean-Jacques Rosat, Chroniques orwelliennes, Collège de France, París, 2013.

(5) Carta a Roger Senhouse, 26 de diciembre de 1948, en George Orwell, Essais, articles et lettres, vol. IV, op. cit.

(6) James Conant, Orwell ou le pouvoir de la vérité, Agone, Marsella, 2012.

Thierry Discepolo

Fundador de Éditions Agone y autor de La Trahison des éditeurs, Marsella, 2017.

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