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La insurrección de las mujeres

Lavanderas, encuadernadoras, cantineras, periodistas… Aquellas a las que sus adversarios llamarán las pétroleuses (“incendiarias”) intervinieron espléndidamente en los combates de la Comuna: los que tuvieron lugar arma en mano, los que se desarrollaron para construir un mundo más justo y más feliz. Se veían privadas del derecho a voto, pero se hicieron oír en las asociaciones de barrio, pidieron la igualdad salarial y la creación de guarderías, se involucraron en el reconocimiento de la unión libre. Se exterminó la Comuna, pero las ideas y los ideales sobrevivieron.

por Éloi Valat, julio de 2019

El 26 de marzo de 1871, 229.167 electores parisinos acuden a las urnas para votar el consejo municipal de “París libre”. Sale elegida una mayoría revolucionaria. Socialistas, blanquistas, republicanos radicales o moderados componen esa nueva asamblea en la que predominan los trabajadores manuales, junto a empleados, artesanos patrones, periodistas y miembros de profesiones liberales, en su mayoría hombres jóvenes. Las mujeres, privadas del derecho a voto, están ausentes. No hay ciudadanas para legislar la Revolución social. Sin embargo, las mujeres se muestran activas y comprometidas. Y tal y como dice Jules Vallès: “¡Clara señal! Cuando las mujeres intervienen, cuando el ama de casa empuja a su marido, cuando arranca la bandera negra que ondea sobre la marmita para plantarla entre dos adoquines, quiere decir que el sol se levantará sobre una ciudad en armas” (1).

Unos cuantos días antes, en la noche del 17 al 18 de marzo de 1871, Adolphe Thiers, jefe del ejecutivo de la República Francesa, ha ordenado la retirada de los cañones de la Guardia Nacional de los parques de artillería de Buttes-Chaumont, Batignolles, Montmartre… Prudencia gubernamental. Pero esos cañones los han pagado los parisinos. La Guardia se niega. A las cinco y media de la madrugada, la tropa se despliega por las calles de París. Los despachos militares se suceden. “10:20. Mucha agitación en el [distrito] XII. Guardias nacionales han bloqueado la calle de la Roquette con dos barricadas; otros descienden hacia la Bastilla… 10:30. Pésima noticia en Montmartre. La tropa no ha querido actuar. En Buttes, la artillería y los prisioneros han sido tomados por los insurrectos, quienes no parece que desciendan” (2). El toque a rebato subleva los barrios populares, de Belleville a Enfer. En Montmartre, las mujeres y los niños se oponen con firmeza a los oficiales del 88º regimiento de infantería de línea. Amas de casa cogen las riendas de los caballos y cortan los arneses. Se grita: “¡No dispararéis sobre el pueblo!”, “¡Viva la infantería de línea!”.

El 88º regimiento de infantería de línea fraterniza con la multitud. Louise Michel ha acudido corriendo, con su carabina bajo el abrigo: “Subíamos a la carga, sabiendo que en la cima había un ejército en orden de batalla. Pensábamos morir por la libertad. Nos sentíamos como si nuestros pies no tocaran el suelo. Con nuestra muerte, París se hubiese levantado. Las multitudes en ciertos momentos son la vanguardia del océano humano. La colina estaba envuelta en una luz blanca, un espléndido amanecer de liberación. (…) No era la muerte lo que nos esperaba en Buttes (…) sino la sorpresa de una victoria del pueblo”. Los generales Claude Martin Lecomte y Jacques Léonard Thomas (conocido como Clément-Thomas), prisioneros de los soldados sublevados, son fusilados en la calle Rosiers. Para Louise Michel, “se había producido la Revolución. Lecomte, detenido en el momento en que por tercera vez ordenaba abrir fuego, fue conducido a la calle Rosiers, donde se reúne con Clément-Thomas, quien había sido descubierto vestido de paisano mientras espiaba las barricadas de Montmartre. Según las leyes de la guerra, debían morir. (…) La tarde del 18 de marzo, los oficiales que habían sido apresados con Lecomte y Clément-Thomas fueron liberados” (3).

En sus Memorias, Gaston Da Costa, por entonces del lado de los insurrectos, quiso separar el grano de la paja: “Hasta el momento en que la tropa cede, dominan las mujeres. En la calle Rosiers, en el momento del asesinato, la mayoría habrán desparecido”. Pero él, partidario de la Comuna, no retrocede ante la evocación de imágenes frecuentes entre los adversarios de esta: “Sin embargo, a las esposas, a las madres les siguió, en esa variopinta multitud que escoltó hasta las colinas a los prisioneros del Château-Rouge, la horrible legión de chicas ‘sumisas’ [prostitutas inscritas en los registros oficiales] e ‘insumisas’ [no registradas] (…) provenientes de los hoteles, cafés y burdeles (…). Del brazo de los soldados, acompañadas de un enjambre de chulos, esa triste espuma de la prostitución surgió sobre la oleada revolucionaria. Y ahí estaban, emborrachándose en todas las barras, vociferando con zarrapastroso júbilo por esa derrota. (…) Sumadles algunas pobres de necesidad, desmoralizadas por los terribles estragos de la miseria que, en la esquina de la calle Houdon, despedazan la carne, todavía caliente, del caballo de un oficial muerto hace unos instantes. Todas se extenderán por Montmartre, paseando su embriaguez, su rencorosa locura y serán abominable escolta del desdichado Lecomte y sus oficiales cuando suban el Calvario de Buttes (4).

Diez días más tarde, el 28 de marzo, en la plaza del Hôtel-de-Ville, la Comuna es proclamada “en nombre del pueblo”. La fiesta es grandiosa. El cañón atruena para saludar el acontecimiento, las campanas de alarma están mudas. Victorine Brocher escribe: “¡Esta vez teníamos la Comuna! (…) Tras tantas derrotas, miserias y duelo, hubo un respiro, todos estaban alegres. (…) Al frente de los batallones en reposo, cantineras vestidas de diferentes formas se acodaban en las ametralladoras. (…) Un miembro de la Comuna proclamó los nombres de los representantes del pueblo y se alzó un grito unánime: ‘¡Viva la Comuna!’” (5).

Las mujeres no tienen ningún asiento en la asamblea municipal. Se manifiestan, organizan sus comités (de distrito y de vigilancia), redactan discursos y manifiestos, conducen ambulancias y hacen de cantineras en los batallones de federados [los soldados de la Comuna] que defienden los fuertes de Issy y Vanves, y pronto en las barricadas de la Semana Sangrienta.

El 11 de abril, en el Journal Officiel, diario oficial de la Comuna, se publica el llamamiento de un “grupo de ciudadanas”: “París está cercado, París es bombardeado. (…) ¿El [enemigo] extranjero vuelve a invadir Francia? ¡No, esos enemigos, esos asesinos del pueblo y la libertad son franceses! Han visto al pueblo alzarse exclamando: ‘¡No obligaciones sin derechos, no derechos sin obligaciones! (…) Queremos trabajo, pero para obtener sus frutos… ¡Basta de explotadores, basta de amos! Trabajo y bienestar para todos, el gobierno del pueblo por el pueblo, la Comuna, vivir libres trabajando o morir luchando’”.

El 12 de abril, en Le Cri du peuple, escriben: “Por lo tanto, que la Comuna abra a las mujeres tres registros bajo estos epígrafes: Acción armada, Puestos de socorro a los heridos, Cocinas ambulantes. Se inscribirán masivamente, dichosas de dar salida al sagrado entusiasmo que enciende sus corazones”.

El 14 de abril, en el Journal Officiel, la Unión de Mujeres para la Defensa de París y el Socorro a los Heridos subraya: “Es deber y derecho de todos luchar por la gran causa del pueblo, por la Revolución. (…) La Comuna representa el gran principio que proclama el fin de todo privilegio, de toda desigualdad, y por ello mismo se compromete a considerar las justas reclamaciones de toda la población, sin distinción de sexo, distinción creada y mantenida para preservar el antagonismo sobre el que descansan los privilegios de las clases gobernantes”.

En los clubes, abiertos en las iglesias y a veces exclusivamente femeninos, la palabra es libre. Todo es asunto de discursos y debates: la defensa de la revolución, la educación de las niñas, la paridad de los salarios, las leyes sociales, la unión libre, la cobardía de los hombres, el fin de la explotación del trabajo… El 3 de mayo, en la apertura del Club de la Revolución Social, en la atestada iglesia de Saint-Michel, en Batignolles, “se notaba que, al partir para luchar por la Comuna, los maridos habían dejado en el hogar un sólido germen de ideas revolucionarias”. Se despiden con el “Chant du Départ” (la “Canción de la Partida”) y “La Marsellesa”, con el tema de “La mujer por la Iglesia y la Revolución” para la siguiente sesión: (6).

Paul de Fontoulieu, con afilada pluma mojada en la pila de agua bendita versallesa (7) describe con ánimo acusador lo que dice haber visto y oído: “Club Éloi: entre las oradoras, perdón por la expresión, (…) la ciudadana Valentin, mujer pública que el 22 de mayo le saltó la tapa de los sesos a su chulo porque este no quería ir a las barricadas. La ciudadana Morel, que había sido condenada cinco veces, dijo: ‘Pido por último que se arroje al Sena a todas las monjas; hay algunas en los hospitales que dan veneno a los federados heridos’. Iglesia Saint-Lambert en Vaugirard, Club de Mujeres Patriotas: la reunión de Vaugirard fue presidida por una austríaca, de nombre Reidenhreth, (…) una especie de escritorzuela revolucionaria que había sido condenada en Viena por el delito de ofensa a las buenas costumbres, de lo que de hecho presumía con orgullo. (…) La Trinité, Club de la Liberación: (…) solo mujeres. El orden del día rezaba: ‘Medidas para regenerar la sociedad’. Una mujer que rondaba la treintena dijo: ‘La plaga social que hay que atajar en primer lugar es la de los patrones que explotan al obrero enriqueciéndose de sus fatigas. Basta de patrones que consideran al obrero una máquina de hacer dinero. Que los trabajadores se asocien entre ellos, que pongan su trabajo en común y serán felices. Otro vicio de la sociedad actual son los ricos, que no hacen más que beber bien y divertirse sin hacer nada. Hay que extirparlos, al igual que a los curas y las monjas. Solo seremos felices cuando ya no tengamos ni patrones, ni ricos, ni curas’. Club Saint-Sulpice: (…) una tal Gabrielle, hija de una prostituta, comenta: ‘Hay que fusilar a los curas; son ellos quienes no nos dejan vivir como queremos. Las mujeres se equivocan al confesarse, sé de lo que hablo. Animo a todas las mujeres a que se apoderen de los curas y les vuelen la cabeza. Cuando ya no haya curas, seremos felices’. (…) Louise Michel, la más encendida, la más violenta de todas, exclama en la sesión del día 17: ‘Ha llegado el gran día, el día decisivo para la emancipación o el sometimiento del proletariado. Pero valor, ciudadanos energía, ciudadanos, y París será nuestro. Sí, lo juro, París será nuestro o París dejará de existir. Para el pueblo es una cuestión de vida o muerte’” (8).

El 21 de mayo de 1871, con la entrada de los versalleses en París, comienza la Semana Sangrienta, “esas noches trágicas que –en palabras de Victorine Brocher– siete veces tocarán a muerto”. “Sábado 27. Nos asedia una descarga de fusilería muy cerrada, se desata el pánico, la multitud llega gritando: ‘Belleville está parcialmente tomado, el ayuntamiento ha sido abandonado, las calles están llenas de muertos y heridos¸ nos disparan desde todos lados; los federados y los voluntarios luchan como leones’. Con nuestra bandera al frente, nos agrupamos para el combate final; había restos de todos los batallones. (…) El 28 a mediodía, el último cañonazo federado parte de lo alto de la calle de París; la pieza, cargada con el doble de munición, exhala el último suspiro de la agonizante Comuna. ¡Una vez terminado el sueño, comienza la caza del hombre! ¡Detenciones! ¡Masacres!” (9).

Louise Michel cuenta: “Me marcho con el destacamento del 61º regimiento al cementerio de Montmartre, donde tomamos posiciones. (…) Al llegar la noche, aunque éramos un puñado, estábamos muy decididos. Caían, a intervalos regulares, algunos obuses; como los golpes de un reloj, el reloj de la muerte. En aquella noche clara, embalsamada con el perfume de las flores, los mármoles parecían vivir. (…) Con la bandera roja al frente habían pasado las mujeres; tenían su barricada en la plaza Blanche. Estaban allí Élisabeth Dmitrieff, la señora Le Mel, Malvina Poulain, Blanche Lefebvre y Excoffon. André Léo [pseudónimo de la periodista Victoire Léodine Béra] estaba en las de Batignolles. Más de diez mil mujeres diseminadas o juntas, combatieron por la libertad en los días de mayo. (…) Sobre las petroleras circulan las más absurdas leyendas, pero no hubo petroleras: las mujeres lucharon como leonas, pero solo me vi a mí gritando: ‘¡Fuego! ¡Fuego ante esos monstruos!’. Desdichadas madres de familia, que no combatientes, que en los barrios invadidos se creían protegidas por cualquier utensilio que evidenciara que iban en busca de alimento para sus pequeños (un perol de leche, por ejemplo), eran consideradas incendiarias, portadoras de petróleo, ¡y llevadas al paredón! (…). Versalles extiende sobre París un inmenso sudario rojo de sangre; queda por doblar una única esquina sobre el cadáver. Las ametralladoras bullen en los cuarteles. Se mata como en las cacerías; es una carnicería humana: los que, malheridos, permanecen de pie o corren contra los muros, son rematados a placer. (…) Una vez muerta la Comuna, atraídas por la carnicería y siguiendo al ejército regular, aparecieron algo antes que las moscas de las fosas comunes esas vampiras, provenientes también de un pasado lejano, quizá simplemente locas, que tenían el furor y la embriaguez de la sangre. Vestidas con elegancia, vagabundeaban por la carnicería, saciándose con el espectáculo de los muertos, cuyos ojos sanguinolentos removían con la punta de sus sombrillas. Algunas, confundidas con petroleras, fueron fusiladas sobre el montón como las otras” (10).

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(1) Jules Vallès, L’Insurgé (1886), en Œuvres, Gallimard, col. “Bibliothèque de la Pléiade”, París, 1990.

(2) Despachos de los generales Joseph Vinoy y Louis Emest Valentin a Adolphe Thiers, en Marc-André Fabre, Vie et mort de la Commune, Hachette, París, 1939.

(3) Louise Michel, La Commune, Stock, París, 1898.

(4) Gaston Da Costa, La Commune vécue, Ancienne Maison Quantin, París, 1903.

(5) Victorine B. (Brocher), Souvenirs d’une morte vivante, Librairie Lapie, Lausana, 1909.

(6) Journal officiel de la République française sous la Commune, “Parte no oficial”, 5 de mayo de 1871.

(7) N. de la T.: se denominó “versalleses” a los partidarios del Gobierno de la República, instalado en Versalles.

(8) Paul de Fontoulieu, Les églises de Paris sous la Commune, E. Dentu, París, 1873.

(9) Victorine B. (Brocher), Souvenirs d’une morte vivante, op. cit.

(10) Louise Michel, La Commune, op. cit.

Éloi Valat

Pintor y dibujante. Autor, entre otras obras, de L’Enterrement de Jules Vallès, Bleu autour, Saint-Pourçain-sur-Sioule, 2010.