Si el izquierdismo es la enfermedad infantil del comunismo, el conformismo es la de su madurez. ¿Cómo explicar si no la extraña desaparición del partido comunista más poderoso de Occidente un buen día de febrero de 1991? En efecto, en un último congreso, después de 70 años de existencia, el Partido Comunista Italiano (PCI), el de Antonio Gramsci y los partisanos gloriosos, abandonó su nombre, y por tanto su identidad y su historia, para autodisolverse, a costa de algunas lágrimas, pero por voluntad propia.
Para comprender la magnitud de este acontecimiento, es necesario volver la vista atrás, al periodo inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial. La izquierda italiana era entonces, como observa el historiador Perry Anderson, “el mayor y más impresionante movimiento popular a favor del cambio social en Europa Occidental”. Con la Liberación, Palmiro Togliatti, al hacerse con las riendas de la organización, abandonó cualquier veleidad revolucionaria en pro (...)