Al mismo tiempo que Rusia ordenaba a sus tropas entrar a las regiones separatistas del este de Ucrania tras reconocer su independencia el pasado 21 de febrero, el precio del petróleo alcanzaba su máximo de los últimos siete años. Con la invasión rusa iniciada la madrugada el 24 de febrero, el precio del gas natural se dispara un 30% y el barril de petróleo Brent –el de referencia en Europa– pulveriza la barrera de los 100 dólares. Mientras los medios de comunicación se centran en el conflicto en Ucrania, una de las principales causas de este pico ha pasado desapercibida: la alianza entre Moscú y Arabia Saudí se ha estrechado enormemente en los últimos años, lo que ha dado a los dos mayores productores de petróleo del mundo un control sin precedentes sobre las decisiones en materia de exportación de petróleo. Al tiempo que sucedía esto, la relación del reino del desierto con Estados Unidos iba enfriándose, como quedó demostrado cuando a principios de febrero el presidente estadounidense Joseph Biden rogó a los saudíes que aumentaran su producción de petróleo (1), un movimiento que no solo habría contribuido a aliviar la creciente inflación y los precios de los combustibles (2), sino que también habría reducido los exorbitantes beneficios de una Rusia inmersa en la campaña contra Ucrania. El rey saudí se negó.
La relación ruso-saudí ha florecido bajo el mandato del líder de facto de Arabia Saudí, el príncipe heredero Mohamed Bin Salmán, conocido como “MBS”, cuya primera reunión formal con el presidente ruso Vladímir Putin tuvo lugar en el verano de 2015. MBS buscó esa reunión después de que el entonces presidente de Estados Unidos Barack Obama declinara sentarse con él, según nos informan dos fuentes conocedoras del asunto cuyo anonimato fue garantizado.
Cuando Biden se niega a reunirse con MBS debido a su implicación en el asesinato del periodista Jamal Khashoggi, es probable que el príncipe heredero haya visto un amigo en Moscú, que se está beneficiando generosamente de la negativa de MBS a incrementar la producción de petróleo. El resentimiento de MBS por la negativa de Biden a reunirse con él se filtra de vez en cuando al público, como sucedió el año pasado, cuando el príncipe heredero canceló una reunión con el secretario de Defensa estadounidense Lloyd Austin con tan solo un día de antelación. En su lugar, optó por reunirse con Leonid Slutsky (3), un diputado ruso sancionado por Estados Unidos por su papel en la invasión rusa de Crimea en 2014. El príncipe heredero canceló la visita de Austin porque estaba “esperando una llamada del presidente antes de responder a los ruegos de la Administración”, según altos funcionarios citados por Martin Indyk, miembro del think tank Council on Foreign Relations (4).
“Putin y MBS tienen mucho en común, cosas como asesinar a sus críticos en casa y en el extranjero, intervenir por la fuerza en países vecinos o intentar subir los precios del petróleo lo máximo posible”, afirma Bruce Riedel, miembro sénior del Brookings Institution y antiguo analista de la CIA experto en Oriente Próximo. “Putin le haría un gran favor a MBS si invade Ucrania y hace que el precio del petróleo se ponga por las nubes”, afirma.
Ya en 2015, el entonces vice príncipe heredero MBS trasladó a las autoridades estadounidenses en Riad su impaciencia por la imposibilidad de concertar una reunión con Obama, según nuestras dos fuentes. Una reunión de alto nivel con el presidente estadounidense habría supuesto un golpe de efecto para las relaciones públicas de MBS, en aquel momento todavía por debajo de su primo, el aún príncipe heredero Mohamed Bin Nayef, que gozaba de una amistosa relación con la Administración de Obama. Descartada esa oportunidad, MBS se inclinó por reunirse con Putin en el transcurso del 19.º Foro Económico Internacional de San Petersburgo, en junio de 2015. Una de nuestras fuentes, una persona con vínculos profundos con funcionarios de Inteligencia en Oriente Próximo, nos cuenta que MBS había hecho el viaje para incomodar a Obama por no haberse reunido con él. Preguntada al respecto, la embajada saudí en Washington declinó hacer comentarios.
“Vemos a Rusia como un Estado importante en el mundo moderno –dijo entonces MBS, según una nota sobre la reunión publicada por el Kremlin–. Así pues, trabajaremos para desarrollar relaciones bilaterales […] en todas las áreas”. El mes siguiente, julio de 2015, el entonces director de la CIA John Brennan reprendió a MBS por sus recientes contactos con Putin, según una demanda presentada por el ex alto funcionario de la Inteligencia saudí Saad Aljabri. MBS incluso habría animado a Putin a intervenir en la guerra civil siria (5), según el texto de la demanda. En el sangriento conflicto que tuvo lugar a continuación, las fuerzas rusas mataron a miles de civiles sirios (véase el artículo de Damien Lefauconnier, p. 8).
En septiembre de 2016, Riad firmó un acuerdo con Moscú para cooperar en los mercados globales de petróleo e insinuó que podría limitar la producción de crudo en algún momento futuro (6). Se trató de una importantísima victoria económica para Rusia, que nunca había sido admitida en la Organización de los Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y ahora sería un miembro de la OPEP Plus –el “plus” por Rusia–, lo que permitiría al Gobierno de Putin coordinar la toma de decisiones en cuanto a producción de petróleo con otras naciones miembro.
En 2018, la advertencia de Riad de que limitaría la producción de petróleo se hizo realidad. Aquello irritó al entonces presidente estadounidense Donald Trump, que se enfrentaba a unas elecciones de mitad de mandato y a los altos precios del petróleo, al igual que Joseph Biden hoy (7). Pero, a diferencia de Biden, Trump gozaba de unas relaciones inusualmente cálidas con los saudíes, pues había roto una antigua tradición presidencial estadounidense al elegir Riad como destino de su primera visita oficial al extranjero, amén de haberse deshecho en elogios hacia el joven príncipe heredero, autorizado la mayor venta de armamento a Arabia Saudí en la historia de Estados Unidos, vetado una ley destinada a bloquear la venta de armamento (8) y defendido a MBS frente a las acusaciones –incluidas las de su propio director de la CIA– de haber participado en la muerte de Khashoggi.
Bin Salmán accedió a las demandas de Trump y aumentó abruptamente la producción de petróleo, lo que provocó que los precios se desplomaran por debajo de los 60 dólares el barril. Asimismo, durante la campaña electoral de 2020, en mitad de una ralentización de la demanda a consecuencia de la pandemia, Trump solicitó a los saudíes que redujeran la producción para proteger la industria del esquisto estadounidense, que atravesaba dificultades. Una vez más, MBS accedió a las demandas del republicano.
Por el contrario, las repetidas peticiones de Biden para que Arabia Saudí aumentara la producción han sido hasta el momento desatendidas. A principios del pasado mes de febrero, el presidente estadounidense habló de “asegurar la estabilidad de los suministros energéticos a nivel global” en una conversación telefónica con el rey Salmán, el padre de MBS, según informó la Casa Blanca. Sin embargo, hay un detalle clave que estos omitieron pero que la versión saudí sí que mencionó: el rey Salmán “destacó el papel del histórico acuerdo OPEP Plus […] y la importancia de mantener dicho acuerdo”, en referencia al pacto con Rusia para coordinar las decisiones relativas a la producción de petróleo.
A mediados de febrero, cuando la invasión rusa de Ucrania aún no se había producido, la Casa Blanca envió a Riad a su coordinador para Oriente Próximo y el Norte de África, Brett McGurk, con el fin de “plantear un enfoque colaborativo en la gestión de las posibles presiones en los mercados derivadas de una eventual invasión de Ucrania por parte de Rusia”, según una nota publicada por el Consejo de Seguridad Nacional (9). Los saudíes no publicaron una declaración equivalente sobre la visita de McGurk. “Es posible [que la visita] no revistiese importancia alguna para el reino, lo cual habla por sí mismo”, declaró Ellen Wald, miembro sénior no residente del Atlantic Council. “Mientras que la Administración de Biden trata Arabia Saudí como un socio, Riad parece más interesada en contentar a Putin por encima de Biden”, afirma Trita Parsi, vicepresidente ejecutivo del think tank Quincy Institute.
Quienes se oponen a las medidas de represalia contra Arabia Saudí suelen afirmar que estas podrían empujar al reino a los brazos de los competidores de Estados Unidos. Cuando el Congreso estadounidense debatió sancionar a Riad, un exasesor de MBS, Turki Aldakhil, lanzó una poco velada amenaza en Al Arabiya, un medio de propiedad saudí: “La imposición de cualquier tipo de sanciones a Arabia Saudí por parte de Occidente provocará que el reino recurra a otras opciones –advertía Aldakhil–. Rusia y China están preparadas para suplir las necesidades militares de Riad […] las repercusiones de estas sanciones incluirían el establecimiento de una base militar rusa en Tabuk, en el noroeste de Arabia Saudí” (10).
Pero lo cierto es que Arabia Saudí ya se encuentra claramente del lado de Rusia desde el punto de vista económico, mientras que, en opinión de diversos expertos, cualquier intento de Riad de acoger la presencia militar rusa sería extremadamente complejo y costoso para los saudíes.
“Llevar a cabo esta transformación tras tantas décadas empleando tecnologías y equipamientos militares estadounidenses resultaría tremendamente caro, complejo y lento para Arabia Saudí”, nos escribe en un correo electrónico Douglas London, exagente de la CIA. London, que pasó gran parte de sus 34 años de servicio en la CIA destinado en Oriente Próximo, afirma que mezclar tecnología militar rusa y china con equipos estadounidenses también causaría toda clase de problemas de interoperatividad. “Los flirteos del reino con los rivales de Estados Unidos buscan ante todo transmitir la apariencia de una mayor independencia en materia de seguridad y enviar un mensaje”, opina.
Arabia Saudí carece de un ejército avanzado propio y depende en gran medida de Estados Unidos no solo en lo referente a equipos militares, sino también a su mantenimiento. Pese a que esta circunstancia da a Washington un margen considerable para tratar al reino como un “paria”, tal y como prometió en su campaña electoral Joseph Biden, su Administración ha hecho más bien poco a la hora de exigir responsabilidades a Arabia Saudí por sus múltiples violaciones de los derechos humanos, desde el asesinato de Khashoggi hasta el bombardeo de innumerables civiles en Yemen.
El 23 de febrero, por ejemplo, la Administración de Biden anunció nuevas sanciones contra las redes financieras de los rebeldes hutíes (11), un gesto que los defensores de los derechos humanos afirman que recrudecerá la crisis humanitaria al dificultar las importaciones civiles. En palabras de Sarah Leah Whitson, directora ejecutiva de la organización no gubernamental Democracy for the Arab World Now, “el hecho de que la Administración de Biden haya vuelto a imponer unas sanciones que hace apenas unos meses condenaba por inhumanas e ineficaces es todo lo que necesitas saber sobre su compromiso con los derechos humanos”.
© The Intercept
© Ken Klippenstein
© Le Monde diplomatique en español de la traducción al castellano