La evolución reciente de la política exterior de Estados Unidos parece tan paradójica que muchos comentaristas viven en el desconcierto: por un lado, la precipitada y desordenada retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán alimenta las sospechas de que estamos ante una gran potencia en declive, que ya no duda en tirar por la borda sus compromisos internacionales; por otra parte, su enérgica respuesta a las amenazas de una incursión militar rusa en Ucrania –invasión que finalmente se produjo el pasado 24 de febrero– parece apuntar a un endurecimiento y a la vuelta a una política intervencionista ambiciosa. Sin embargo, por muy contradictorias que puedan parecer estas dos expresiones de la política exterior estadounidense, ambas ilustran una misma estrategia, destinada a restaurar el estatus del país como primera superpotencia mundial.
La preservación de este estatus ha supuesto el objetivo prioritario de los dirigentes estadounidenses desde el final de la Guerra Fría (...)