En el nuevo orden mundial, las multinacionales poseen un inmenso poder económico y ejercen una influencia política decisiva. La falta de coordinación entre los regímenes fiscales de los Estados les permite minimizar sus obligaciones impositivas, a menudo en detrimento de los países en los que operan. Se trata de una ventaja inesperada y aumentada aún más por los paraísos fiscales –como Irlanda– y los centros financieros offshore –como las Bermudas–, que permiten camuflar los movimientos de fondos transfronterizos, así como la identidad de los empresarios y de los particulares que se benefician de ello. En el sistema actual, el peso del sistema impositivo se traslada, pues, de manera desproporcionada al único factor de producción incapaz de llevar a la práctica esa “libre circulación”: la mano de obra.
Por otra parte, una dificultad gangrena la estructura política mundial. Mientras que los clubes de elite como el G-20 adquieren poder, las instituciones con (...)