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“Si el país se derrumba, ¿no hay que trasladar sus archivos al extranjero?”

Frente al hundimiento, Líbano quiere preservar su memoria

El 15 de mayo, los libaneses están llamados a las urnas para designar a los 128 miembros de la Cámara de Diputados. Unas elecciones que tienen lugar en un contexto de grave crisis financiera, catástrofe social y recrudecimiento de las tensiones políticas y confesionales. A pesar de las dificultades, asociaciones e intelectuales se movilizan para preservar y digitalizar el patrimonio del país.

por Emmanuel Haddad, mayo de 2022

“Cada mañana, cuando te levantas, hay que encontrarles sentido a las cosas”. Ghassan Halwani, artista visual libanés, fuma un cigarrillo en el balcón de Mansion, un chalé abandonado convertido en espacio cultural compartido en Zokak el Blat. Se trata de un barrio de Beirut alejado del puerto, epicentro de la explosión del 4 de agosto de 2020 que mató a más de 200 personas y agravó las dificultades sociales, económicas y geopolíticas en las que lleva varias décadas debatiéndose el país (1). Pero no hay manera. Transcurridos casi dos años, sus venerables fachadas de principios del siglo XX siguen agrietadas, a pesar de los meses de renovación. Y el cineasta ya no le encuentra sentido a hacer películas con el telón de fondo de una vida cotidiana deteriorada, en la que cada cual trata de apañárselas como puede. La electricidad pública solo está disponible durante tres o cuatro horas al día, de modo que es necesario encontrar con qué pagar la conexión al generador privado que compensará en parte los largos cortes de electricidad. A finales de 2021, los libaneses –entre los cuales ocho de cada diez viven por debajo del umbral de pobreza (2)– tuvieron que aguantar la enésima devaluación efectiva de su moneda indexada al dólar, que ahora cotiza a 30.000 libras en el mercado paralelo frente a las 1.500 del tipo de cambio oficial. El salario mínimo mensual ya solo tiene un valor de 25 dólares y apenas cubre la factura media de energía de cada hogar. En enero, unos manifestantes hartos de la situación ocuparon una planta de distribución de la empresa estatal Electricidad del Líbano (EDL) en la región de Aramoun, al norte de Beirut, provocando un apagón en todo el país.

Semejante a las grietas que resquebrajan Mansion, la miseria que hasta la fecha se cebaba principalmente en los refugiados palestinos y sirios ahora se ha filtrado en todos los aspectos de la vida libanesa. Para sobrevivir, una anciana vende cirios a unos pocos clientes en un supermercado abandonado. Otra les espeta: “¿Tienes trabajo? ¡Pues entonces dame 10.000 libras para que pueda volver a casa!”. Están de vuelta las habilidades tradicionales, abandonadas durante mucho tiempo para convertir al país en el no va más de la sociedad del consumo inmediato: sastres, modistas, zapateros y tiendas de segunda mano sustituyen a las marcas internacionales y a las cerca de 12.000 tiendas que han echado definitivamente el cierre desde 2020 (3). Las semillas campesinas distribuidas desde el valle de la Becá por la asociación Bouzourna Jouzourna (‘Nuestras semillas, nuestras raíces’) las compran tanto agricultores convencionales que no pueden pagar los insumos y las semillas importadas como agricultores urbanos en ciernes, como en Sidón, donde el colectivo Nohye Alard (‘Resucitamos la tierra’) ha transformado un descampado en parcelas agrícolas para cuarenta familias, encantadas con la idea de comer verduras ecológicas... y gratis.

En su página de Instagram, el medio de comunicación independiente Megaphone detalla el kit de lo esencial para sobrevivir al inhiyar (‘colapso’): velas, cargador para baterías de teléfono, ventilador, generador para suplir la falta de electricidad, bicicleta para librarse del desorbitado coste de la gasolina y hasta un ansiolítico para aquellos que ya no pueden pagar el alquiler o costear la escolaridad de sus hijos. Por no hablar de los billetes verdes, condición exclusiva para hacer algo más que sobrevivir, y de un pasaporte para huir del país cuando ya no se aguanta más. Porque uno de los efectos directos de la tercera peor crisis económica que ha conocido un Estado entre 1857 y 2013 (4) ha sido expulsar a los libaneses de su país, principalmente a su élite intelectual y económica. En agosto de 2021, el exdiputado Elias ­Hankach reveló que el número de solicitudes de inmigración presentadas en el Líbano para América del Norte y Europa superaba las 380.000, citando una fuente cercana a la ­embajada de Canadá en Beirut. Según el ­Observatorio de la Crisis, un programa de investigación interdisciplinar puesto en marcha por la Universidad Americana de Beirut (AUB), el país del cedro está experimentando un nuevo “éxodo” después de las 330.000 personas que abandonaron el Monte Líbano durante la Primera Guerra Mundial y el millón de expulsados por la guerra civil de 1975-1990 (5).

Pero están los que se quedan. Muchos de ellos por falta de medios, mientras que otros prefieren permanecer in situ para intentar salvar lo que aún tiene salvación, especialmente la memoria, sostén de la imaginación. La Fundación Árabe para la Imagen está situada en la cuarta planta de un edificio de la calle Gemmayze, frente al puerto. La cámara frigorífica que atesoraba medio millón de imágenes, relato en instantáneas autóctonas del pasado del Líbano y de la región, quedó destruida el 4 de agosto de 2020, pero el contenido de las cajas, disperso entre los cristales destrozados y las estanterías derrumbadas, milagrosamente no sufrió daños. Para Heba Hage-Felder, su ­directora, la explosión no hizo más que confirmar la necesidad de no marcharse: “La pregunta que se plantea es: si el país se derrumba, ¿no hay que trasladar los archivos fuera del país? Desde luego, si se hace un análisis de riesgos, nada debería quedarse en el Líbano. Pero, para nosotros, el hecho de que los archivos procedan de esta región implica que deben permanecer en este ecosistema, con sus desastres, pero también sus momentos maravillosos”. Salvar las imágenes amarillentas de una época pretérita puede parecer una tarea superflua cuando, cuatro plantas más abajo, la ONG Basecamp reparte cientos de raciones de comida gratuitas para los vecinos del barrio. Pero, para Hage-Felder, “lo que la mayor ­parte de los analistas no ve es la increíble necesidad que siente la gente por hacer algo extraordinario en medio de la catástrofe, y no solo conseguir ­comida y agua”. Y también hay otra cosa, puntualiza la directora, y es que la construcción de un archivo en el Líbano es “algo visceral”: “Los dirigentes quieren priorizar una determinada historia, al tiempo que borran otra. Para contrarrestar estas narrativas se necesitan diferentes iniciativas de colectivos, como las familias de los desaparecidos y otros”.

La omisión de las historias de las víctimas, concluida lo que ella llama la “guerra incivil”, fue posible gracias a la ley de amnistía que impuso una amnesia oficial sobre los crímenes cometidos entre 1975 y 1990 y permitió a los señores de la guerra de ayer convertirse en líderes políticos al final del conflicto fratricida. Hoy, esa misma clase dirigente quiere imponer el olvido ante las demandas de justicia de las víctimas de la explosión del puerto y obstaculiza la labor del juez Tarek Bitar. Este, al mando de la investigación sobre la explosión, ha imputado a cuatro exministros y al ex primer ministro Hassan Diab por “presunta intención homicida, negligencia e incumplimientos”. Todos se han negado a comparecer, mientras los partidos chiíes Hezbolá y Amal exigen que se le aparte del caso y llevan a cabo una campaña de odio en Internet, así como acciones políticas y legales contra él. Ante esto, explica Abir Saksouk-Sasso, arquitecta miembro del gabinete multidisciplinar de investigación ­urbanística Public Works, “la asociación de vecinos de los barrios afectados por la explosión que hemos ayudado a crear con la ONG Legal Agenda tiene tres prioridades: primero la ­investigación judicial, luego la indemnización y después la reconstrucción”.

En su película Erased, ascent of the Invisible (“Borrado, ascenso a lo invisible”), sobre las fosas comunes de la guerra civil cubiertas por proyectos inmobiliarios, Halwani dice esta frase: “Un crimen tiene lugar en dos actos. Primero, el acto de matar. Luego, el de deshacerse de las pruebas”. Aunque de momento ya no filma, sigue digitalizando los archivos (recortes de prensa, imágenes, octavillas, cartas, etc.) de cuarenta años de militantismo de su madre, Wadad Halwani, presidenta del Comité de Familias de Secuestrados y Desaparecidos. “Es una de las piedras que yo empujo para hacer realidad el nuevo mundo”, dice en pocas palabras.

Idéntico deseo de conservar las huellas del pasado encontramos más al norte, en Chekka, donde la ONG Umam acoge la exposición Tripoliscope, que revisa los archivos de cuarenta y un cines de Trípoli antes de que fueran cerrados, destruidos o sustituidos por gimnasios. “Esta memoria colectiva –algo poco frecuente en el Líbano– da testimonio de una época en la que el estatus social estaba más ligado al barrio de origen, a la escuela a la que se asistía o a la afiliación política que a la adscripción confesional”, escribe Nathalie Rosa Bucher, comisaria de la exposición.

Para Monika Borgmann, cofundadora de Umam junto con el intelectual y activista Lokman Slim, la recopilación de archivos siempre ha sido una herramienta para provocar el debate: “La chispa fue quizás nuestra primera película, Massaker, sobre la masacre de Sabra y Shatila (6). En otro país, habríamos visitado el archivo nacional. Aquí, nadie sabe lo que contiene. Así que empezamos a recopilar, archivar y digitalizar en 2005, mucho antes del actual colapso, cuando millones de libaneses exigían la verdad sobre el asesinato de Rafic Hariri (7). Esperábamos que esta demanda pudiera transformarse en una exigencia de verdad ­sobre el destino de los desaparecidos, para abrir los archivos de la guerra civil. No ocurrió”.

Durante dos décadas, Umam se ha empeñado en explorar la memoria de la guerra civil para ofrecer un relato plural sobre el conflicto. Mientras que la Fundación Árabe para la Imagen recoge fotos vernáculas, la colección de Umam abarca un espectro más amplio: desde archivos de prensa hasta los de partidos políticos, desde objetos (como el autobús ametrallado el 13 de abril de 1975, detonante de la guerra) hasta documentos oficiales o colecciones personales. “Nuestro planteamiento era conocer el pasado para entender el presente y quizás construir el futuro”, prosigue Borgmann. Y, un día, la línea entre el presente y el pasado se borró de repente: “En nuestro proyecto ‘¿Quién mató a quién?’ estábamos ­archivando asesinatos políticos, como observadores, y de repente pasé a encontrarme yo en el mismo centro del tema”. El 4 de febrero de 2021, Lokman Slim fue asesinado a tiros en el sur del Líbano. En diciembre de 2019, el intelectual había publicado una carta abierta en los medios de comunicación libaneses en la que afirmaba que, si le ocurría algo, la responsabilidad recaería en Hasan Nasralá, secretario general de Hezbolá (8).

“Con la muerte de Lokman [Slim] y el actual colapso, los archivos adquieren aún más importancia”, argumenta Borgmann. Y a continuación enumera el triple peligro que los amenaza hoy: “Hay un peligro político. Durante el movimiento popular de octubre de 2019, además de las amenazas de muerte, hubo gente que amenazó con lanzar neumáticos quemados frente al chalé de Slim donde se guardan los archivos. Luego está que nunca se puede descartar una nueva guerra o una explosión. Y por último tenemos el peligro económico: mucha gente mercadea con los archivos porque necesita dinero y eso expone a una dispersión de las colecciones”.

En la carretera que lleva a Trípoli, los carteles del movimiento Sawa li Lubnan (‘Juntos por el Líbano’) que denuncian, entre más cosas, la falta de electricidad y la existencia de milicias, parecen hacerse eco de las consignas coreadas durante el otoño de 2019, cuando los manifestantes exigían al grito de kelun yaâ’ni kelun (‘todos significa todos’) que se marchara la clase dirigente, acusada de corrupción y considerada responsable de la depresión económica. Ganas de soñar. Estos carteles dan voz a nuevas y peligrosas divisiones. “¡Sawa li Lubnan es un movimiento financiado por Baha Hariri! (9). Recupera los temas de la revolución, como la ‘soberanía’, para cambiar su connotación y convertirlos en un mensaje contra Hezbolá”, suspira Samer Annous, presidente de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Balamand. A su lado, Obeida Tekriti, militante del partido Ciudadanos y Ciudadanas en un Estado, recuerda que, en octubre de 2019, llevó a la plaza de los Mártires de Beirut, entonces conocida como “la novia de la revolución”, un archivo de las portadas de todos los periódicos libaneses del 1 al 13 de abril de 1975, fecha del comienzo de la guerra. “¡Los titulares eran los mismos que hoy! Eso demuestra hasta qué punto se parecen lo que ocurría antes de que empezara la guerra y lo que pasa ahora, esta violencia que intentamos evitar. En su mayor parte, los apellidos de los dirigentes de hoy son los mismos que los de entonces, porque el sistema no ha cambiado”.

Volvemos a Mansion, donde Naja Al ­Ashkar, director de Nadi Lekol el Nas (‘Club para Todos’), asociación que preserva y difunde el cine libanés desde la década de 1990, está clasificando viejas bobinas. Para él, compensan la ausencia de un libro de historia: “Beirut, el encuentro, la película de 1981 de Borhane Alaouié, es la que mejor muestra lo que ha llevado al colapso actual, pero solo ahora la entendemos. Antes, estábamos atrapados en las divisiones políticas derivadas del asesinato de Rafik Hariri. Pero estas películas hablan del dolor de todos los libaneses. Las generaciones venideras, si quieren construir algo, deben estudiarlas”.

La noche cae sobre Beirut y sus calles sin farolas ni semáforos. En la calle Hamra, la sala de conciertos Metro al Madina ofrece sus “Canciones de taxi en el momento del colapso”, en las que la compañía hace esta mordaz predicción que rezuma humor negro: “¡Alégrate del colapso que se avecina! ¡Vais a caer, todos! ¡Todos significa todos! ¡No quedará ninguno de vosotros, ni ladrón ni muñidor!”.

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(1) Véase Doha Chams, “Que caiga el régimen de los bancos”, Le Monde diplomatique en español, octubre de 2020.

(2) “Les trois quarts des Libanais ont plongé dans la pauvreté, selon l’ONU”, ONU Info, 3 de septiembre de 2021, https://news.un.org

(3) “Economic meltdown revives forgotten occupations in Lebanon”, Al-Monitor, 9 de enero de 2022.

(4) “Lebanon sinking (to the top 3)”, Lebanon Economic Monitor, Banco Mundial, primavera de 2021. Según los redactores del informe, la crisis libanesa es la más grave después de la que azotó Chile en 1926 y la que se derivó de la guerra civil española (1936-1939).

(5) “L’exode des Libanais a atteint un point critique alors que la crise s’accélère”, Arab News, 1 de septiembre de 2021.

(6) Véase Pierre Péan, “Sabra et Chatila, retour sur un massacre”, Le Monde diplomatique, septiembre de 2002.

(7) El asesinato del ex primer ministro, el 14 de febrero de 2005, provocó manifestaciones masivas que condujeron a la salida del ocupante sirio. El veredicto de la investigación internacional, emitido el 18 de agosto de 2020 –dos semanas después de la explosión del 4 de agosto–, se vivió como un acontecimiento irrelevante.

(8) “Liban: un an après son assassinat, les tueurs de Lokman Slim courent toujours”, RFI, 4 de febrero de 2022.

(9) Baha Hariri es hermano mayor del ex primer ministro Saad Hariri. Se le atribuye la intención de provocar un enfrentamiento con Hezbolá con el beneplácito de las monarquías del Golfo.

Emmanuel Haddad

Periodista, Beirut..