Desde hace algún tiempo, la contabilidad despierta la atención de un círculo creciente de especialistas ajenos a esta disciplina. A pesar de que ya en 1916 Werner Sombart había subrayado su importancia (“Es una de las condiciones sine qua non de la existencia del capitalismo”), la contabilidad, a menudo presentada como una simple técnica, añeja y sin ningún interés, se ha mantenido como el terreno exclusivo a unos pocos contables rígidos y secretos.
El caso Enron ha hecho que todo eso cambiara. Bruscamente, el mundo de los economistas ha advertido la influencia maléfica que podía tener esa disciplina sobre los fundamentos del sistema capitalista; la prensa diaria se interesa regularmente en la adopción de nuevas normas contables; y hasta un jefe de estado toma su pluma para criticar el peligro que amenazaría a la Unión Europea en caso de adoptarse algunas de esas normas. Curiosamente, el aura repentina que envuelve la (...)