Los estadounidenses lo aprenden desde la más tierna infancia: a partir de la guerra de la Independencia (1775-1783), Estados Unidos rechazaría el orden heredado en beneficio de la ley establecida “por y para el pueblo”. ¿Acaso no escribió Thomas Jefferson, uno de los padres fundadores del país, que sus conciudadanos aspiraban a una “aristocracia natural” basada en “la virtud y el talento” en vez de a una “aristocracia artificial” fundamentada, como en el Reino Unido, en la fortuna y el nacimiento?
Entre todas las violaciones de este principio esencial, la que acarreó mayores consecuencias fue seguramente el sistema de discriminación racial infligido a la población negra. Más discreta, otra transgresión decisiva se puso en práctica a comienzos del siglo XX: la inclusión del linaje entre los criterios de admisión de las principales universidades del país. Cuando presentan las solicitudes de acceso, los jóvenes candidatos se benefician, en efecto, de un trato (...)