A finales de enero de 2015, Barack Obama sufrió un breve pero humillante momento de aprieto político. Una propuesta presupuestaria que acababa de enviar al Congreso resultó mortinata antes incluso de ser sometida a votación –siendo abortada por el propio presidente–.
La idea inicial destacaba a la vez por simple y cabal: derogar las ventajas fiscales concedidas a las familias que habían suscrito un plan de ahorro destinado a financiar los estudios universitarios de su progenitura. Al suprimir este regalo, que favorecía sobre todo a los hogares acomodados, se intentaba liberar recursos con los que trabajar en la implementación de un nuevo sistema de exenciones fiscales más coherente y, sobre todo, más justo. Era, en muchos aspectos, una decisión sensata. Pero el presidente subestimó la influencia de la clase media alta en la vida política estadounidense. En cuanto se hizo público, su proyecto congregó en su contra a la flor y (...)