Italia tiene un nuevo hombre fuerte e incluso, en opinión de muchos, un nuevo salvador. En Roma, el verdadero jefe de Gobierno no es el presidente del Consejo, Giuseppe Conte, ni el vencedor de las últimas elecciones generales, el líder del Movimiento 5 Estrellas (M5S) Luigi Di Maio. Es el ministro del Interior, Matteo Salvini. Como si de la noche a la mañana un oscuro concejal en el Ayuntamiento de Milán, militante durante mucho tiempo de la Liga Norte, un partido separatista, se hubiera convertido en la personalidad más poderosa del país. En sus manos, un partido que parecía una reliquia se ha transformado en el eje de la política italiana, y probablemente también de la europea.
Esta sorprendente mutación tiene un origen muy lejano, no tanto en el tiempo, sino en el espacio. Desde 2014, las guerras y la pobreza han empujado a millones de personas de África y Oriente Próximo a atravesar el Mediterráneo en busca de trabajo, libertad y paz en una Europa rica, envejecida, pero cada vez con mayores desigualdades. La respuesta del Viejo Continente ha sido mirar hacia otro lado, o explotando las fantasías que despierta la desesperación ajena: en lugar de ayudar, ha identificado a un enemigo y ha dado el pistoletazo de salida a una competición de humillaciones. Los últimos y penúltimos marginados del mundo se enfrentan entre sí, mientras que prosperan tranquilamente los más favorecidos. En Italia, Salvini ha promovido la revuelta de los penúltimos. Con cierto talento, ha aprendido ha dirigirse a sus estómagos.
La Liga Norte fue fundada en 1991, en vísperas de la implosión de los tres partidos de masas –el Partido Demócrata Cristiano, el Comunista y el Socialista– que dominaban Italia desde la Segunda Guerra Mundial. Presentándose como “ni de izquierdas ni de derechas”, nació de una fusión entre la Liga Lombarda de Umberto Bossi, surgida a mediados de la década de 1980, y algunas fuerzas regionalistas implantadas en el norte del país. Se articulaba en torno a un objetivo muy concreto: la independencia de Padania, una nación imaginaria que se extendería a lo largo del río Po, dado que el Norte próspero y trabajador estaría cansado de verse lastrado por el Sur atrasado y dependiente. Por lo tanto, cada uno debería navegar hacia su propio destino.
Por aquel entonces, los partidos Demócrata-Cristiano y Socialista se desmoronaron a raíz del escándalo Tangentópoli (1). La Liga Norte hizo su primer avance en las elecciones generales de 1994, donde obtuvo el 8,7% de los votos a nivel nacional y más del 17% en Lombardía. Con estos resultados, pasó a formar parte del Gobierno de centro-derecha dirigido por Silvio Berlusconi. Pero Bossi, un francotirador dado al drama, irritado por su papel de subalterno, decidió abandonar al poco tiempo esta alianza, provocando la caída de Berlusconi. En las elecciones siguientes, con Bossi cabalgando en solitario, la Liga obtuvo el 10% de los sufragios en 1996, antes de retroceder al 4,5% de los votos en las elecciones al Parlamento Europeo de 1999.
Por ello, regresó a la alianza liderada por Berlusconi donde, durante la década siguiente, asumió el papel de socio minoritario, ruidoso pero en la práctica sin capacidad de marcar la agenda. Debilitado tras sufrir un derrame cerebral y verse envuelto en un caso de corrupción, Bossi fue apartado por su número dos, Roberto Maroni, quien asumió la dirección del partido en 2012. En las elecciones generales de 2013 la Liga retrocedió nuevamente, obteniendo el 4,1% de los votos, dando la sensación de estar condenada a ser insignificante. Sin embargo, en su feudo lombardo, Maroni logró ganar la presidencia de la región. Esta victoria le llevó a presentar su renuncia como secretario general, probablemente al considerar que su partido no tenía futuro a nivel nacional y que podría obtener un mayor rédito de un mandato regional.
En diciembre de 2013, la Liga Norte organizó unas primarias internas para designar al sucesor de Maroni, pero esta consulta no era más que una simple formalidad. El futuro del partido ya se había decidido en una comida entre Maroni y dos de sus fieles: Salvini y Flavio Tosi, el popular alcalde de Verona. El ingrato cargo de secretario general recaería en el primero, para reservar al segundo la posibilidad de convertirse en el abanderado del centro-derecha cuando Berlusconi, cada vez más desacreditado, no pudiera seguir ejerciendo ese papel. Salvini se impuso en esas primarias con más del 82% de los votos a pesar de ser en la práctica un desconocido para el conjunto de los votantes italianos.
No así para los militantes del partido en Milán, donde nació en 1973, hijo de padre empresario. De joven, en 1990, un año antes de la fundación de la Liga Norte, y aún en el instituto, se unió a la Liga Lombarda. Siete años más tarde se convirtió en concejal en el Ayuntamiento de Milán. Durante esos años frecuentó el Leoncavallo, el centro social más importante de la ciudad, un enclave de la militancia alternativa y radical donde se encontraban las diferentes tendencias de la izquierda milanesa. Allí se tomará cervezas, asistirá a espectáculos y cultivará su pasión por el cantante anarquista Fabrizio De André. Como concejal, defendió ese centro social contra la opinión de Marco Formentini, el alcalde de la época, también miembro de la Liga, que aspiraba a demolerlo. Cuando en 1997 la Liga organizó “elecciones padanas” para conformar el Parlamento paralelo de su supuesta nación, Salvini se puso a la cabeza de los “comunistas padanos”, una lista ornamentada con la hoz y el martillo.
Su presencia en el pleno del Ayuntamiento de Milán le permitía dar gran resonancia a sus diatribas, en particular aquellas vinculadas a la cuestión de los “gitanos-musulmanes” y las relativas a temas de seguridad ciudadana. Así, ofrecía su apoyo a un padre de familia que había disparado a un ladrón, o proponía establecer una línea telefónica gratuita para denunciar actos de delincuencia cometidos por inmigrantes. Acudía con regularidad a todas las fiestas populares, y en poco tiempo, se convirtió en un invitado habitual en los canales de televisión locales. También se mostraba muy activo en los medios de comunicación auspiciados por la Liga, escribiendo principalmente para el periódico La Padania antes de convertirse en el director de Radio Padania Libera. Emulando al Partido Comunista Italiano (PCI) de antaño, la Liga era una organización que involucraba a sus miembros en una amplia variedad de actividades.
En 2004 el dinamismo de Salvini terminó por catapultarlo hasta Bruselas, donde se convirtió en diputado del Parlamento Europeo bajo la marca de la Liga, después de haber cosechado la mayor parte de sus votos en los suburbios desfavorecidos de Milán. Renunció en 2006 a su escaño de europarlamentario para dirigir el grupo municipal de la Liga en el Ayuntamiento milanés, si bien volvió a un nuevo mandato europeo en 2009. En 2012 fue nombrado secretario general de la Liga Lombarda. Fue entonces cuando se impone como el candidato lógico para la sucesión de Maroni en la dirección de la Liga Norte.
El contexto histórico favoreció esta evolución. Es evidente que los sueños de Altiero Spinelli, uno de los padres fundadores de la Unión Europea y firme partidario del federalismo continental, no se han cumplido. Al contrario: las altas esferas de la Unión Europea están cada vez más pobladas de burócratas que dictan sus políticas a Gobiernos surgidos de las urnas sin tener en cuenta los mandatos democráticos, e imponen la austeridad neoliberal amenazando con un cataclismo a cualquier país que desee tomar una vía diferente.
En Italia, un país que ha sufrido más que otros las consecuencias del Tratado de Maastricht, se vivió en 2014 el advenimiento de uno de los Gobiernos más arrogantes desde la posguerra, determinado no sólo a desarmar la legislación laboral mediante decretos, sino incluso a desmantelar ciertas disposiciones clave de la Constitución de 1947, con el objetivo de concentrar mayores cuotas de poder en sus manos. En febrero de 2014 Matteo Renzi fue nombrado presidente del Consejo. Lo consiguió sin siquiera haber sido diputado con anterioridad: tomó el control del Partido Demócrata –enterrando de paso las pretensiones tradicionales de ese partido de encarnar una fuerza de izquierdas– y pactó con Berlusconi. Al contar con el pleno apoyo del presidente de la República, de la principal organización patronal, de la banca y las multinacionales, por no hablar del de los medios de comunicación, Renzi consideró que contaba con el suficiente respaldo popular como para convocar un referéndum sobre sus reformas constitucionales. El conjunto de las fuerzas políticas se posicionaron en su contra y los votantes le infligieron una severa derrota (2). Entre los votantes jóvenes, aquellos a quienes dijo representar, el 80% se decantó por el “no”. Entre los ganadores de esa cita electoral está Salvini, quien hizo una vigorosa campaña contra el proyecto de reforma, lo que le otorgó una talla nacional.
Para lograrlo, el líder de la Liga tuvo que realizar dos cambios fundamentales: una nueva estrategia electoral y una relación innovadora con el mundo digital. La Liga Norte, movimiento secesionista fundado por Bossi, había identificado dos enemigos: Roma, corazón de la corrupción burocrática, y el Sur, tierra de holgazanes y parásitos. A principios de la década de 2010 se hizo evidente que esta estrategia había entrado en punto muerto. Al no haberse producido la secesión de Padania, ni parecía plausible que se fuera a producir, se cuestionó la supervivencia del partido –que oscilaba entre el 3% y el 4% de las intenciones de voto en las encuestas–. Convertido en secretario general, Salvini impuso entonces un nuevo rumbo: atacaría a Bruselas en vez de a Roma, y a los inmigrantes en lugar de a los habitantes del Sur. Al hacerlo, hablaría en nombre de todos los italianos, de toda la nación contra los opresores y los intrusos. Al abandonar el conflicto entre las dos Italias, la Liga ha podido aglutinar a agricultores de Apulia, pescadores de Sicilia, empresarios venecianos y altos directivos lombardos, presentando a todos ellos como víctimas de un poder lejano y desalmado, y enfrentados a una plaga de inmigrantes.
Salvini comenzó por explotar la frustración con respecto a la Unión Europea, en un país en el que cada presupuesto debe ser aprobado por la Comisión Europea, quien exige sacrificio tras sacrificio con la connivencia tanto del centro-derecha como del centro-izquierda. Su discurso inaugural marcó la pauta: “Debemos recuperar la soberanía económica que hemos perdido en la Unión Europea. Nos han tocado los cojones (...). Esto no es la Unión Europea, es la Unión Soviética, un gulag que queremos abandonar junto con todo aquel que esté dispuesto a hacerlo”. A medida que se acercaban las elecciones europeas de 2014, Salvini incrementaba sus ataques contra Bruselas, convocando a Italia a salir del euro, una idea hasta entonces relegada a los márgenes del discurso político de la izquierda y la derecha. La reivindicación no movilizó a las masas. Lejos de mejorar su resultado, la Liga perdió tres de sus nueve escaños en el Parlamento Europeo.
Fue entonces cuando hace su aparición Luca Morisi. Este experto en informática de 45 años dirige, junto con un socio, la empresa Sistema Intranet, que no tiene empleados, pero sí un gran número de clientes institucionales. Ayuda a Salvini en un momento en que este ya no se podía separar de su tablet y estaba muy familiarizado con Twitter, pero su presencia en Facebook seguía siendo irrelevante. Su nuevo asesor digital lo instó a cambiar de estrategia. Le explicó que Twitter es muy limitado. En su opinión, la plataforma es fundamentalmente autorreferencial y favorece los mensajes de confirmación. “La gente está en Facebook y ahí es donde tenemos que estar”. Por ello, decidieron formar un equipo centrado en las redes sociales, que en poco tiempo pasó a ser uno de los departamentos más importantes de la Liga.
Morisi enunció “diez mandamientos” que el líder del partido debía cumplir. Los mensajes en su página de Facebook deben estar escritos por el propio Salvini, o al menos parecerlo. Hay que publicar todos los días, a lo largo de todo el año, y comentar los acontecimientos de actualidad. La puntuación debe ser correcta, los textos sencillos, las llamadas a la acción recurrentes. Morisi también sugirió que se utilizara, en la medida de lo posible, el pronombre “nosotros” es más susceptible de hacer que los lectores se identifiquen. Además también hay que leer los comentarios, y en algunos casos responderlos, con el fin de sondear la opinión pública.
Como resultado, la página de Facebook de Salvini funciona como un periódico, gracias en parte a un sistema de publicaciones creado internamente y conocido como “la bestia”. El contenido se publica a horas fijas y después es compartido por una multitud de cuentas diferentes; las reacciones son objeto de un seguimiento continuo. Morisi y sus colaboradores redactaban entre ochenta y noventa estados de Facebook por semana, cuando Renzi –entonces presidente del Consejo– y su equipo no producían más de diez. Para fidelizar a los seguidores, Morisi ideó una treta: emplear su mismo lenguaje, con el objetivo de asemejarse más a un parroquiano de un bar que a un político tradicional.
El tono de los mensajes oscila entre la irreverencia, la agresividad y la seducción. El líder de la Liga dirige a sus lectores contra el enemigo del día (“los clandestinos”, los magistrados corruptos, el Partido Demócrata, la Unión Europea...), después publica una fotografía del mar, de su comida o incluso de él mismo abrazando a un militante o pescando. La opinión pública se alimenta de un sinfín de imágenes de Salvini comiendo Nutella, cocinando tortellini, dando un mordisco a una naranja, escuchando música o mirando la televisión. Así, cada día comparte un momento de su vida con millones de italianos, siguiendo una estrategia que hace que lo público y lo privado se entremezclen constantemente. Este eclecticismo pretende dotarlo de una imagen humana y tranquilizadora, a la vez que le permite continuar con sus provocaciones. Su mensaje: “A pesar de la leyenda que me presenta como un monstruo retrógrado, un populista poco serio, soy una persona honesta. Hablo de este modo porque soy como vosotros, así que confiad en mí”.
La estrategia de Morisi también se basa en la “narrativa transmedia”: aparece en televisión mientras publica en Facebook, analiza los comentarios en directo y los cita durante la emisión; una vez que ha terminado el programa, su equipo edita extractos y él los sube a su cuenta de Facebook... Este enfoque, en el que Salvini es un maestro, no tardó en dar sus frutos: entre mediados de enero y mediados de febrero de 2015, ocupó prácticamente el doble de tiempo de antena que Renzi. En 2013 tenía apenas 18.000 seguidores en Facebook; a mediados de 2015, ya eran 1,5 millones, y hoy en día, más de 3 millones –un récord entre los líderes políticos europeos–.
Durante mucho tiempo sus adversarios consideraron a este individuo como un lunático y un indisciplinado, alguien capaz únicamente de ofrecer gesticulaciones mediáticas. Pero en el mundo de la política italiana, marcada por la personalización extrema (3), el secretario general de la Liga es el que cuenta con una mayor ventaja. Mientras que Berlusconi se dirige a la nación, a través de sus cadenas de televisión, desde el inmenso despacho de su villa en Arcore, Renzi organiza encuentros multimedia en Florencia, donde se deja ver junto a escritores y estrellas de la música. En cuanto a Giuseppe “Beppe” Grillo, quien irradiaba un espíritu mordaz labrado durante sus años de cómico, pasó de organizar inmensos mítines populares a preferir permanecer en segundo plano y dirigir el M5S a distancia. Salvini, por su parte, aparece como un auténtico hombre del pueblo, al que nada le gusta más que mezclarse con las masas. Es suficiente con verlo en acción en una discoteca, con un vaso en la mano, rodeado de militantes y admiradores curiosos que esperan para fotografiarse con él: ningún otro líder italiano podría generar imágenes similares con tanta naturalidad.
Mientras la izquierda, o lo que queda de ella, se refugia en los símbolos del pasado, se divide y se pierde en disputas internas, Salvini se encuentra con los trabajadores ante sus fábricas, siempre en compañía de las cámaras de televisión. Les ofrece un momento de atención mediática después de décadas de aislamiento. Mientras la izquierda administra su pequeño electorado multiplicando pactos y alianzas, repitiendo machaconamente sus vanos llamamientos a la unidad, el milanés despotrica contra las deslocalizaciones y exige medidas proteccionistas contra la competencia desleal de países que pisotean los derechos de los trabajadores. Los resultados no se hacen esperar. En 2016, la Liga se convirtió en el segundo partido más importante de la “Toscana roja”, alcanzando sus mejores resultados en los suburbios populares. Y va ganando terreno en Emilia Romana, Umbría o en Marcas –antiguos feudos del PCI–.
Las elecciones generales del 4 de marzo de 2018 marcaron una etapa decisiva. Aliada de Berlusconi y de Fratelli d’Italia (“Hermanos de Italia”), un remanente del neofascismo de la posguerra, la Liga –que ha dejado atrás el complemento “Norte”– multiplicó sus resultados por cuatro, obteniendo el 17,3% de los votos. Si bien su base sigue siendo septentrional, ahora también ha logrado penetrar en el Sur. Por primera vez ha superado a Forza Italia, el partido de Berlusconi. En total, la coalición de centro-derecha obtuvo el 37% de los votos y el doble de escaños que el centro-izquierda, aunque en verdad quien ganó las elecciones fue el M5S, encabezado por Luigi Di Maio, un napolitano de treinta años: con el 32% de los votos, supera con creces al resto de partidos.
Dado que ninguno de los tres bloques dispone de mayoría parlamentaria, tuvieron que contraer un matrimonio de conveniencia. Tras tres meses de tira y afloja, finalmente el M5S y la Liga acordaron un “contrato de gobernabilidad” que determina, en términos muy generales, las atribuciones de cada uno. En junio se formó un Gobierno. Salvini y Di Maio se convirtieron en vicepresidentes del Consejo, mientras que el puesto de jefe de Gobierno recayó en un miembro del M5S, Conte, un profesor de Derecho desconocido por el gran público. Esta coalición “amarilla-verde” –los colores de M5S y de la Liga respectivamente– fue recibida por una apoplejía general en los grandes medios de comunicación, que aborrecen el “populismo” en todas sus formas. Qué otra reacción se habría podido esperar si dos de sus representantes se alían…
En la práctica, las similitudes entre ambos partidos son más de naturaleza conductual que política: una vehemencia incansable, una retórica antisistema, constantes referencias al enemigo interior y exterior, la invocación del “pueblo”, una organización vertical, una presencia agresiva en las redes sociales que tiende a transformar cualquier tema en un eslogan o una broma de mal gusto. El principal punto ideológico en común entre ambas formaciones es, de hecho, la hostilidad que profesan hacia Bruselas y el escepticismo ante la moneda única, considerada responsable de la austeridad y el estancamiento económico en Italia. Pero el planteamiento que cada uno de ellos tiene previsto para romper con esas cadenas muestra una enorme divergencia política. La Liga propone instaurar un flat tax (impuesto plano), la receta clásica de la derecha para seducir a los pequeños empresarios que forman su base social en el Norte. En cuanto al M5S, plantea crear un ingreso mínimo garantizado para ayudar a los desempleados, precarios y pobres, dirigido principalmente a las poblaciones del Sur. En términos de redistribución, las consecuencias de estas dos medidas diametralmente opuestas trazan una línea de fractura entre ambos partidos, según la clásica división derecha-izquierda.
En el seno del Gobierno, el M5S se apoderó de ministerios con un fuerte peso socioeconómico, mientras que la Liga recogió aquellos con una dimensión simbólica e identitaria. De los nuevos ministros, antes de su nombramiento el 90% no tenía experiencia en el Poder Ejecutivo. Salvini se convirtió en ministro del Interior y Di Maio tomó las riendas de Desarrollo Económico, Trabajo y Políticas Sociales. A primera vista el M5S, el ganador de las elecciones, se ha hecho con los mejores cargos –en especial Fomento, Sanidad y Cultura–, los que tienen un mayor impacto potencial en el electorado.
Pero la formación del Gobierno estuvo, desde el principio, sujeta a la supervisión del “Estado profundo” italiano: la presidencia de la República (Sergio Mattarella), el Banco de Italia, la Bolsa y, sobre todo, el Banco Central Europeo. Este garantiza que los ministerios que realmente importan en materia de economía (Finanzas y Asuntos Europeos) estén fuera del alcance de ambos partidos. Así pues, cada vez que la coalición proponía candidatos que Mattarella consideraba que no se someterían lo suficiente a la Unión Europea, el presidente no dudaba en utilizar su derecho de veto para bloquearlos. De manera que la influencia del M5S en las políticas fiscales en gran medida fue neutralizada desde el principio. No es de extrañar que tan pronto como una de las propuestas del M5S o de la Liga amenaza con convertirse en ley (ya sea el ingreso mínimo garantizado o la reducción de la edad de jubilación), la Comisión Europea y sus enlaces internos se interpongan. Meses de encarnizados pulsos han terminado por diluir estas medidas y vaciarlas de significado. Como resultado, Di Maio no ha tenido hasta ahora ningún éxito para colgarse una medalla.
Por su parte, Salvini ha maximizado su presencia. Como ministro del Interior, ahora casi siempre viste una chaqueta de policía o de carabinero, como un buen sheriff. Ha confiado a su mano derecha el ministerio de la Familia, otro excelente foro para hacer declaraciones con fuerte impacto mediático. Pero se ha reservado la responsabilidad moral más importante de un gobierno honesto: una cruzada contra la inmigración clandestina... Y la hace denegando a los barcos de las organizaciones no gubernamentales (ONG) que salvan vidas en el Mediterráneo la entrada a puertos italianos. Los años de propaganda del M5S contra la “invasión” han dejado su huella, obligándolo a seguir a la Liga en este campo minado, a veces con reprimendas ineficaces por actos xenófobos particularmente crueles.
Pocos meses después de la llegada al poder de la coalición “amarilla-verde”, ya no hay ninguna duda sobre el color dominante (4). Aunque cosechó la mitad de los votos que su socio, la Liga ha impuesto su hegemonía como si hubiera obtenido el doble de sufragios. Las tres elecciones regionales celebradas entre enero y abril de 2019 transformaron este vuelco en un frío hecho político. Todas ellas tuvieron lugar en el Sur, donde en 2018 se había producido un tsunami a favor del M5S. En los Abruzos ha bajado del 39,8 al 19,7%, mientras que la Liga ha pasado del 13,8 al 27,5%. En Cerdeña, se ha derrumbado (del 42,4 al 9,7%), mientras que el partido de Salvini ha crecido ligeramente (del 10,8 al 11,4%). Finalmente, en Basilicata, el movimiento de Di Maio ha reducido a la mitad su resultado (del 44,3% al 20,3%), mientras que la Liga ha triplicado el suyo (del 6,3% al 19,1%). Aliándose con Forza Italia, Fratelli d’Italia y otros grupos, ha tomado el control de esas tres regiones. De manera que gana en todos los frentes, uniéndose a Forza Italia y la extrema derecha a nivel regional, mientras que mantiene su alianza con el M5S en Roma.
La Liga está ahora en el centro de la vida política italiana. Salvini reparte las cartas y define las reglas del juego, obligando a los medios de comunicación a seguir servilmente lo que él dice: sus promesas, sus provocaciones y su “sentido común” que, difundido durante años por televisión, prensa e Internet, parece haberse convertido en realidad en el único. La política italiana ha sufrido una “liguización” (leghizzazione). Ahora se considera normal –y esto también repercute en el centro-izquierda– acusar a algunas ONG de ser “taxis marítimos” en connivencia con los traficantes; afirmar que los ciudadanos necesitan seguridad por encima de todo, o ver la inmigración exclusivamente como un problema. Tesis que antes eran prerrogativa exclusiva de la Liga y de los círculos neo-nacionalistas, hoy en día son aceptadas casi con unanimidad.
Entre los líderes de la derecha euroescéptica de los principales países de la Unión Europea, Salvini es el único que puede abrigar la esperanza de dirigir un Gobierno. En efecto, tiene una gran ventaja. En Italia, hace mucho tiempo que el neofascismo se ha integrado en el sistema político, permitiendo que la Liga se presente como “diferente”. En el plano ideológico, aunque pertenece a la derecha radical, su líder nunca ha renegado de sus orígenes semi izquierdistas. “Cuando la gente piensa que soy fascista, me río –declara hoy en día–. Roberto Maroni sospechaba que yo era comunista en la Liga porque yo era el que estaba más cerca de ellos en ciertos aspectos, incluyendo la forma en que me vestía”. En 2015 seguía siendo un admirador de la formación de izquierdas griega Syriza, y sigue salpicando sus declaraciones con afirmaciones que alguna vez fueron características de la izquierda, como la necesidad de un banco público de inversiones o la derogación de las reformas neoliberales del sistema de pensiones.
Salvini tiene la ventaja de moverse en un contexto en el que la izquierda, reformista o radical, casi ha desaparecido. En Francia, España, el Reino Unido e incluso Alemania, las fuerzas populares que resisten frente a la doxa del poder existen siempre a la izquierda del tablero político. En Italia no hay nada parecido. Las condiciones socioeconómicas y geográficas también han influido. Ningún otro gran país de la Unión Europea ha sufrido más el corsé del euro que Italia, cuya renta per cápita apenas ha aumentado desde la entrada en vigor de la moneda única (5) y cuyas tasas de crecimiento han sido miserables. Además, como península con la costa más larga y continua de los países de la Unión, Italia se ha convertido en una encrucijada migratoria. Una situación a la que este tradicional país de emigración, que tanto alimentó los flujos mundiales de población, no estaba acostumbrado, y que se produce en un contexto de recesión económica en el que la competencia por obtener empleo o ayudas sociales hace estragos. A medida que estas tensiones se vuelven más y más eléctricas, Salvini se presenta como el pararrayos ideal para descargar un potencial conflicto de clases y transformarlo en una lucha de pobres contra pobres.
Si lograra convertirse en el inquilino del Palacio Chigi (sede del Gobierno y residencia oficial del presidente del Consejo), ¿sería un nuevo Berlusconi quien, a pesar de todas sus fanfarronadas, no realizó grandes cambios? Sin lugar a dudas, su actitud hacia la Unión Europea es una prueba de fuego. “Il Cavaliere” se distinguió más por sus errores que por su mala conducta en el Consejo Europeo. Salvini es más despiadado que él, y más ideológico. En las elecciones europeas de 2019 hizo campaña prometiendo el surgimiento de un bloque populista de derechas –la “internacional soberanista” imaginada por Stephen Bannon, exasesor del presidente estadounidense Donald Trump–. Durante mucho tiempo ha sido un admirador de Vladímir Putin. Pero Estados Unidos cuenta más que Rusia, y sus afinidades –en términos de estilo y personalidad– son mucho mayores con el inquilino de la Casa Blanca que con el del Kremlin. Esto significa, en particular, una alineación con el intento de Trump de someter a China. En contraste, y para disgusto de Salvini, Di Maio dio la bienvenida en Italia al presidente Xi Jinping, quien llegó con los brazos cargados de regalos vinculados con las “nuevas rutas de la seda”.
La diferencia también es palpable en la Unión Europea, donde el líder del M5S ha adoptado un enfoque mucho más radical, expresando un cálido apoyo hacia los “chalecos amarillos” franceses a los que Salvini considera unos vándalos. A nivel de la Unión Europea, el jefe de la Liga se ha limitado a sacudir los barrotes de la “jaula” de Bruselas, sin tratar de romperlos. Ha aprobado el actual presupuesto italiano, que finalmente se ajusta a los “consejos” de la Comisión. Un compromiso con Europa asumido en un conflicto institucional, y no sólo verbal, parece menos probable que una adaptación pragmática al statu quo. La base social de la Liga quizás sea hostil a los grandes bancos, a las regulaciones comunitarias y a las multinacionales, pero sin duda su sensibilidad sigue siendo capitalista. En su momento, Bossi también despotricó contra Bruselas, sin que eso impidiera que la Liga Norte votara a favor de los Tratados de Maastricht y Lisboa.
Para Salvini, la moneda única fue un espantapájaros útil para su ascenso, pero que una vez alcanzada la cima, puede guardarse. La denuncia de las “fronteras colador” sigue siendo su verdadero pasaporte al poder. Y en este sentido, la Unión Europea no le plantea ninguna dificultad.