La empleada de la ventanilla de esta pequeña estación del País de Gales se tomaba su tiempo, absorta en una conversación con su compañero, que se lamentaba: “Ya no se pueden comprar juguetes rosas para las niñas, tienen que ser grises”. Ella respondía: “Lo mismo sucede con la palabra golliwog...”. Estos dos empleados de una gran empresa ferroviaria, vestidos con uniforme, mantenían esa conversación cerca de los clientes sin el menor reparo.
Durante la campaña en torno al referéndum por la permanencia o no del Reino Unido en el seno de la Unión Europea, este tipo de discusiones se podían escuchar por todas partes por poco que uno estuviera atento: manifestaciones breves e incoherentes de racismo, revueltas repentinas contra lo “políticamente correcto”. Yo mismo, que provengo de una pequeña ciudad obrera, entendía lo que esta gente quería expresar más allá de los comentarios xenófobos. Se gestaba una falsa rebelión de los (...)