¿Quisieron los dirigentes de los Estados europeos miembros de la Alianza Atlántica seguir el ejemplo de José Manuel Durão Barroso, convertido en “lobbista” de Goldman Sachs tras haber presidido la Comisión Europea? ¿Aprovecharon, por consiguiente, la cumbre de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) para preparar su reconversión en asesores de una empresa estadounidense de armamento? Ciertamente absurda –bueno… esperemos–, la hipótesis es apenas más espantosa que la decisión que se anunció al finalizar la reunión de Varsovia el pasado mes de julio: el despliegue de una nueva unidad móvil de 4.000 hombres en Polonia o en uno de los Estados bálticos, con la flota rusa en el mar Báltico y con San Petersburgo “a tiro de cañón”.
No resulta difícil imaginar el resentimiento de los dirigentes rusos cuando la OTAN, estructura heredada de la Guerra Fría y que debería haber desaparecido con el final de la Unión Soviética, (...)