Es perturbador trazar el retrato de Erik Satie (1866-1925); es delicado realizar un recorrido por su personalidad. Se resiste, bromea, te da la espalda y siempre vuelve a Arcueil para encerrarse en su cueva donde no admite a nadie. Mencionarlo es un inquietante ejercicio de equilibrista. ¿De quién hablar? ¿Del joven revolucionario con traje de terciopelo o del último Satie con traje de notario? ¿Del Satie que iba, siempre a pie, a casa de los Noailles en el arrabal parisino de Saint-Germain o de aquel que, en Arcueil, “se recostaba en la cuneta y se hacía el borracho”? ¿Del pianista del cabaret Le Chat noir o de aquel de la asociación benéfica de Arcueil-Cachan? Y además están sus dibujos, sus escritos y están las Vexations (Vejaciones) para repetirlas ochocientas cuarenta veces seguidas. Dice: “Para ejecutar este motivo, estaría bien prepararse previamente, en el mayor silencio, con una quietud importante”. Bien. (...)
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Erik Satie: el compositor del silencio
La posteridad a menudo reduce a los artistas más inventivos a sus obras más aplaudidas. Éste es el destino del compositor Erik Satie un siglo y medio después de su nacimiento. Sus célebres y agradables Gymnopédies, que han acompañado a muchos títulos de créditos de películas, no reflejan correctamente la personalidad abrasiva de este comunista de la Belle Époque.
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