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Erik Satie: el compositor del silencio

La posteridad a menudo reduce a los artistas más inventivos a sus obras más aplaudidas. Éste es el destino del compositor Erik Satie un siglo y medio después de su nacimiento. Sus célebres y agradables Gymnopédies, que han acompañado a muchos títulos de créditos de películas, no reflejan correctamente la personalidad abrasiva de este comunista de la Belle Époque.

por Agathe Mélinand, agosto de 2016

Es perturbador trazar el retrato de Erik Satie (1866-1925); es delicado realizar un recorrido por su personalidad. Se resiste, bromea, te da la espalda y siempre vuelve a Arcueil para encerrarse en su cueva donde no admite a nadie. Mencionarlo es un inquietante ejercicio de equilibrista. ¿De quién hablar? ¿Del joven revolucionario con traje de terciopelo o del último Satie con traje de notario? ¿Del Satie que iba, siempre a pie, a casa de los Noailles en el arrabal parisino de Saint-Germain o de aquel que, en Arcueil, “se recostaba en la cuneta y se hacía el borracho”? ¿Del pianista del cabaret Le Chat noir o de aquel de la asociación benéfica de Arcueil-Cachan? Y además están sus dibujos, sus escritos y están las Vexations (Vejaciones) para repetirlas ochocientas cuarenta veces seguidas. Dice: “Para ejecutar este motivo, estaría bien prepararse previamente, en el mayor silencio, con una quietud importante”. Bien. (...)

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