Pasadas las veinte horas, Argel muere. Los camareros de los bares recogen las terrazas, los comerciantes bajan las persianas de sus negocios. En el desértico centro urbano sólo quedan los cordones policiales que controlan el tráfico. La memoria aún recuerda el terror de los años negros, los coches bomba en las calles, las bombas en las entradas de los cines. El estado de emergencia, todavía vigente, prohíbe las concentraciones. La voluntad de contener al islamismo condujo al Estado a satisfacer algunas de sus exigencias. En Argelia, entre 2006 y 2008, mil doscientos bares cerraron por decisión administrativa. Cada año hay menos lugares públicos. El espacio para el ocio se confunde poco a poco con el espacio familiar. En los balcones, las antenas parabólicas se multiplican.
Desde luego, las fondas –restaurantes populares– siguen dando vida a los barrios del centro (Bab El Oued, Belcourt). Pero a medida que cae la noche, sólo (...)