Y si el polo desapareciera? Nos quedaríamos afligidos. ¡Hace tanto que nos conocemos, el polo y nosotros! ¡Hemos hecho tantas cosas juntos! En nuestros cuadernos de la escuela ya nos gustaba ubicarlo, calculando amorosamente su posición con ayuda de nuestras escuadras y compases. Una vez que lo encontrábamos, podíamos agregar los trópicos y el ecuador, las rosas de los vientos y las rutas náuticas, toda una pequeña serie de geometrías extraídas del cosmos y encargadas de conjurar el inquietante desorden de la geografía. El polo, el eje del mundo, era ese lugar ausente que encerraba nuestro globo terrestre, que garantizaba su elegancia y solidez, como un broche ata y embellece los pliegues de una toga.
Hoy, los polos se ven amenazados. No los polos en sí mismos –no es fácil suprimir lo que no existe–, sino los paisajes blancos cuyo centro constituyen. El Polo Norte está en peligro. Sus glaciares se (...)