A fuerza de arrebatos, el aullido se apodera de la escena: sordo a los reclamos del significado, expande su área de búsqueda, extiende su presencia a todo tipo de lugares en formas inesperadas, avanza a través de reveladores enlaces en el camino de las conexiones, a base de ritmos hipnóticos. El sentido es irrelevante: lo único que importa es la voz, perturbada por la frustración, la turbulencia o la confusión, mientras acomete una intensidad sin precedentes. Como consecuencia, la cuestión a la que nos enfrentamos es sencilla: si el punto de partida es el grito, ¿a dónde desde ahí? ¿Seguimos gritando hasta quedarnos roncos o nos enfrentamos a ese callejón sin salida? ¿Nos hacemos a un lado, lejos de esa zona de influencia?
Thomas Bernhard (Heerlen, 1931 - Gmunden, 1989) garabatea sus soliloquios, siempre al borde del escándalo. Lo redime su entusiasmo. Intensamente irritante, regresamos con placer al prolijo santuario de (...)