La filosofía se presenta gustosamente como el emblema por excelencia de la democracia. Declara no conocer fronteras y se pretende universalmente emancipadora y campeona todoterreno del espíritu crítico. Las “Instrucciones” del que fuera ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes en Francia, Anatole de Monzie, que datan de 1925 y nunca han sido derogadas, proclaman que “es en clase de Filosofía donde los alumnos aprenden a ser libres mediante el ejercicio de la reflexión, e incluso podríamos decir que ese es el objeto mismo y fundamental de esta asignatura”. Sin embargo, cuando se trata de enseñarla, hay que reconocer que estamos lejos de dicha premisa.
El número de alumnos que se inician en filosofía es mayor que nunca: la mitad de una franja de edad de Francia; la mitad solo, puesto que los alumnos de los liceos profesionales [centros en los que se imparte formación profesional], esto es, el 28% de (...)