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Los medios de comunicación estadounidenses y el enemigo iraní

Si quieres la guerra, prepara la guerra

Entre Irán y Estados Unidos, los incidentes se multiplican. Desde que el presidente Donald Trump decidió condenar el acuerdo nuclear pactado con Teherán por las grandes potencias en 2015, durante el mandato de su predecesor Barack Obama, se suceden drones abatidos, declaraciones marciales y embargos. La prensa estadounidense no es ajena a esta escalada.

por Pierre Rimbert y Serge Halimi, agosto de 2019

Imaginemos que un dron iraní fuera abatido sobrevolando Florida o a algunos kilómetros de sus costas. En lugar de debatir sobre la localización exacta del artefacto, indudablemente ofendería su presencia a 12.000 kilómetros de Teherán. Pero cuando, el pasado 20 de junio, Irán destruyó un dron estadounidense que había pasado cerca de su territorio (versión del Pentágono) o que lo había sobrevolado (según Teherán), nadie o casi nadie reflexionó sobre la legitimidad de la presencia militar estadounidense en el golfo Pérsico. La asimetría del tratamiento mediático occidental, dependiendo de si el país que contraviene el derecho internacional es una (gentil) democracia liberal o un (malvado) país autoritario, ya no plantea ninguna objeción.

Sin embargo, en un clima de escalada entre Washington y Teherán, “presentar sin cesar a Irán como una amenaza, nuclear o de otro tipo, induce al mensaje de que hay que atacarle”, advierte Gregory Shupak, especialista en medios de comunicación en la Universidad de Guelph-Humber (Canadá). Con todo, añade, “afirmar que es Estados Unidos el que amenaza a Irán respetaría mucho más la verdad que pretender lo contrario. Después de todo, el Gobierno estadounidense es el que, en estos momentos, está destruyendo la economía iraní a través de sanciones que restringen el acceso de la población a la comida y a los medicamentos, y también es el que rodea a Irán de bases militares y de fuerzas armadas a la vez terrestres, marítimas y aéreas. Irán, por su parte, no está haciendo nada comparable con Estados Unidos” (1).

Este giro que favorece “espontáneamente” a la potencia estadounidense se basa, especialmente, en la memoria selectiva, una mezcla de confección política del olvido y de mentira mediática por omisión. Así, ¿quién recuerda en Occidente el vuelo 655 de la compañía Iran Air? El 3 de julio de 1988, el crucero estadounidense USS Vincennes, que patrullaba por las aguas territoriales iraníes, destruyó un avión comercial que transportaba a 290 pasajeros con destino a Dubái. Estados Unidos primero negó su responsabilidad y, más tarde, alegó que el Vincennes navegaba en aguas internacionales y que el Airbus iraní, que confundieron con un caza, descendía de manera amenazante hacia el crucero estadounidense: dos mentiras, como reconocieron más tarde. Tanto es así que Estados Unidos expresará su “profundo pesar” y otorgará 61,8 millones de dólares a las familias de las víctimas.

Si este caso se olvidó rápidamente –salvo en Irán…–, otro, comparable y sin embargo más antiguo, quedó grabado durante mucho tiempo en las memorias occidentales. El 1 de septiembre de 1983, un caza Sukhoi soviético pulverizó un Boeing 747 de Korean Air Lines (KAL) que cubría el trayecto de Seúl a Nueva York con 269 pasajeros a bordo. En plena Guerra Fría, el avión se había desviado accidentalmente de su ruta y había entrado en plena noche en el espacio aéreo soviético, sobrevolando instalaciones militares sensibles. El Kremlin explicará que confundió el avión civil con un artefacto de espionaje. Ampliamente documentados, estos dos dramas, el iraní y el coreano, presentan los elementos de una situación cuasiexperimental: la diferencia entre el tratamiento mediático del vuelo KAL 007 y el del vuelo Iran Air 655 proporciona la dimensión exacta del sesgo ideológico de la prensa occidental y, en particular, de la prensa estadounidense, la cual, no obstante, se cita como ejemplo en todo el mundo.

Después de que el caza soviético destruyera el Boeing 747, el editorial de The New York Times (2 de septiembre de 1983), titulado “Asesinato aéreo”, afirmaba: “No se puede concebir ninguna excusa cuando una nación, sea cual sea, abate un inofensivo avión comercial”. Cinco años más tarde, cuando se trataba de un disparo del Ejército estadounidense, las justificaciones dejaron de ser inconcebibles. “Aunque el suceso sea horrible, fue un accidente –subrayaba, en efecto, otro editorial del mismo diario–. Es difícil ver qué podría haber hecho la Marina estadounidense para evitarlo” (5 de julio de 1988). Además, The New York Times invitaba a sus lectores a realizar un experimento intelectual insólito: “Pónganse en el lugar del capitán [William C. Rogers, que ordenó el lanzamiento del misil]: es difícil reprocharle que disparara al avión”. Tanto más, añade el gran periódico liberal, cuanto que los errores son compartidos: “Irán también es responsable porque no disuadió a los aviones civiles de acercarse a la zona de un combate que él mismo inició” (2).

En un estudio comparado de las dos tragedias publicado en 1991, el profesor de Ciencias Políticas Robert Entman reveló que, en el caso del ataque soviético, el encuadre general elegido por los medios de comunicación estadounidenses “insistía en el descrédito moral y la culpabilidad de la nación en el origen del disparo, mientras que, en el segundo caso, reducía la culpabilidad y ponía el acento en los complejos problemas relacionados con operaciones militares en las que la tecnología desempeña un papel clave” (3).

Este tratamiento de geometría variable se encuentra en la importancia otorgada al tema, en el registro léxico y en la representación de las víctimas. Durante las dos semanas posteriores a los accidentes, la destrucción del vuelo de KAL fue objeto de una cobertura entre dos y tres veces más importante que la del vuelo de Iran Air: 51 páginas en Time y Newsweek en un caso, 20 en el otro; 286 artículos frente a 102 en The New York Times. Tras el ataque soviético, las portadas de las revistas estadounidenses rivalizaban en indignación: “Asesinato aéreo. Una despiadada emboscada” (Newsweek, 13 de septiembre de 1983); “Disparar a matar. Atrocidad en el cielo. Los soviéticos derriban un avión civil” (Time, 13 de septiembre de 1983); “Por qué lo ha hecho Moscú” (Newsweek, 19 de septiembre de 1983). No obstante, en cuanto el misil fatal lleva la bandera con barras y estrellas, cambia el tono: ya no se trata de atrocidades y menos aún de intencionalidad. El registro bascula de la voz activa a la pasiva, como si la masacre careciera de autor: “Por qué ha sucedido”, titula Newsweek (18 de julio de 1988). Time prefiere reservar su portada a los viajes espaciales a Marte y relega el drama aéreo a sus páginas interiores con el siguiente titular: “Lo que ha fallado en el Golfo”. Los calificativos más corrientes en los artículos de The Washington Post y de The New York Times, son, en el primer caso, “brutal”, “bárbaro”, “deliberado”, “criminal” y, en el segundo, “por error”, “trágico”, “fatal”, “comprensible”, “justificado”. Incluso se mira a las víctimas con los ojos empañados o con distancia en función de la identidad de su asesino. Llegados a este punto, ¿cabe precisar a quién reservan los periodistas estadounidenses los términos “seres humanos inocentes”, “historias personales desgarradoras”, “personas queridas” y aquellos, más sobrios, de “pasajeros”, “viajeros” o “personas fallecidas”?

Estos automatismos en la escritura contribuyen a la desinformación tanto como las mentiras evidentes, con la salvedad de que la descodificación de los prejuicios atlantistas resulta estar menos de moda que la de las fake news. El odio hacia Irán y la difusión de los embustes del Pentágono no frena una carrera como analista. “Los persas mienten como comerciantes de alfombras”, escribía así Richard Cohen, reputado editorialista de The Washington Post (29 de septiembre de 2009). Bret Stephens, abogado de la derecha israelí para quien el acuerdo de Ginebra alcanzado por Barack Obama con Irán era “peor que Múnich” (The Wall Street Journal, 25 de noviembre de 2013), se ha convertido en uno de los cronistas estrella de The New York Times. Ni siquiera el desmembramiento con sierra de un colaborador de The Washington Post –el periodista Jamal Khashoggi, en octubre de 2018– ha frenado la gran complacencia mostrada hacia la monarquía saudí, enemiga de Irán. A veces, incluso en una cadena pública como PBS, en la que preferir al nuevo presidente de Estados Unidos en lugar de a su predecesor se considera una imperdonable falta de gusto, esta norma deja de aplicarse cuando se trata de Irán: “El presidente Obama esperaba que Irán se moderara y se convirtiera en un miembro más aceptable de la familia de las naciones. Se equivocó por completo –considera el editorialista David Brooks (11 de mayo de 2018)–. [Irán] Es la nación más genocida de la Tierra, exporta violencia y terror por todo el mundo. Por lo tanto, está justificado que Trump le oponga resistencia. Puede que entienda mejor a la gente de esta calaña que a personas con una trayectoria académica brillante”. Ya que, cuando se trata de preparar a la opinión pública para la guerra, más vale no saber nada sobre la historia del país en el punto de mira ni sobre su civilización.

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(1) Gregory Shupak, “Creating a climate for war with Iran”, Fairness & Accuracy in Reporting (FAIR), 2 de julio de 2019.

(2) KAL 007 and Iran Air 655. Comparing the coverage”, Extra!, n.° 4, Nueva York, julio-agosto de 1988.

(3) Robert Entman, “Framing US coverage of international news: Contrasts in narratives of the KAL and Iran incidents”, Journal of Communication, vol. 41, n.° 4, Washington, DC, diciembre de 1991. Los siguientes datos y citas han sido extraídos de este artículo. Agradecemos a Chloé Bonafoux sus investigaciones sobre esta cuestión.

Pierre Rimbert y Serge Halimi

Serge Halimi es Consejero editorial del director de la publicación. Director de Le Monde diplomatique entre 2008 y 2023.